Un 9 de Julio de 1816, los sectores revolucionarios más firmes conseguían vencer la moderación de los sectores de poder de Buenos Aires y las provincias, y lograban que se declarara la Independencia, dándole a la guerra revolucionaria el impulso que necesitaba. 205 años después, se hace necesario conquistar una Segunda Independencia para defender nuestra salud y nuestra vida.
Luego de dar el primer gran paso el 25 de Mayo de 1810 -al imponer una Junta de Gobierno designada por el mismo pueblo para reemplazar al Virrey impuesto por la corona-, los sectores criollos comenzaron a mostrar diferencias entre sí respecto a cómo seguir. La mayor parte de los sectores más ricos, especialmente los comerciantes de Buenos Aires (que ya se alineaban con los intereses británicos), se iban preocupando cada vez menos por el curso de la guerra de Independencia, y más por los conflictos que iban surgiendo con las provincias. Así, declarar la Independencia no era para ellos una urgencia, sino un contratiempo.
Por otro lado, y más allá de las diferencias entre sí (a veces muy profundas), desde los jefes militares revolucionarios como San Martín o Belgrano, a los caudillos del pueblo en armas como Güemes o Artigas, la necesidad de declarar la Independencia era cada vez mayor: sabían que era urgente demostrar tanto a los aliados como a los enemigos, que la lucha iba en serio.
Eso se hizo especialmente grave para 1816. Los viejos imperios habían vencido finalmente a Napoleón un año antes, y ahora querían reconstruir el dominio europeo, fundamentalmente, haciendo que España reconquistase sus colonias. Así, ya desde 1814 Fernando VII había recuperado mucho de lo perdido, amenazando al actual territorio argentino desde lo que hoy es Bolivia y Chile, y Portugal empujaba desde Brasil sobre Paraguay y Uruguay.
Ante semejante apremio, los argumentos de los partidarios de una ruptura total con España ganaron un peso decisivo y lograron que se reuniera un Congreso de Representantes de las Provincias en Tucumán, y que éste declarara la Independencia de las Provincias Unidas. Una declaración política clave, que terminó por invertir para siempre el curso de la guerra revolucionaria. Meses después de esta declaración, San Martín encabezaría el Cruce de los Andes, Hipólito Bouchard comandaría una campaña naval que dio la vuelta al mundo atacando a todo el imperio español, y Güemes, completando la acción de las guerrillas del Alto Perú, derrotaría una de las más grandes invasiones a Salta y Jujuy, al tiempo que Bolívar relanzaba su campaña desde el norte del continente
La “moderación” no lleva a ningún lado
En la actualidad, los dueños del país y los gobernantes que se turnan en el poder son los descendientes de esos comerciantes y hacendados que obstaculizaron durante seis años la Declaración de Independencia. Su política no solo no cambió, sino que se volvió más aguda con el paso de los siglos: siempre dóciles ante el poder extranjero, siempre inflexibles ante el pueblo trabajador.
Por eso, en estos momentos en que el país se encuentra doblegado por el COVID -19, se muestran incapaces de tomar medidas elementales para frenar la mortandad a la que estamos sometidos. Como suspender los pagos de Deuda Externa o confiscar las industrias farmacéuticas, ya que tales medidas implicarían una ruptura con sus amos: los capitales extranjeros y su dominio. Y para peor, lo mismo se puede decir de los agentes de esos dueños del país que tenemos metidos en el corazón del pueblo trabajador: los dirigentes sindicales y sociales traidores, que miran para otro lado mientras los laburantes ponemos los muertos.
Hoy hacen falta nuevos San Martín, Belgrano, Güemes o Juanas, que impulsen la ruptura con un orden imperialista de saqueo que nos está matando. Pero figuras así no van a surgir, como hace 200 años, de los sectores ricos o de funcionarios iluminados, sectores absolutamente corrompidos por el poder patronal y sus negocios. Ni mucho menos de los traidores que dirigen nuestras organizaciones. Los nuevos San Martín, los que encabecen la nueva Revolución y conquisten la Segunda Independencia que necesitamos, solo pueden salir de la clase obrera, de la organización de los mejores luchadores y luchadoras bajo la bandera de la Revolución Socialista