La noche del 16 de septiembre de 1976, grupos de tarea de la dictadura secuestraban y desaparecían a diez pibes y pibas de La Plata, considerados «peligrosos» por su activismo estudiantil. Aunque los hechos se conocieron y se hicieron tristemente célebres, y algún que otro culpable fue juzgado; los sucesivos gobiernos terminaron garantizando la impunidad, para mantener lo más intacto posible la maquinaria de represión asesina. Una maquinaria asesina que, como nos mostró el caso de Facundo Castro siempre se ensaña con la juventud.
El golpe de 1976 fue un intento por parte de los poderes nacionales y extranjeros, de dar un salto en su proyecto de volver a hacer de la Argentina una colonia. Para eso, era necesario exterminar a los mejores luchadores y luchadoras obreras y populares; que venían enfrentando esos planes de saqueo y vaciamiento desde que hacía años.
En ese sentido, los encargados de ejecutar el genocidio en el área de La Plata, habían fijado como objetivo a un grupo de activistas estudiantiles, todos ellos de militancia peronista o guevarista, que había conducido la lucha por el boleto estudiantil en los años previos al golpe: Claudio de Acha, María Clara Ciocchini, María Claudia Falcone, Francisco López Muntaner, Daniel Racero, Horacio Ungaro, Patricia Miranda, Emilce Moler, Gustavo Calotti y Pablo Díaz. De todos ellos, solo estos últimos cuatro sobrevivieron a las torturas y horrores de todo tipo; perpetrados por militares y policías; siendo el testimonio de Pablo Díaz el que preservó para la memoria colectiva este crimen perpetrado por la dictadura.
La juventud ante la decadencia del capitalismo
A pesar de ese testimonio, ya desde Alfonsín y sus leyes de Obediencia Debida y Punto Final, cada gobierno hizo todo lo que pudo para asegurar la impunidad de los genocidas, y recomponer el aparato de exterminio compuesto por las fuerzas militares y policiales; y gravemente dañado por el estallido popular que, tras la derrota de Malvinas, forzó el fin de la dictadura. Esa recomposición parcial de las prácticas genocidas, se expresa en los miles de muertos por el “gatillo fácil”; en su mayoría, jóvenes de edades similares a las de las víctimas de la Noche de los Lápices. Se expresa en las torturas y desapariciones que se siguen perpetrando a lo largo y ancho del país. Se expresa en los dudosos “suicidios” en comisarías. Se expresa en la impunidad de los femicidios, de los crímenes de odio y de las redes de trata.
Y no es casualidad que esta represión se siga cebando con los sectores más jóvenes del pueblo trabajador: el orden patronal solo tiene para ofrecer un saqueo bestial, que priva a los pibes y pibas de todo futuro, poniéndolos frente a la alternativa de un porvenir de barbarie y miseria, o de rebelión y lucha. De ese modo, se puede ver como las alternativas patronales enfrentan a la juventud como lo hace el gobierno, subestimándola a través de sus candidatos y candidatas mientras su policía asesina pibes como Facundo Castro; o tratan de captar la rebeldía de un sector para reciclar proyectos de saqueo que la lucha obrera y popular hizo fracasar, como hace Milei.
Los lápices siguen escribiendo
Pero la lucha es más poderosa que estas maniobras. En todo el mundo, nuevas camadas de pibes y pibas han salido a la calle en los últimos años; enfrentando la destrucción del medio ambiente (como en Europa y EE.UU.), el saqueo neoliberal (como en Chile) o las maniobras de gobiernos saqueadores (como en Perú). Y también, han sido protagonistas de luchas de los sectores más explotados, como las peleas de los trabajadores de fast food por un salario mínimo en EE.UU. o la batalla por derechos elementales de los repartidores de apps acá en Argentina. No hay horror, tortura, genocidio o promesas vacías que eviten que la juventud pelee para evitar que le roben el futuro: quienes luchamos contra la explotación patronal, la opresión y la destrucción, no solo debemos apoyar esas luchas para que esa rebeldía no se apague, y tratar de contagiarla al resto del pueblo trabajador; sino que debemos abrirle el paso a esos luchadores y luchadoras para que barran el miedo y la tranquilidad impuesto entre los trabajadores y el pueblo por los dirigentes de nuestras organizaciones.
A 45 años de la Noche de los Lápices, no solo no olvidamos, no perdonamos y no nos reconciliamos; sino que seguimos luchando hasta terminar definitivamente el orden capitalista e imperialista.