Un 8 de junio de 1973, representantes del gobierno, los empresarios y la CGT firmaban un acuerdo para congelar los salarios con la excusa de frenar la inflación, y la promesa de contener los precios. La resistencia obrera y popular frenaría este ataque. Hoy hay sectores peronistas que reivindican un pacto como aquel.
Por Nepo
Hacia 1973, la resistencia obrera y popular a los ataques del imperialismo y las patronales había derrotado a la Dictadura Militar iniciada por el general Juan Carlos Onganía en 1966, y continuada por los generales Roberto Levingston (1970-1971) y Alejandro Agustín Lanusse (1971-1973). Se llevaban 18 años de lucha implacable, “Cordobazo” incluído. El peronismo había despertado entusiasmo entre el pueblo trabajador, y electoralmente eligió como presidente a Héctor José Cámpora, delegado personal de Juan Domingo Perón exiliado en España. Pero era otro gobierno patronal que buscaba “resolver” el deterioro de la economía con un salto en la explotación.
El camino de meter semejante ajuste por medio de la represión, ya había sido cortado por la lucha de las masas, así que el Gobierno optó por concertar un pacto entre patrones y sindicalistas, en contra de los trabajadores. Un pacto en el que los segundos se comprometían a atar de pies y manos a la clase obrera, mientras la patronal avanzaba sobre sus derechos para incrementar sus fortunas.
Terminó mal
La clave del pacto era el apoyo ciego del grueso de las direcciones sindicales y políticas del movimiento obrero (incluso muchas de las combativas) al flamante Gobierno de Cámpora . Se respaldaba en el accionar de las patotas sindicales y la organización Triple A1. En última instancia, necesitó para imponerse el exterminio de luchadores obreros y populares que comenzaría semanas después de su firma.
Sin embargo, una buena parte de la enorme camada de luchadores surgida tras décadas de peleas, se organizó para romper con el Gobierno y resistir la entrega y la represión. Dieron duras batallas que fueron horadando el apoyo de varios sectores al Pacto Social, que se fue sosteniendo cada vez más en el matonaje y bandas con métodos fascistas como la Triple A.
Y ya sin salida, para 1975, el Gobierno de Isabel decidió que el “Pacto Social” debía avanzar a su siguiente etapa y lanzó un ajuste monstruoso conocido como “Rodrigazo”. Eso derivó en una respuesta obrera tan grande, que abrió una grieta entre el Gobierno y la CGT, que lanzó un paro nacional (el primero sufrido por un gobierno peronista) y aceleró la caída del Ministro de Economía, Celestino Rodrigo, y del todopoderoso Ministro de Bienestar Social, José López Rega, cerebro del matonaje fascista.
Nada bueno sale de pactos sociales
Actualmente, 50 años después, muchos sectores (particularmente afines al Gobierno) idealizan ese Pacto Social como una “buena idea mal aplicada”, ya que coincide con su política de subordinarse a sectores patronales para administrar el capitalismo. Sin embargo, el fracaso de aquel Pacto Social refleja lo absurdo de esa idea.
La realidad es que pactar con el Gobierno y las patronales nos deja expuestos y desarmados, especialmente en tiempos en que la decadencia imperialista lleva a los capitales concentrados a saquearnos y explotarnos con mayor desesperación. La enseñanza de aquellos años, es en realidad que solo podemos confiar en nuestras propias fuerzas y pelear solo por nuestros propios intereses como trabajadores.