Un 16 de septiembre de 1955 comenzaba el golpe de Estado contra el Gobierno de Perón, que la Iglesia, los dueños del país y los milicos venían preparando a pedido de los yanquis. Su triunfo, facilitado por la negativa de Perón a permitir que el pueblo trabajador se defendiera del ataque gorila, terminó de someter al país al dominio de los EE.UU.; sometimiento que seguimos sufriendo hasta la fecha.
Para 1955, el peronismo ya mostraba síntomas de agotamiento. Habiendo surgido del pacto entre el sector minoritario proinglés y proeuropeo de la patronal y el ejército, habiendo llegado al poder apoyándose en la mejor parte del movimiento obrero, su modelo de desarrollo capitalista “independiente y amigable” con los trabajadores ya no encontraba lugar en un mundo en el que los EE.UU. habían terminado de imponer su dominio.
Y aunque Perón envió señales de conciliación al orden imperialista y las patronales locales que lo representaban, la Casa Blanca no estaba dispuesta a negociar: el problema para el imperialismo era que el peronismo seguía permitiendo la existencia de un fuertísimo y muy bien organizado movimiento obrero (desde las fábricas hasta la CGT), que era un obstáculo para la explotación y el saqueo del país.
Perón no se plantó contra los gorilas
Con el peronismo retrocediendo y el imperialismo yanqui en avance, los golpistas pasaron a la ofensiva, con la Iglesia Católica al frente. El 16 de junio había tenido su ensayo, masacrando centenares de civiles desarmados mediante bombardeos y ametrallamientos en plena Plaza de Mayo. Fue la acción espontánea de la clase obrera la que frenó la intentona, permitiendo que los focos golpistas fueran derrotados. Nuestra corriente política, dirigida por Nahuel Moreno, en aquel momento bajo el nombre de Federación Bonaerense del Partido Socialista de la Revolución Nacional (PSRN), señaló a los obreros que el golpe que se venía buscaba imponer una explotación brutal, y que había que armarse para impedirlo. Buena parte de los obreros peronistas también lo vieron así, y esperaron que el Gobierno se las proveyera.
Pero Perón, como buen líder patronal que era, no estaba dispuesto bajo ningún concepto a dar armas a los obreros: sabía que de hacerlo, una vez derrotado el golpe, la clase obrera en armas podría ajustar cuentas con los dueños de las fábricas y las tierras, poniendo en peligro el orden capitalista.
Así que no hizo nada para impedir el golpe: según él se trataba de evitar un derramamiento de sangre. Sin embargo, la sangre la pusieron los de siempre: los laburantes del Gran Buenos Aires, del Conurbano Rosarino, de Mar del Plata…
Ni revolución ni libertadora: la heroica resistencia a los gorilas
Sin armas, sin organización, y con sus dirigentes haciendo lo posible para garantizar la derrota, la clase obrera y el pueblo enfrentaron el golpe como pudieron. Y una vez consolidado su triunfo; las clases acomodadas, con el collar de su amo yanqui en el cuello, pudieron soltar toda su saña revanchista: arrasaron con la CGT, destruyeron la Fundación Evita, persiguieron a cada comisión interna y cuerpo de delegados… El discurso democrático y conciliador de los golpistas se desmentía en la proscripción del partido mayoritario, en los allanamientos, torturas y fusilamientos.
Pero la clase obrera no se rindió. Usando todos los métodos a su alcance, los trabajadores le hicieron cada día la vida imposible a la dictadura militar: pintadas, bombas, paros ilegales organizados clandestinamente. Demostraban la fuerza del movimiento obrero, fuerza que no iba a ser vencida ni con todas las picanas y los mauser de los milicos. Esa etapa, conocida como «la Resistencia», fue una de las páginas más heroicas de la historia de nuestra clase. Y el morenismo (nombre que designa a los herederos del ya mencionado Nahuel Moreno), la corriente política a la cual pertenece el PSTU, estuvo ahí, en primera línea, organizando la lucha obrera junto a los millones de trabajadores y trabajadoras peronistas.
65 años de lucha contra yanquis y patrones
Sin embargo, esas luchas terminaron entregadas en pactos turbios, o sacrificadas en la vía muerta de las elecciones. Y esto sucedió por la misma razón que provocó el triunfo el golpe del ’55: la dirigencia del movimiento obrero, incluso la nueva dirigencia surgida al calor de las luchas, basó su política en sostener que se podía alcanzar un capitalismo respetuoso con la clase obrera, un capitalismo «dónde todos ganen».
Pero eso es imposible: el capitalismo solo se sostiene explotando cada vez más duro a los trabajadores. No hay vida digna sin derrumbar el orden patronal.
Nuestra corriente siempre defendió esta verdad, y con ella estuvo junto a la clase obrera antes, durante y después del golpe de 1955; combatiendo a los gorilas y tratando de demostrar a la clase obrera que no se puede confiar en ningún sector patronal, y que solo se podía derrotar a los explotadores tomando las armas e imponiendo el poder obrero en todo el país.
65 años de luchas heroicas y traiciones vergonzosas, 65 años de patronales cada día más gorilas y explotadoras, nos han dado la razón. Como en aquellos años, estamos en cada lucha poniendo nuestra militancia al servicio de sus triunfos y combatiendo la creencia de que aún podemos esperar algo bueno del capitalismo. Quienes quieran combatir a la patronal hasta el final, tienen un lugar en el PSTU.