En 1936, Trotsky asentó las bases teóricas -en «La Revolución Traicionada»- de la necesidad de echar mediante una nueva revolución a la casta de funcionarios de la URSS -encabezada por Stalin- que usurpó para sí violentamente el poder que la clase obrera -con sus organizaciones democráticas y con el partido dirigido por Lenin- había conquistado en Octubre de 1917 liquidando el estado burgués. Previó que, de no ser así, -y tal como sucedió medio siglo después- esos parásitos no sólo seguirían siendo sirvientes del imperialismo traicionando las luchas obreras y populares en el mundo (Inglaterra, China, España, Francia, Alemania…), sino que terminarían restaurando el capitalismo eliminando la planificación económica y transformándose en burgueses para mantener sus privilegios.
Es decir, Trotsky planteó para el primer país que expropió a los capitalistas y socializó desde el nuevo estado la propiedad de los medios de producción y de cambio, una tarea similar a la que tenemos por delante en nuestros sindicatos usurpados por los dirigentes pequeñoburgueses vendidos como agentes guardianes de las patronales. O los expulsamos y ejercemos la democracia obrera y la independencia del estado patronal, o nuestros organizaciones gremiales no estarán al servicio de nuestras necesidades y sino de quienes nos explotan.
Consecuente con estas convicciones, Trotsky en 1938 logró fundar la Cuarta Internacional, su mayor obra dado que, sin él y su experiencia en revoluciones sintetizada en su Teoría de la Revolución Permanente, hubiese sido imposible. Pues Lenin y los demás dirigentes del Comité Central bolchevique de Octubre de 1917 estaban ya muertos o asesinados por Stalin. Trotsky quiso así mantener en pie -aún en medio de las condiciones más adversas- la tradición marxista condensada en el partido obrero internacional centralista democrático y su programa de transición para seguir la lucha por la Revolución Socialista. Que será mundial y ejercido por la clase obrera encabezando a los demás sectores explotados y oprimidos, o los imperialistas nos impondrán su barbarie, superando incluso a genocidas como Hitler, Mussolini o Franco. Y para eso había que derrotar a los vendidos que pactaban convivir pacíficamente con nuestros explotadores en nombre del «socialismo en un solo país», esa falsa idea de que la URSS podía superar a las potencias imperialistas que controlan el mundo, sin necesidad de la revolución internacional.
La crisis de dirección
En esta tarea de quitarnos de encima a los traidores se concentra la crisis de nuestra clase, que aparece claramente cuando nos movilizamos, pues nos frenan, desmoralizan, atemorizan, dividen. La máxima expresión de esas direcciones desertoras fue el stalinismo que, con su contrarrevolución asesina de cientos de miles de luchadores, degeneró la URSS y la Tercera Internacional -fundada en 1919 para extender la revolución bolchevique- hasta liquidar estas conquistas, las mayores del proletariado mundial. En este sentido superó a los dirigentes reformistas de la Segunda Internacional socialdemócrata y de los movimientos nacionalistas burgueses, como los de la CGT y CTAs, que nos usan a los trabajadores como carne de cañón o rehenes para defender los intereses de sus patronales amigas.
Por ser el insustituible constructor de la Cuarta Internacional, Stalin ordenó asesinar a Trotsky hasta conseguirlo una década después, contando con los medios de un estado poderoso contra un hombre sin recursos, cobardemente por la espalda, el 21 de agosto de 1940, de la mano de un infiltrado. No se trataba de una lucha personal por el poder, sino del porvenir de la lucha de clases mundial del proletariado contra los explotadores, según quién ganase su dirección en el ascenso revolucionario que acertadamente pronosticó Trotsky en medio de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
Una tarea actual
El stalinismo consumó la restauración capitalista pues se mantuvo en el poder aplastando las revoluciones que hubo en su contra (Checoslovaquia, Hungría, Polonia…), antes de ser derrotado a fines de los años 90 por el ascenso revolucionario de los trabajadores y nacionalidades oprimidas en la ex URSS y el Este europeo. Esta caída del aparato stalinista -que le garantizaba al imperialismo su dominio mundial con los pactos de «coexistencia pacífica»- fue un paso muy importante para avanzar. Hoy la LIT-CI continúa luchando por la revolución socialista mundial y por la democracia obrera, principios trotskistas que ejercemos reconstruyendo el partido mundial para dirigir los levantamientos revolucionarios que puedan terminar con la crisis de la humanidad. Es la única organización internacional que sigue reivindicando la concepción leninista del partido para hacer la revolución que lleve al poder a la clase obrera. Como decía Trotsky, sabiendo que -excluido de todos los países capitalistas- su suerte estaba sellada, luego del asesinato de sus cuatro hijos y siete colaboradores cotidianos: «Las ideas correctas, en el largo plazo, siempre conquistan y hacen posibles para sí los medios y las fuerzas materiales necesarios»