La revolución rusa era un fantasma que recorría el mundo. En consecuencia, a los ojos del gobierno y la prensa, el alzamiento obrero no era sino un “complot” de “maximalistas” –sostenedores del “programa máximo”–, que buscaban derrocar al gobierno. Aunque careciera de sustento real se inventó un supuesto “Soviet de La Boca” cuya presidencia y comisariato policial ejercerían dos judíos, Pinnie “Pedro” Wald y Juan Zelestuk, tratados como “rusos”, su país de origen. Este complot vino a sumarse a las actividades de los comandos civiles, como la Liga Patriótica, que cada tarde salían a “la caza del ruso”, sobre todo en la zona de Almagro y Once.
El “caso Wald” ganó la tapa de los diarios. Él era el “candidato a la presidencia de la república social, en el caso de que hubieran vencido el movimiento”. En pocos días se supo que los cargos eran inexistentes. Al fin, Wald no era sino un humilde trabajador que, además, era un socialista que proclamaba su pacifismo como periodista. La mentira judicial, sin embargo, mientras duró sirvió como excelente pretexto para instalar el antisemitismo y que los “niños de buena familia” golpearan y detuvieran llevándolo a hospitales o comisarías a cualquier judío –sobre todo en Palermo, Once y Villa Crespo— y, por supuesto, también a los dirigentes o activistas obreros sacándolos de sus conventillos bajo la común acusación de revolucionarios, “maximalistas” y “ácratas”…