Producto de las heroicas jornadas del 14 y 18 de diciembre de 2017 cayó el intento de Macri de aplicar una Reforma Laboral acordada con la CGT. Pero hoy las patronales intentan imponerla de hecho y legalizarla por separado en cada gremio y empresa. Algunos políticos patronales, como el peronista Florencio Randazzo y Carolina Castro, su candidata empresaria Pyme de la Unión Industrial Argentina (UIA), nos dicen que es necesario “modernizar” la legislación laboral para crear empleo. Lo mismo vienen diciendo hace años el FMI, otros empresarios, economistas, periodistas y representantes de las patronales. ¿Es verdad esto? ¿Por qué esta obsesión por la “Reforma Laboral”?
Hace años que venimos con aumentos salariales por debajo de la inflación, el reemplazo de trabajadores fijos por monotributistas o contratados a término. A esto le vienen agregando polifuncionalidad de tareas (liquidando categorías de convenio), la intensificación de los ritmos de trabajo, eliminación del pago de horas extras (turnos americanos) y banco de horas con módulos semanales, mensuales y anuales. Sumado a la implementación de pasantías, mucho más baratas que un/a trabajador/a con convenio. Ahora con la “mochila” también quieren implementar algo parecido a la “libreta” del convenio de Construcción, una “caja de ahorro” para pagarle al trabajador una indemnización en cuotas al ser despedido.
O generalizar lo que ya ocurrió en gremios como petroleros, donde se habilitó que las empresas reubiquen personal en distintas actividades sin respetar categorías, trabajar con más km/h de viento poniendo en total riesgo la vida de los laburantes y convirtiendo los yacimientos en un verdadero matadero obrero. Además de la simultaneidad de tareas, el desmontaje de equipos en horarios nocturnos y la eliminación de las horas de viaje y viáticos, que a fin de cuentas terminan repercutiendo siempre en el bolsillo del trabajador. ¿Cuál es el objetivo de las patronales con todos estos ataques al salario y las condiciones laborales?
El secreto de la riqueza de los capitalistas
La sociedad moderna se diferencia de las anteriores por una magnitud de producción de bienes y servicios que podrían solucionar todos los problemas de la humanidad. Pero la cuestión es que su distribución no está hecha en base a las necesidades de la población mundial, sino en base a la búsqueda de ganancias de los empresarios. De esta manera, las patronales prefieren tirar comida a la basura si no consiguen comprador, antes que alimentar a los chicos desnutridos. La causa de esta injusticia es que los dueños de los medios de producción (empresarios, capitalistas, terratenientes, patrones) poseen fábricas, empresas, tierras que sirven como plataforma para explotarnos a los trabajadores, que sólo poseemos nuestra capacidad de trabajar.
Los obreros no poseemos los medios de producción. Sólo nuestro cuerpo, nuestra fuerza de trabajo -cerebro, nervios, músculos- que nos vemos obligados a vender a los dueños de dichos medios, a cambio de un salario que debería alcanzarnos para alimentarnos, vestirnos, y volver a trabajar al otro día. Y también para tener hijos y criarlos para que luego vayan a trabajar.
Supongamos que en promedio producimos -en forma colectiva- 15 heladeras diarias cada uno, cuyo precio por unidad es de $40.000. Supongamos también que cobramos el equivalente a la canasta familiar, lo necesario para mantener a nuestra familia y reponernos del agotamiento diario. En este caso, con 3 heladeras nos pagan el salario mensual. Pero en 20 días laborables del mes fabricamos 297 heladeras más. Desde luego, debemos restar la inversión en maquinaria, materia prima, energía, etc. Aun así hay un excedente de heladeras que le queda a la patronal que es fruto de nuestro trabajo. Y no nos fue pagado. La patronal compró nuestra fuerza de trabajo y nos obliga a aplicarla durante toda la jornada aunque en pocas horas hayamos producido el equivalente a nuestro salario.
El resto de la jornada es trabajo adicional gratuito que se lo apropia el empresario sin pago alguno. Este robo es el origen de su riqueza. Carlos Marx lo llamó plusvalía (“más valor”). De aquí salen sus ganancias. Este fue el gran descubrimiento de Marx, ya en el siglo XIX, en los comienzos del desarrollo del capitalismo y uno de sus enormes y revolucionarios aportes a las luchas de la clase obrera.
Explotación y apropiación del valor que creamos
La base del capitalismo entonces es trabajar más de lo que necesitamos los obreros. Por eso nos prolongan las jornadas de trabajo, y nos pagan salarios por debajo de la canasta familiar para obligarnos a trabajar más horas. Encima de todo, esas horas extra nos las pagan en negro, para no pagar impuestos y aportes sobre las mismas, ahorrándose contratar más trabajadores y destruyendo nuestro cuerpo en jornadas de hasta 18 horas.
Otra forma es aumentar los ritmos y la intensidad para producir más en el mismo tiempo, vigilándonos hasta el tiempo que vamos al baño, prohibiéndonos hablar con nuestros compañeros. Al final del día, cuando llegamos a casa no servimos para nada, comemos y a dormir para repetir lo mismo al día siguiente.
Una hora intensiva implica más trabajo dentro del mismo tiempo, aumentando la velocidad de las máquinas y/o extendiendo su radio de acción que controlamos. Además la sobreutilización de la maquinaria por encima de su vida útil, nos obliga a un sobreesfuerzo.
Terminar con el robo legalizado
Como vemos con las “reformas laborales” no aumentará el empleo ni mejorará en nada la situación de la clase obrera. Sólo aumentarán las ganancias capitalistas y nuestra explotación. Para acabar con este robo legalizado y esta “esclavitud asalariada”, como la denominaban Carlos Marx y Federico Engels, otro de los fundadores del socialismo revolucionario, es necesario terminar con el sistema capitalista y los gobiernos que lo sostienen y defienden. Sólo con una revolución socialista y un gobierno de trabajadores/as podremos planificar la economía en función de nuestras necesidades y garantizar empleo para todos y todas en condiciones dignas.