El economista Javier Milei se ha convertido en un fenómeno mediático y político propagandizando ideas “liberales” con un perfil contestatario. En otro artículo de este número polemizamos con algunas de ellas. Acá queremos polemizar con sus teorías económicas y sus mentiras sobre el socialismo, al que ataca sistemáticamente pretendiendo mostrar la superioridad del capitalismo como sistema.
Milei ataca en sus charlas y reportajes la teoría marxista del valor y defiende la llamada “teoría subjetiva del valor” de la escuela económica liberal austríaca. Sostiene que cada cual es propietario de alguna mercancía y debe transarla libremente en el mercado. Que su valor está determinado por las preferencias de los usuarios y la escasez de esos bienes, es decir, oferta y demanda. Es lo que la economía burguesa llama factores o agentes de producción: el propietario del capital es «retribuido» con la ganancia empresaria y el interés; el de la tierra, con la renta; y el del trabajo, con el salario. Y que el sistema capitalista es justo pues premia a los factores más productivos. Como propietarios de «algo» para vender todos estamos en un plano de «igualdad» perfecta. Y quienes no ofrecen mejor calidad y precio de su mercancía, quedan fuera de la división de tareas que coopera para brindar productos a la sociedad. Esto presupone que los dueños del capital y de la naturaleza son necesarios, cuando en verdad sólo lo somos los trabajadores.
El marxismo expuso el engaño del capitalismo
Marx desnudó la trampa de presentar así tres fuentes diferentes e independientes de valor, cuando en realidad la clase capitalista extrae trabajo excedente de la clase obrera -única generadora de valor-, que se distribuye entre sus distintos sectores (industriales, banqueros, terratenientes, comerciantes) como ganancia, interés y renta. Además de los impuestos para sostener al Estado que los defiende. ¿Y cómo lo hace? Pagando como salario por su fuerza de trabajo (cerebro, nervios, músculos), no por su trabajo productivo completo sino por lo necesario para su conservación y reproducción para estar diariamente al pie de la máquina en jornadas agotadoras por los altos ritmos. La fuente de los ingresos de la clase propietaria de los medios de producción y de cambio -los capitalistas en sus distintos sectores- es esta explotación de la clase poseedora sólo de su fuerza de trabajo.
Esta «fórmula trinitaria» donde el señor Capital y la señora Tierra aparecen al lado del Trabajo Humano como legítimas fuentes de los ingresos de sus propietarios, en realidad oculta ese robo sistemático a la clase obrera, descubierto por Marx como plusvalía (más valor). Es decir, la diferencia entre el valor del producto de nuestro trabajo y el de nuestra fuerza de trabajo. Que aumenta con la mayor productividad y desocupación, al facilitar a los capitalistas superexplotarnos pagando la fuerza de trabajo incluso por debajo de lo necesario para su reproducción.
Buena parte de la productividad en los países que Milei llama «libres» se debe a esa superexplotación del trabajador sometido a largas horas y un ritmo de trabajo infernal. Es más, si la maquinaria o la fertilidad del suelo permiten un mayor rendimiento del obrero industrial o agrícola eventualmente con el mismo esfuerzo, es una cualidad que no tiene que ver con sus propietarios. Es como adueñarse del sol y pretender cobrar un ingreso por su capacidad de irradiar luz y calor. Esa propiedad privada sin duda es un robo. Es lo que sucede con el capital, que se acumula con la apropiación del trabajo ajeno.
Recuadro
La superioridad de la economía socialista
Milei suele mezclar, en sus ataques al socialismo, el ejemplo de Venezuela, un país capitalista que nada tiene que ver con el socialismo. Por otro lado cabe aclarar que para Marx, Engels, Lenin y Trotsky el socialismo solo podía existir como sistema mundial, lo cual implica la derrota del imperialismo.
Los llamados “países socialistas” como la ex URSS eran en realidad economías de transición pero no socialistas en sentido estricto. Pero aún así, la expropiación de los capitalistas -allí donde hubo revoluciones socialistas que terminaron con la propiedad privada fruto de la explotación- permitió sustanciales mejoras para los trabajadores, garantizando empleo para todos y un salario social (salud, educación, transporte, vivienda, etc.) superior a la situación previa, como -por ejemplo- en la Unión Soviética. El gobierno revolucionario triunfante en octubre de 1917 logró en un país atrasadísimo un desarrollo técnico, cultural y social extraordinario sobre la base de tres ejes fundamentales: 1) la socialización de los medios de producción quitándoselos a la burguesía y al imperialismo y -en base a esto-: 2) la planificación económica centralizada del Estado, produciéndose de acuerdo a las necesidades sociales y no en función de la ganancia capitalista y 3) el monopolio del comercio exterior a manos del Estado. Fue así que en el periodo 1925-1935 (en medio de la gran crisis capitalista del año ’29 y pese a la conducción burocrática stalinista) la industria pesada se multiplicó por diez, se duplicó la producción de hierro y de 10 usinas eléctricas se saltó a 95. Ese desarrollo de la economía como ningún país atrasado consiguió en la historia de la humanidad, posibilitó para la mayoría, conquistas inéditas como la eliminación del desempleo, del analfabetismo (que al comienzo de la revolución alcanzaba al 78% de la población) o un desarrollo cultural de tal envergadura que sólo la ciudad de Moscú llegó a tener 281 teatros de primer nivel abiertos todo el día.
Como bien señaló León Trotsky en su libro «La revolución traicionada», “el socialismo ha demostrado su derecho a la victoria, no en las páginas de El Capital sino en la arena económica que constituye la sexta parte de la superficie del globo; no en el lenguaje de la dialéctica sino en la del hierro, el cemento y la electricidad. Aún en el caso de que la URSS por culpa de sus dirigentes sucumbiera a los golpes del exterior, quedaría el hecho indestructible que la revolución proletaria fue lo único que permitió a un país atrasado obtener en menos de veinte años resultados sin precedentes en la historia“.
Este proceso socialista revolucionario demostró a las claras que para nada es necesaria la burguesía y que, por el contrario, con su expropiación el país no sólo no retrocedió sino que creció y se desarrolló.
La restauración capitalista en los estados mencionados -de la mano de los gobiernos que se dicen comunistas y de la dirección traidora burocrática stalinista – lejos de mostrar superioridad, nos muestra la cara de la miseria, el hambre, la desocupación y la incapacidad de todo el capitalismo de garantizar las necesidades mínimas de la población mundial.
Precisamente contra estas lacras luchamos los socialistas revolucionarios.