En los ’90 el Gobierno de Carlos Menem desarrolló una ofensiva neoliberal en nuestro país. En cuanto llegó al poder, se alió con Alsogaray (una mezcla de Macri y Milei de la época, agente de todas las dictaduras), privatizó las empresas nacionales, entregó nuestra soberanía al capital extranjero, profundizó la primarización de la economía (un modelo orientado a la producción de materias primas), generalizó la precarización laboral y despidió cientos de miles de trabajadores del Estado. Al final de su Gobierno, la miseria era impresionante, había millones de desocupados.
En todo el país estallaron levantamientos (fue el inicio de las organizaciones sociales). Surgían huelgas por todos lados. Argentina era un volcán.
En las elecciones de 1999 ganó la Alianza de De la Rúa, una esperanza que duró poco. Una nueva crisis de la Deuda, la continuidad de las privatizaciones (por ejemplo la negativa a que el Estado volviera a hacerse cargo de Aerolíneas Argentinas), la profundización de la desocupación (más del 50% de la fuerza laboral desocupada o subocupada), hicieron insoportable la situación.
Los trabajadores, que por primera vez en décadas habían perdido toda esperanza en el peronismo, no tenían salida. Se trataba de terminar con esa situación o morir de hambre. Varios paros generales con cortes de ruta de los movimientos sociales fueron demoliendo al Gobierno.
De la Rúa y Cavallo (ex ministro de Menem, a quien la Alianza convocó como Ministro de Economía) decretaron el “corralito”, apropiándose de los ahorros de la clase media, que salió a la movilización sonando las cacerolas, y se organizó en asambleas barriales. La rebelión se hizo incontenible.
Al perder el control, De la Rúa decretó el Estado de Sitio el 19 de diciembre. La respuesta fue una inmensa movilización espontánea que enfrentó no solo al Gobierno sino al Parlamento y a la oposición peronista, al grito de “Que se vayan todos, que no quede ni uno solo”, derrotando el Estado de Sitio.
El 20 nuevamente cientos de miles en Buenos Aires y todo el país, obligaron a De la Rúa a renunciar. Una verdadera revolución tiró abajo por primera vez a un gobierno electo. Obrera y popular por la composición social de quienes la realizaron, y por las tareas que se propuso. Antimperialista, por el sentido de sus demandas: las grandes empresas privatizadas y los bancos tuvieron que soldar sus ventanas ante el ataque de jubilados, obreros, mujeres, jóvenes. La ruptura con el Fondo Monetario Internacional (FMI) era una consigna común en las asambleas. Y fue violenta: con las manos vacías, se enfrentó a la policía y grupos armados que disparaban contra el movimiento. Hubo 35 muertos del pueblo, que aún reclaman venganza. Pero los derrotamos.
Cinco presidentes, el régimen político en ruinas, y no lograba retomar el control. Terminó asumiendo el peronista Eduardo Duhalde. Durante varios meses del 2002, movilizaciones permanentes mantuvieron en vilo al nuevo Gobierno.
En junio, Duhalde intentó cerrar la crisis con una brutal represión. Ese día murieron Kosteki y Santillán. La rápida respuesta obligó a Duhalde a retroceder: fueron presos los policías asesinos (aunque no los responsables políticos como Duhalde o los actuales funcionarios Felipe Solá o Aníbal Fernández). Y se llamó a elecciones para inicios del 2003.
Todos los partidos patronales, la burocracia sindical, incluso la inmensa mayoría de las organizaciones protagonistas del Argentinazo, abandonaron las calles y se volcaron a la campaña electoral. La mayoría de los partidos de izquierda (los que hoy componen el FIT-U, el MAS, etc.) hizo lo mismo. Eso permitió al sistema capitalista argentino comenzar a salir de esa gigantesca crisis.
El Argentinazo fue una enorme lección para los trabajadores y el pueblo. El kirchnerismo pinta el 2001 como una gran desgracia. Eso es falso. La desgracia fue la miseria, entrega y desocupación a que nos llevaron todos los gobiernos patronales.
El Argentinazo fue la heroica respuesta, que impidió que millones murieran de hambre. Fue como un nuevo 17 de octubre del ’45, pero en lugar de enfrentar un gobierno militar detrás de un dirigente patronal, enfrentó, sin dirigentes, a un gobierno “democrático”
El Argentinazo no cumplió sus objetivos.
Tuvieron que tomar algunas medidas basadas en las reivindicaciones populares, como el Default (No Pago) de la Deuda, la masificación de los subsidios y las jubilaciones, se anularon las leyes de impunidad de los militares. Pero el sistema capitalista y su régimen político se salvaron. Los objetivos que estaban en las mentes y corazones de los movilizados no fueron logrados.
Faltó un partido revolucionario que organizara toda esa energía, extendiera en organismos y comités regionales y nacionales la conducción y coordinación, tuviera una política para que la clase obrera superara a sus direcciones sindicales burocráticas poniéndose a la cabeza de todo el pueblo, y desarrollara la autodefensa de la clase obrera contra la represión, a través de piquetes y milicias, detrás de un proyecto de poder de la clase obrera. Es decir, que condujera el proceso hacia una Revolución Obrera y Socialista. Esa tarea está aún pendiente.
Ellos aprendieron. ¿Y nosotros?
Los capitalistas supieron sacar lecciones. Aprendieron a cooptar a las nuevas direcciones sindicales, de desocupados, y de todo proceso, como la “marea verde”, DDHH, etc. Cuando hay crisis, extender el clientelismo, sobornando a sus dirigentes con privilegios.
Saben que nunca deben impulsar la lucha para dirimir diferencias entre ellos: se les puede ir de las manos.
La burocracia sindical frena toda convocatoria a acciones de la clase. Durante el macrismo, llamaron una sola huelga general, porque los trabajadores se lo arrancaron, el “día del atril”.
Impiden toda coordinación u organización independiente de los trabajadores y el pueblo.
Infiltran más que nunca a las organizaciones sociales y políticas, profundizan los mecanismos jurídicos de control social (criminalización, Ley Antiterrorista, etc.), mientras se educa a las fuerzas armadas y de seguridad en nuevas formas de represión.
Usan más que nunca las Iglesias, los medios de comunicación, y todo tipo de engaños, para frenar la pelea.
Nosotros también debemos sacar enseñanzas. Por la acción directa de nuestra clase, sin confianza en el Parlamento, ni en la Justicia del régimen.
La clase obrera al frente, con sus organismos democráticos, de autodeterminación e independientes de las patronales y los burócratas. Preparar desde cada fábrica, empresa o barrio la defensa de nuestras luchas contra la represión: hay que defenderse con todos los recursos necesarios.
Con un programa obrero y de independencia del FMI, las multinacionales y el imperialismo.
Y sobre todo la construcción de un gran partido obrero revolucionario, para el combate y la lucha, parte de una organización internacional para luchar de manera unificada.