Un 7 de noviembre de 1917, los obreros, soldados y campesinos rusos -bajo la dirección política del partido bolchevique- se levantaban en armas contra el gobierno de aquel país, deteniendo a los ministros, y proclamando la disolución del estado patronal, y su reemplazo por un gobierno de los trabajadores y el pueblo ejercido por organizaciones obreras y populares. El puntapié inicial lo dieron las costureras de la ciudad de Petrogrado, con una huelga iniciada el 8 de marzo de ese año.
Estas organizaciones, llamadas “soviets” (“consejos” en ruso) motorizaron el cambio más abrupto del siglo XX: en un imperio atrasadisimo y devastado como el ruso, los trabajadores y campesinos establecieron su poder derrocando a las instituciones y leyes de los ricos, expropiando a las principales empresas, yacimientos y propiedades, y derrotando a las fuerzas militares de los patrones y nobles depuestos, respaldadas por la invasión de catorce potencias capitalistas.
Y junto a eso, dieron tierra a campesinos que eran poco menos que esclavos, otorgaron a las mujeres derechos que aún hoy siguen sin gozar en nuestra sociedad, garantizaron el derecho a la independencia de las colonias del antiguo imperio. Y reconstruyeron la economía mediante la planificación democrática integral, poniéndola al servicio de las necesidades de toda la sociedad en lugar de someterla al afán de lucro de los empresarios. Era el primer paso para poner fin a la explotación de la mayoría de la humanidad, por parte de una elite irracionalmente rica, poderosa y destructiva.
Marx y Engels habían enseñado que en la sociedad moderna -organizada en torno a la producción capitalista y polarizada entre la clase social dueña de los medios de producción y la clase obrera que hace andar esos medios de producción con su trabajo- los trabajadores no tienen más salida que elevar sus luchas cotidianas de resistencia a la explotación a una lucha revolucionaria para derrocar el poder político patronal e imponer su propio dominio. La clase obrera rusa demostró en la práctica que todo esto era posible y necesario. Demostró en la práctica la superioridad del socialismo sobre el capitalismo.
Así, la Revolución de Octubre demostró no solo que la clase trabajadora puede y debe gobernar los países, sino que puede hacerlo mejor que los empresarios y sus políticos. Dejó además un legado que ni los crímenes de la pandilla usurpadora que desplazó a los revolucionarios del poder – y que estuvo más de medio siglo destruyendo la revolución desde adentro- pudo borrar. Un legado que amenazó y amenaza a los dueños del planeta, señalandoles que su dominio sobre el mundo puede tener fecha de vencimiento.
Cómo hacer una revolución socialista
En los ’90, la debacle de la camarilla estalinista que usurpó el poder en Rusia a mediados de los años ’20- derrocada por el pueblo trabajador tras finalizar la restauración del orden capitalista- llevó a los enemigos de los trabajadores en todo el planeta a proclamar el fracaso de las enseñanzas de Marx y las lecciones de la revolución de 1917. Pero los procesos de lucha de los años 2000 (especialmente fuertes en nuestro continente), desmintieron a todos estos voceros de los poderosos.
Es que la experiencia de la Revolución Rusa enseñó cómo el pueblo trabajador puede derrotar al orden patronal e imponer otro socialmente diferente. Y que incluso en un país muy poco industrializado, con una clase obrera pequeña y concentrada en torno a un puñado de actividades, los obreros y sus luchas pueden transformarse en referencia para el resto de los sectores oprimidos y despojados por el capitalismo -que a pesar de su peso numérico en la sociedad juegan un papel secundario en la producción que la articula- ganando su apoyo a una salida revolucionaria.
Y todo eso fue posible porque los obreros rusos no solo habían aprendido rápidamente que sus problemas económicos tenían raíces políticas sobre las que había que actuar, sino que además, habían entendido que nunca iban a encontrar soluciones en la legalidad patronal, sus leyes y sus elecciones.
Así, no solo desbordaron la actividad gremial, lanzándose a una lucha abiertamente política contra el gobierno de turno, sino que rebasaron el rol de los sindicatos, forjando nuevas organizaciones, más adecuadas a las necesidades de la lucha. Como los comités de fábrica, surgidos para organizar peleas por fuera del laberinto de impedimentos legales que sufren los organismos sindicales autorizados por la patronal, grupos de autodefensa para hacer frente a la represión y al matonaje. Y finalmente, una organización que abarcaba a todos los obreros que peleaban y sus organizaciones creadas sobre la marcha, una organización que borraba los límites sindicales legales y unía a todos los trabajadores en lucha: los soviets.
Los soviets eran consejos de representantes obreros elegidos en cada lugar de trabajo y revocables en asambleas de fábrica o sector, las cuales, además, les establecían mandatos a sus representantes para discutir en las sesiones del Consejo. Organizando a todos los obreros de una zona determinada, la propia existencia de los soviets desafiaba la autoridad del gobierno y la patronal, que lo veía como el embrión de un gobierno alternativo, un gobierno obrero y popular.
Tal contradicción no podía sostenerse mucho tiempo, y en 1917 se resolvió mediante el derrocamiento del poder patronal. Elevando a los comités de fábrica al papel de dirección de las empresas, transformando la autodefensa obrera en ejército del pueblo trabajador, y a los soviets en los organismos del nuevo gobierno: un gobierno que concentraba las funciones ejecutivas, legislativas y judiciales, en una asamblea de representantes obreros y populares, elegidos, mandatados y revocables por asamblea en cada lugar de trabajo o zona, y remunerados con un salario equivalente al de un obrero calificado.
De Rusia a la Argentina
Ahora bien, llegado este punto, cualquier compañero o compañera podrá preguntarse qué tan posible es aplicar esas enseñanzas en nuestro país. Podrán argumentar que tenemos una democracia consolidada, que permite incluso que quienes proclaman una salida socialista se presenten a elecciones, y sindicatos legales y respetados, que se han demostrado útiles para luchar. Pero sobre todas las cosas, seguramente se preguntará ¿hubo algo parecido a los soviets acá?
La realidad es que la democracia que tenemos es la democracia de los patrones, que a pesar de haber sido conseguida con una lucha dura, solo sirve para garantizar que los ricos sigan siendo ricos. Algo parecido sucede con los sindicatos: aún realizando la urgente tarea de reemplazar a los dirigentes vendidos por los mejores luchadores, la maraña legal que reglamenta la actividad de los gremios (basada en el respeto a la autoridad de los patrones) hace que no sean los organismos más aptos en los momentos más álgidos de la lucha.
Eso no quita que no sea necesario presentarse a elecciones para hacer oír la propuesta de una salida socialista y revolucionaria, ni que los sindicatos no jueguen un rol clave para organizar a la clase obrera y sean necesarios para preparar el salto hacia organismos auténticamente revolucionarios (o que incluso puedan convertirse en tales organismos)
Por eso mismo, incluso en nuestro país, a lo largo de la historia, en las luchas más duras surgieron organismos que rebasaron las tareas que el orden patronal le asigna a un sindicato. Organismos que incluso expulsaron a las autoridades patronales en la zona de su influencia, estableciendo una especie de demostración en los hechos de lo que sería una Argentina Socialista. Desde la huelga de los balleneros en las Georgias en 1920, hasta la coordinadora del Alto Valle del Río Negro a principios de este siglo, pasando por luchas legendarias como la pueblada de Animaná en Salta, o la heroica coordinadora obrera del Segundo Villazo en Villa Constitución (1975). Y sin dejar de lado a experiencias que no tuvieron al movimiento obrero al frente, como la pueblada de Mosconi y Tartagal en noviembre de 2000 o la enorme experiencia de las asambleas populares de 2001-2002, el pueblo trabajador argentino -en su larga historia de luchas- ha mostrado ser capaz de repetir la hazaña de sus hermanos de clase rusos en 1917.
El arma decisiva: el partido
La única diferencia entre la clase obrera y el pueblo trabajador ruso de 1917, y otras experiencias de lucha iguales o incluso más grandes que se han repetido hasta esta parte, fue que los obreros rusos tuvieron un liderazgo político a la altura de las circunstancias: el partido bolchevique de Lenin y Trotsky.
Formados en las enseñanzas teóricas de Marx y Engels, y en el aprendizaje de las experiencias de lucha de los movimientos obreros de Europa Occidental, el partido bolchevique participó de las grandes batallas de la clase obrera rusa, proponiendo salidas derivadas de su programa político, sin dejar de señalar que la salida era la Revolución Socialista. Así, agruparon a los mejores luchadores, logrando que la clase obrera rusa se sacara rápidamente de encima las ilusiones en la democracia burguesa y patronal y sus elecciones. Y condujeron a la clase obrera rusa, y detrás de ellos a soldados, campesinos y otros sectores, a la hazaña más grande de la historia.
Construyendo el partido de la revolución
Desde el PSTU queremos construir esa organización política que dirija a la clase obrera y al pueblo trabajador a la Revolución. Un partido que conduzca la ruptura con los engaños de la democracia patronal y sus leyes, que guíe a los trabajadores a recuperar sus más gloriosas tradiciones de organización y lucha para disputar el poder a la patronal, a recuperar el derecho de enfrentar a la represión con la lucha física. Un partido que actúe como un solo puño a la hora de luchar, pero que goce de una amplia democracia interna a la hora de debatir y elaborar, garantizando también la democracia más transparente en las organizaciones de la clase trabajadora. Un partido internacionalista en la teoría y la práctica, que no solo tenga como objetivo la Revolución mundial contra el imperialismo, sino que sea parte de un partido internacional, como es la Liga Internacional de los Trabajadores – Cuarta Internacional (LIT-CI). Un partido que aproveche cada resquicio electoral o sindical que conquistemos, para proponer nuestro programa: un programa revolucionario para la edificación de una Argentina y un mundo socialistas.
La decadencia patronal lleva a exponer como referentes políticos a aquellos que no saben más que llamar “socialismo” a cada mínimo derecho social que se le da a los sectores populares. Los socialistas de verdad, los que queremos un gobierno directo de los trabajadores y el pueblo, proclamamos el deber de la clase obrera de poner fin a este circo funesto del orden patronal con una Revolución Obrera y Popular que inicie la construcción del socialismo. Invitamos a los mejores luchadores y luchadoras a discutir esta propuesta, y sumarse a esta lucha en las filas del PSTU.