Es común escuchar en la Argentina que nadie se explica cómo siendo un país productor de alimentos, hay tantas personas que pasan hambre y hasta mueren por desnutrición. Esta paradoja que vivimos en nuestro país tiene una explicación concreta, los grandes productores de alimentos y los dueños de los agro negocios no tienen en cuenta para organizar su producción las necesidades del pueblo, ellos producen en función de un solo objetivo: ganar más y cada vez más sea como sea, aunque esto cause desnutrición o destrucción de los suelos.
La reciente huelga de los aceiteros que paralizó la producción nacional de oleaginosas durante 25 días, dejó al desnudo las inmensas ganancias que obtienen empresas multinacionales como Monsanto, Cargill, Bunge y Born, Aceitera General Deheza, Molinos, etc. Estos pulpos agropecuarios controlan la producción y comercialización, incluyendo las exportaciones de nuestra principal riqueza: los alimentos.
Este avance sobre nuestra soberanía alimentaria no podría haber sido posible sin la complicidad del gobierno kirchnerista. Al revés de lo que dice, Cristina viene profundizando la misma política que Menem, impulsando y subsidiando el reemplazo de la producción de alimentos fundamentales para el pueblo argentino por la producción sojera que invade cada vez más nuestro territorio, expandiendo día a día la frontera agropecuaria a costa de bosques y agua potable. El gobierno nacional nos empuja forzosamente a la “sojización” del mismo modo que sucede en decenas de países saqueados por el imperialismo.
Empezar a revertir esto no es tan difícil, es posible tomar el control de esta palanca fundamental de nuestra economía a través de la Junta Nacional de Carnes y la Junta Nacional de Granos, el Banco Central y el Instituto Argentino de Promoción Industrial (IAPI). Incluso el primer gobierno de Perón en la década de 1940 tomó estas medidas que permitieron un relativo control estatal a lo que se produce en nuestro país.
Es necesario que el pueblo se adueñe de este derecho y lo aplique a fondo para quitar el control de los alimentos a las empresas imperialistas. De este modo podremos garantizar la producción de alimentos baratos y de buena calidad para todo el pueblo. Y que las ganancias de las exportaciones queden en el país, para invertirlas en necesidades populares y no engrosando las cuentas de las multinacionales.