A 206 años de la Primera Independencia: ¿QUIÉNES SUPIERON PELEAR POR LA INDEPENDENCIA?

Un 9 de julio de 1816, los revolucionarios más decididos conseguían vencer la moderación de los sectores de poder de Buenos Aires y las provincias, y lograban que se declare la Independencia. Así se le dio a la guerra revolucionaria el impulso que necesitaba: reforzar la adhesión de los sectores populares al mostrar voluntad de cambio. Dos siglos después, las limitaciones de cada actor social nos dejan valiosas lecciones.

 

Tras el inicio de la Guerra de Independencia en 1810, los sectores criollos comenzaron a mostrar diferencias entre sí respecto de cómo seguir. La mayor parte de los más ricos, especialmente los comerciantes de Buenos Aires (que ya se alineaban con los intereses británicos), se iban preocupando cada vez menos por el curso de la guerra revolucionaria, y más por los conflictos que iban surgiendo con las provincias. Así, declarar la Independencia no era para ellos una urgencia, sino un contratiempo.

Pero por el otro lado, los jefes militares revolucionarios como San Martín o Belgrano, y los caudillos del pueblo en armas como Güemes o Artigas, sabían que era una necesidad urgente demostrar tanto a los aliados como a los enemigos que la lucha iba en serio, y presionaban por una declaración de Independencia.

Una clase dominante cobarde y cómoda

La diferencia entre ambos sectores, como siempre, tenía bases materiales: los grandes comerciantes, hacendados, los ricos en general, ponían sus fortunas en juego si la lucha revolucionaria se profundizaba. Habiendo sido beneficiados por generaciones por el saqueo colonial, estos sectores estaban apurados en asegurarse su tajada antes que cualquier consideración. En frente de ellos, los antiguos funcionarios e intelectuales, gauchos, nativos y esclavos, no tenían nada que arriesgar más que su propia vida, al enfrentar a un orden colonial que no les causaba más que sufrimientos. 

No es de extrañar que estos últimos grupos se volvieran los líderes y soldados de la revolución independentista respectivamente, ni que su impulso obligase a los sectores acomodados a romper con España y las potencias y declarar la Independencia. Pero desgraciadamente, no pudieron ir más lejos: su escaso peso en una economía casi sin desarrollo y su dispersión geográfica y social, les impidieron agrupar sus intereses en una alternativa política. El heroísmo desplegado en todo el continente y los mares del mundo por afrodescendientes como Cabral o María Remedios del Valle, nativos como Cumbay o gauchos como los Infernales, no pudo evitar que quienes ya tenían un peso económico importante en la colonia, alcanzaran el poder político tras la victoria de la revolución, solo para que todo siga igual… e incluso estas tierras volvieran a ser sometidas y saqueadas por poderes extranjeros.

Ahora le toca a los trabajadores 

Los dueños del país y sus gobernantes, son los descendientes de esos comerciantes y hacendados que traicionaron la independencia. Su política no solo no cambió, sino que se volvió más aguda con el paso de los siglos, sometiendo al país no solo a la dominación de los poderes mundiales (de la que son garantía), sino a su propia explotación.

Por otro lado, este dominio capitalista del país y el desarrollo de su saqueo transformaron los sectores que fueron la primera línea de la guerra revolucionaria,  y evolucionaron en un sector social masivo, concentrado y excluyente: el pueblo trabajador, cuyo núcleo es el que genera todas las riquezas del país: la clase obrera.

Hoy hace falta una nueva Independencia, que alcance y sobrepase a la primera: no es posible librarse de los nuevos imperios si no se derroca a los ricos y poderosos que dominan el país en su nombre. Y los trabajadores y el pueblo no solo están llamados a ser no solo los que vayan al frente, sino los líderes de esta nueva revolución que conquiste la Segunda Independencia y construya un nuevo país, bajo la bandera de la revolución socialista.