El pasado lunes, el Ministerio de Transporte otorgó a la empresa DOTA (que maneja buena parte de las líneas de colectivos de capital y el Gran Buenos Aires) el recorte de los ramales de la Línea 60. El proyecto, ya presentado en el Boletín Oficial, abre durante 15 días un período de “descargos e impugnaciones”. La medida prevé la supresión de varios recorridos y la división de otras trazas, obligando a los pasajeros a abonar dos pasajes para realizar el mismo trayecto; y pone en riesgo cientos de puestos de trabajo.
Esta medida no sorprende a nadie: A pesar de seguir recibiendo hasta la fecha subsidios multimillonarios, DOTA viene hace años realizando una desinversión en la línea, no renovando unidades, no invirtiendo en el servicio técnico, e incluso poniendo en riesgo la vida de usuarios y trabajadores. Esto le costó la vida al trabajador David Ramallo, muerto por trabajar en condiciones inseguras. En diciembre la empresa ya presentó un Procedimiento Preventivo de Crisis (PPPC), amenazando con cerrar la cabecera de Barracas y despedir a más de 200 trabajadores. Con esta amenaza pretende extorsionar a los trabajadores para que acepten el plan de recortes, supuestamente para evitar despidos. Sin embargo, el recorte de ramales es un salto en el vaciamiento que la empresa monopólica ejecuta sobre la línea, que evidencia aun más la complicidad del gobierno y no garantiza que no haya nuevos despidos.
Los ajustes son ataques al pueblo trabajador
En línea con las suspensiones, despidos y cierres de establecimientos en la industria y el comercio provocados por el brutal plan de ajuste de Macri y el FMI, los recortes de DOTA en la 60 (y los proyectados en la línea 74) están lejos de ser un caso aislado. Ya otras empresas de colectivos como Puente SAT (que maneja las líneas 112, 165 y 243), ERSA (que opera también en ciudades del interior) y esta semana Expreso Lomas, realizaron vaciamientos en diferentes líneas. En todos los casos, los perjudicados son tanto los trabajadores de esas líneas; como los pasajeros, generalmente trabajadores, estudiantes o vecinos de los barrios populares que no pueden procurarse otro medio de transporte.
En el caso de la 60, además, de pasar este ataque, de recortarse los ramales y quedar cientos de choferes y técnicos en la calle; las patronales se anotarían un gran triunfo contra una línea siempre rebelde y combativa, que supo estar al frente de todas las luchas, especialmente en el conflicto de 42 días sucedido en 2015.
¡No al cierre de ramales! ¡La 60 bajo control obrero!
Todos sabemos que DOTA es uno de los grandes monopolios del transporte automotor. Hay que exigirles que muestren sus libros contables a los trabajadores y ahí veremos si es verdad que “no le dan los números” o si están desviando dinero hacia otras inversiones y a la bicicleta financiera. Y si la empresa no quiere mantener los ramales e invertir para garantizar los salarios, condiciones laborales y un servicio seguro y eficiente, que la línea pase a manos del Estado que hace años la viene subsidiando. Y para garantizar que funcione eficientemente son los propios trabajadores los que deben controlarla. Esto se comprobó en el conflicto del 2015. Los trabajadores de la 60 mantuvieron el servicio bajo su propia organización y con la colaboración de muchos usuarios, sin cobrar boleto, presentando incluso algunas mejoras en la frecuencia. Con esa acción demostraron que los trabajadores organizados tienen la capacidad para manejar la línea aún mejor que las empresas, y seguir brindado a la población un servicio esencial.
Hay que exigirle a la UTA que rompa su pacto con el gobierno para luchar contra este vaciamiento, convocando a un plenario de delegados para elaborar un plan de lucha, en apoyo a los trabajadores de la 60 y otras líneas en conflicto; y pelear por salario, por los puestos, por seguridad y en defensa de los convenios.
Y fundamentalmente, hay que empezar a presentar resistencia a este saqueo, rodeando de solidaridad a los trabajadores de la 60, participando de las instancias de organización que vienen convocando, para prepararse para una lucha decisiva.