El día 4 de julio comenzó el juicio oral por el femicidio de Karen Arias, los familiares llegaron marchando desde la Plaza de San Justo, acompañados por el SUTEBA MATANZA, Lucha Mujer y el PSTU así como otras organizaciones políticas que estuvimos acompañando todo el proceso previo, hasta el día 13 de julio en que se dictó la condena a veinticuatro años de cárcel para Sebastián Rodríguez.
Por supuesto que esto no termina acá porque el femicidio es el último paso en la escala de violencia, a la que nos exponen. La precarización, la explotación laboral, la falta de recursos económicos, de jardines iniciales y maternales, educación sexual verdadera en las en las escuelas, los embarazos no deseados y los abortos clandestinos, también son violencia encubierta que en muchos casos terminan en muerte.
Lamentablemente, el día de la sentencia por Karen, mientras transcurría la audiencia era sepultada Milagros, sobrina de Karen quien en un episodio por lo menos confuso recibió un balazo en la cabeza a la salida de un cumpleaños muy cerca de su casa en el barrio 22 de enero. Durante el velatorio se escuchó decir a Vanesa, la mamá: “-Ahora me tocó a mí-“. Como si fuera de esperar que algún día le toque a quien tuviera enfrente, estar velando a su hija en esta locura de violencia cotidiana. Porque no queremos más esto, no queremos que celebrar sea peligroso, que su único futuro sea el de ser madres o novias, tenemos que organizarnos para exigir a las autoridades programas reales y serios, con presupuesto, de apoyo a las jóvenes, con recreación, dar formación, deportes y arte para que puedan tener un horizonte, un proyecto que les haga ver que la vida se construye de acuerdo a su voluntad y nadie más que ellas mismas puede decidir qué camino tomar.