Con sus idas y vueltas respecto de los gobiernos o las situaciones de turno, los dirigentes de la principal central sindical (y sus divisiones ocasionales) han tenido como centro lo que ellos llaman “garantizar la paz social”. Eso significa, lisa y llanamente, evitar tanto como sea posible que la clase obrera salga a la lucha y derrote los planes patronales e imperialistas de saqueo y explotación. Fue así desde hace décadas, hasta el punto que apoyaron la dictadura militar. Lo mismo vimos desde 1983 a esta parte. Eso dio un salto en la complicidad con el gobierno de Menem, sus privatizaciones, precarización y entrega.
Mientras tanto, los “capos” gremiales fueron corrompiéndose cada vez más -volviéndose, muchos de ellos, empresarios millonarios- y eliminado de las organizaciones todo resto de carácter democrático y de lucha: Persiguiendo a opositores, manipulando congresos, evitando las asambleas, etc. En ese sentido, las múltiples rupturas (y unificaciones) que esta central tuvo no respondieron a la voluntad de los trabajadores afiliados, sino a los acuerdos de los diferentes cabecillas con políticos patronales.
De este modo, y con el doble objetivo de contener las luchas y ensanchar su propio poder y riquezas, los referentes gremiales transformaron a nuestros sindicatos de organizaciones para la defensa de los intereses de todos los trabajadores, en virtuales “emprendimientos privados” de su propiedad.