La realidad desnuda cualquier discurso y los hechos indican que las fuerzas represivas no están para “cuidarnos” como dicen los medios y el propio Gobierno. Están para “cuidar” los negocios de los empresarios, políticos patronales y delincuentes. Para eso, los altos mandos no tienen problema en mandar a reprimir, amenazar, secuestrar, torturar y matar a los trabajadores y sus hijos. Es por eso que esas fuerzas represivas deben ser desmanteladas, hay que terminar con ésa maquinaria que mantiene los negociados de arriba y tiene al pueblo a punta de pistola.
La sub-oficialidad y la tropa deben tener derecho a negarse ante una orden de represión, y para eso debe tener el derecho a sindicalizarse. Los comisarios y altos mandos deben tener cargos revocables. Los archivos de la dictadura (tanto del Gobierno, como de los servicios de inteligencia y la Iglesia) deben abrirse para separar de las fuerzas, juzgar y mandar a cárcel común a todos los responsables militares, policiales y civiles del genocidio, así como de toda medida represiva contra los trabajadores y el pueblo, como la desaparición de Maldonado o Julio López, a través de jurados populares integrados por figuras de los DDHH, como Nora Cortiñas y Adolfo Pérez Esquivel. Los jueces deben ser electos por la población, y revocables por decisión popular. Deben ser disueltos la totalidad de los servicios de inteligencia, y prohibida la inteligencia dentro del país.
Este programa no será garantizado por ningún gobierno que esté al servicio de las empresas, ni el de Macri, ni ninguno de los que lo precedieron. Porque más allá de sus diferencias, responden a la clase capitalista, que necesita defender sus privilegios. Solo la clase obrera, a la cabeza del conjunto del pueblo, es capaz de llevar adelante estas tareas.
Organización, solidaridad y lucha
Los trabajadores y el pueblo argentino tenemos un triste pasado al ser víctimas de la represión estatal bajo la dictadura y también en democracia. Pero también tenemos en nuestra historia el haber resistido y derrotado a la dictadura, tirándola con la movilización, lo que hace que hoy en día aún sean mal vistas las Fuerzas Armadas por los crímenes contra su propio pueblo. También, luego del durísimo ajuste, saqueo y represión de los ´90 terminamos echando a aquellos gobiernos con la lucha popular en el 2001, derrotando para eso al Estado de Sitio y la represión brutal. Por eso debemos retomar todas las lecciones de nuestra historia.
En cada lucha, debemos llamar a la más amplia solidaridad contra el aislamiento y la represión, enfrentándola con la unidad obrera y popular. Se debe exigir a los gremios y las centrales, CGT y CTA, la más amplia difusión y repudio a todo ataque, y la respuesta más contundente: paro y movilización. Se debe llamar a la base de las fuerzas represivas a negarse a atacar dirigiéndose a ella por encima de sus mandos, como se hizo común en el Cordobazo.
Pero no alcanza sólo con la solidaridad: hace falta defenderse. Hay muchos ejemplos en nuestra historia, en que piquetes de huelga enfrentaron la represión, como la lucha de Emfer-Tatsa (2014). Allí, los obreros que quedaban en la calle por el cierre de la fábrica de vagones y carrocerías de colectivos se organizaron para defender sus puestos de trabajo, pero también para enfrentar la represión. Los 500 obreros ocuparon la planta, impidiendo la entrada de la infantería, resistieron con escudos improvisados, y repelieron el ataque usando hasta una grúa para frenar al camión hidrante. Lograron derrotar la represión en la planta y finalmente mantener sus puestos de trabajo en otras ramas ferroviarias. Esas lecciones, que tienen su base en la democracia obrera, decidida en asamblea y no en la “aventura” de un pequeño grupo, son las mismas que nos dejó el Cordobazo contra la dictadura de Onganía o el Rosariazo.
La lucha por el desmantelamiento del aparato represivo, y por la autodefensa de nuestras luchas y reclamos, son fundamentales para la pelea que se viene contra los ataques del gobierno, los capitalistas y el imperialismo.