En el programa Animales Sueltos, el ex presidente peronista señaló su opinión sobre la dinámica de la Argentina, hacia “guerra civil” o “pre anarquía”. En todo caso una situación mucho más crítica para la dominación capitalista que el 2001, donde los trabajadores y el pueblo, al grito de “Que se vayan todos”, voltearon 5 presidentes. En ese marco, habló de la posibilidad alguna forma de golpe militar, remarcando lo sucedido en Bolivia o, a su manera, en Brasil (caracterizó al gobierno Bolsonaro como “cívico-militar”).
Desde todo el arco político repudiaron sus dichos, afirmando que esa posibilidad no estaba planteada. Desde sectores afines a Duhalde se levantó la explicación de que fue un error, una exageración, pero que la propuesta central –la unidad nacional- es válida.
Los organismos de DDHH oficialistas, así como todo el kirchnerismo, salieron a criticarlo duramente, como si se tratara de un extraño, obviando que Duhalde tiene diálogo fluido con Alberto Fernández y con toda la cúpula sindical que lo apoya.
Y todos juntos, Gobierno y oposición, se apuraron a explicar que estas Fuerzas Armadas de hoy nada tienen que ver con las que dieron el golpe, y que está garantizada la continuidad democrática. El Jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas, general Juan Martín Paleo, señaló que «constituyen comentarios fuera de época» y reafirmó «el compromiso de las Fuerzas Armadas con la Constitución Nacional”.
Puro palabrerío.
Duhalde no es un loco o un chanta
El ex vice de Menem es un dirigente del principal partido del país, un operador político de primer orden para la clase capitalista. No es casual que haya sido el elegido para comandar el barco en la tormenta posterior al Argentinazo del 2001. Ahora, venía de reunirse con la jerarquía de todas las religiones del país. Tiene llegada al conjunto de las esferas del poder. Y una misión: preparar salidas para el futuro cercano, ante el agravamiento de la pandemia, de la crisis económica, y la bronca creciente de las masas populares hundidas en la miseria, el desempleo y el odio a un régimen político que empeora todas las cosas.
Él no habla para los “votos”. Habla con claridad para los sectores de poder. Por eso, es tan brutal –incluso exagerado- al señalar la perspectiva de un caos. Que es la denominación que él le da a la posibilidad de un estallido social. No dice pavadas. Una pobreza del 50%, la caída de la producción, la inversión y el consumo, la sangría de la Deuda, la humillación a que nos vemos sometidos los trabajadores y el pueblo pobre, son un cóctel explosivo. Sobre todo en un país donde la clase obrera no ha sido derrotada, pese a los ajustes permanentes, y mantiene su capacidad de lucha intacta, aún con la traición de toda la dirigencia sindical y de los movimientos sociales, y la adaptación a la falsa democracia de la izquierda del FITU.
Cuando Duhalde habla de “golpe”, está diciendo en voz alta lo que muchos piensan pero no se animan a poner en palabras: el terror a esa posibilidad de estallido social, y la desconfianza en que el sistema político, la Justicia y las fuerzas de seguridad alcancen para frenar la bronca. Por eso, lo suyo no fue un error ni un exabrupto. Fue una política deliberada y consciente: poner sobre la mesa como posibilidad para el futuro la necesidad de la burguesía de apelar a las Fuerzas Armadas para dar algún tipo de salida a una situación incontrolable. En ese sentido, está actuando como lo que es: un agente calificado de la gran patronal y el sistema capitalista.
Puede ser que se haya apurado, que le salga “el tiro por la culata”, pero lo dijo (y lo sostiene con convicción). Y lo hace porque la gran burguesía de ninguna manera descarta para siempre una salida de ese tipo. Sea un golpe clásico, sea alguna variante tipo “fujimorista”[1].
No lo dice cualquiera, sino quien en el 2002 intentó un cierre duro y represivo a la crisis abierta por el Argentinazo. Mandó reprimir, junto a Felipe Solá (actual Canciller), una acción de todas las organizaciones de desocupados y fueron asesinados Darío Santillán y Maxi Kostequi. La movilización popular rechazó ese intento. Si prosperaba, Duhalde hubiera completado su política de devaluación que licuó el salario, con una situación represiva generalizada.
Ese es el significado de los dichos de Duhalde, que deben ser repudiados pero comprendidos en su profundidad. Y sobre todo saber que no alcanza con repudiarlos, sino que esa perspectiva debe ser combatida, y no despreciada, “ninguneada”, como hacen el Gobierno y el kirchnerismo.
El peligro existe
Duhalde se atreve a decir esto, porque el Gobierno retrocede en todo. Cada vez que Fernández retrocede, ellos avanzan.
El Presidente sintetizó su política hacia las Fuerzas Armadas diciendo que quería una “vuelta de página”, es decir, reconciliación y olvido. Han hecho esfuerzos para demostrar que el Ejército de hoy nada tiene que ver con aquel que daba golpes. Y pusieron al ejército a repartir comida en los barrios humildes, en la peor de las demagogias, para represtigiarlo. El genocida Milani reivindicado por el oficialismo (e incluso Hebe), es un incentivo para el golpismo. Por eso, el Gobierno tiene gran responsabilidad en que un viejo golpista como Duhalde diga lo que dijo.
Todo eso es peligrosísimo, porque adormece el odio que el pueblo argentino siente por la Dictadura y las Fuerzas Armadas. Desarma a los trabajadores ante un potencial intento golpista. No se puede creer a los generales jurando respeto a la Constitución. Lo mismo hicieron Pinochet o Videla poco antes de hacerse del poder.
Al contrario, para prevenir todo intento golpista, es preciso incentivar la memoria y el odio, la movilización contra los golpes del pasado y los golpistas del presente. Denunciar todo el tiempo que las Fuerzas Armadas de hoy son las mismas que las de 1976. Y reclamar, exigir e imponer todas las reivindicaciones del movimiento de DDHH, hasta lograr el desmantelamiento del aparato represivo.
[1] Fujimori ganó las elecciones en Perú en los ´90, venido desde afuera de la política, y poco tiempo después se dio un “autogolpe”, disolvió el Parlamento, y gobernó durante más de 6 años como una dictadura, asentado en las Fuerzas Armadas y los servicios secretos, hasta que fue derrotado en el 2000 por la “Marcha de los Cuatro Suyos”