La movilización del 23 de abril juntó a un millón de personas en las calles defendiendo las universidades públicas. Desde la capital y las grandes ciudades como Córdoba, Mendoza o Rosario, hasta en pueblos como en Pehuajó, las calles se sacudieron mientras marchaban estudiantes, docentes y trabajadores de las universidades, pero también familias, escuelas secundarias, obreras y obreros que querían defender una conquista histórica como lo es la educación.
Mientras sucede esto, estudiantes alrededor del mundo se organizan y enfrentan a los Gobiernos. En Paraguay y Colombia la juventud enfrenta los recortes educativos. En EEUU y Europa, se realizan acampes masivos en las universidades en solidaridad con el pueblo palestino.
El Gobierno nacional, con un doble discurso, desfinancia las universidades porque no hay plata, pero ofrece “vouchers” para cubrir cuotas en colegios privados. Ya en la previa de la movilización, intentaron desbaratarla, a partir de difundir que habían aumentado el presupuesto que pedían desde las universidades. Pero esos aumentos se hicieron solamente sobre los llamados “gastos de funcionamiento”, o sea lo destinado a pagar luz, gas, agua. Estos gastos representan el 5% del total. Y los aumentos fueron de alrededor del 70%, con tarifas que aumentan más del 200%.
Ahora, pasada la movilización, el CIN se sentó a negociar. Y si bien los rectores siguen denunciando que las propuestas que le hace el Gobierno son insuficientes, a la vez, aplauden la “voluntad de diálogo”, llevándonos a un callejón sin salida.
¿Cuál es el proyecto de Milei?
Golpeado por la inmensa movilización del 23, Milei tuvo que salir a la defensiva, a decir que no iba a cerrar ninguna universidad. Que nuestra manifestación se montó sobre una gran mentira. Lo que no dice Milei es lo que quiere hacer con la educación pública.
Su proyecto no es más que la continuidad de las políticas privatistas de los 90’, basadas en el Consenso de Washington. El objetivo de estas políticas es transformar la educación en una mercancía, o un “servicio”, como suele llamarse. Y a la vez, poner esa generación de conocimientos al servicio de las necesidades empresariales.
De hecho, su propuesta de Vouchers, que difundió en la campaña electoral, no es nada novedosa. Se trata de transformar a las instituciones educativas en empresas, que compitan por la matrícula. De modo que las escuelas que reciben más recursos son las que reciben más estudiantes. Algo que no tiene nada que ver con la calidad educativa ni con un proyecto de país soberano, pero más adelante abordaremos ese problema.
Las bases para el plan
El camino que está eligiendo Milei para avanzar en este proyecto parece ser forzar un salto en el arancelamiento. Es decir, el cobro de la universidad por sus “servicios”, aún se mantenga siendo pública. Una baja enorme en el presupuesto deja a las instituciones frente a dos soluciones, o cierran, o buscan la plata en otro lado. De hecho, la idea que deambula de cobrarle la universidad a la población migrante va en ese sentido.
Las bases para esto ya están presentes. La Ley de Educación Superior, herencia del menemismo, da potestad a las universidades para “generar recursos propios”. En criollo quiere decir que las propias universidades pueden buscar financiamiento por fuera del Estado. Esto se hace a través de muchos mecanismos.
El primero es el arancelamiento directo de carreras. Ejemplos de esto son la carrera de psicopedagogía en la Universidad de la Matanza, o la Universidad Virtual de Quilmes. También se encuentran arancelados los diferentes posgrados, ya sean maestrías, doctorados, etc. Y en algunos casos, como en varias facultades de la UBA se arancelan cursos de idiomas, que muchas veces son necesarios para la investigación en las carreras.
El último mecanismo es el aporte de fundaciones dedicadas a las educación que no son más que empresas privadas que invierten para garantizar injerencia en los planes de estudio.
Si bien la LES pone límites al financiamiento “propio” de las universidades, no deja de darle a Milei bases fuertes para avanzar en su plan. Este “armazón” ha sido sostenido por todos los últimos Gobiernos, sean del signo que sean.
Educación pública ¿para qué?
Aún con estas contradicciones, nuestro sistema educativo ha resistido a los ataques neoliberales. Por ejemplo, ante el intento de Lopez Murphy justamente de arancelar la UBA, se desató un conflicto enorme que terminó pasando por encima al entonces ministro.
Universidades como la UBA o la UNLP gozan de un prestigio internacional y su acceso es irrestricto.
Sin embargo, uno no puede evitar ver cómo eso se contradice con la vida en nuestro país. Milei utiliza estos datos de forma hipócrita para justificarse, pero no dejan de ser parte de la realidad.
El 60% de la Argentina está por debajo de la línea de pobreza. El 50% de los trabajadores se encuentra en la informalidad. Según la UCA, el 30% de los niños de nuestro país sufrieron inseguridad alimentaria durante el último año ¿Cómo sucede esto en un país que exporta científicos a distintas partes del mundo? ¿Cómo sucede esto en un país que tiene litio, petróleo, oro, plata, agua y que supo producir alimentos para 10 veces su cantidad de habitantes?
La educación está al servicio de la ganancia empresarial
A menudo escuchamos a políticos hablar, por ejemplo, de que la educación secundaria tiene que formar para el trabajo. Esto se termina traduciendo en que los estudiantes secundarios trabajen de forma gratuita para empresas privadas como parte de su formación. Así lo dictan los planes educativos en CABA y también en provincia de Buenos Aires (aunque restringido a las escuelas técnicas)
Al mismo tiempo, la UBA recorta parte de los planes de estudios de Medicina y todas las carreras de ingeniería ¿Para qué? Para trasladar esos contenidos a los posgrados arancelados.
Cientos de miles ingresamos a las universidades públicas, pero muchos no llegan al final. Porque en medio la plata no alcanza, hay que trabajar más y en peores condiciones, quitándonos tiempo de estudio, tanto en las cursadas como en nuestras casas.
Cómo decíamos entonces, la educación pública que tenemos es una gran conquista que está siendo atacada, y que debemos defender. Pero esa defensa no puede quitar un cuestionamiento de fondo: este sistema educativo, aún con sus grandes virtudes, tiene como objetivo perpetuar un modelo de país sometido. Donde lo que mandan son las ganancias de las multinacionales, de los banqueros, y sus socios, los terratenientes y los empresarios nacionales.
A través del financiamiento, a través de la acreditación de los planes de estudio, y sobre todo a través de los planes de los gobiernos, imponen sus necesidades (hacer más plata) dentro de los sistemas educativos.
Los países imperialistas no solamente se roban nuestros recursos naturales. También se apropian del conocimiento generado en nuestro suelo para ponerlo a su servicio.
Por una educación al servicio de los trabajadores
Retomando, nuestro sistema educativo responde a un modelo de país sometido, una semicolonia dependiente del imperialismo. Entonces nuestro camino pasa, necesariamente, por cambiar ese modelo.
Como en 1810, tenemos que realizar una nueva revolución que rompa nuestras cadenas. Una revolución en la que los trabajadores, los excluidos y los parias de la sociedad tomen las riendas del país, y pongan nuestros recursos en función de mejorar nuestra vida.
Por ese camino debemos andar para conquistar una educación que realmente responda a nuestras necesidades. La ciencia por ejemplo, debe investigar cómo terminar con los problemas de abastecimiento energético que dejan a miles de hogares sin luz cada verano. O cómo aprovechar nuestros recursos, como el litio, para llevar adelante una transición energética que no comprometa al medio ambiente en el que vivimos. O cómo tratar el mal de chagas, el paludismo, el dengue y demás enfermedades que azotan a los sectores más pobres.
Un sistema educativo nacional, gratuito y de libre acceso, garantizando edificios en condiciones a partir de un plan de obras públicas, y de la expropiación de todas las instituciones educativas en todos los niveles y terminando con la educación religiosa.
El movimiento estudiantil tiene una historia de lucha muy convulsionada, partiendo de la reforma universitaria de 1918, pasando por el Cordobazo y llegando hasta hoy. Debemos retomar esas tradiciones para, junto al movimiento obrero pelear para saldar cuentas con la historia
“Los dolores que quedan son las libertades que faltan” reza el manifiesto liminar de la reforma universitaria, y más adelante anuncia: “si en nombre del orden se nos quiere seguir burlando y embruteciendo, proclamamos bien alto el derecho sagrado a Ia insurrección. Entonces Ia única puerta que nos queda abierta a Ia esperanza es el destino heroico de la juventud.”