El imperialismo, es decir, el dominio mundial de los monopolios cuyas casas matrices están en Estados Unidos, Alemania, Inglaterra, Francia, Japón y pocos países más, garantiza sus ganancias no sólo explotándonos directamente a los trabajadores allí donde invierten para producir o extraer riqueza (agroindustria, minería, petróleo, industria automotriz, siderurgia, etc.) sino que utilizan otros mecanismos, como la Deuda Pública. Pero, por una u otra vía, toda la ganancia sale de la producción material y se reparte entre las distintas patronales vía precios. Es tal el grado de productividad alcanzado que se estima que hay 15 veces más dinero en el mundo puesto en especular con las finanzas que en producir granos, autos, etc. Algunas de las formas más usuales de alcanzar ese rendimiento es despedir y aumentar los ritmos de trabajo para producir lo mismo o más con menos personal; o bajarnos los salarios mediante la inflación y con paritarias a la baja y quitando conquistas de los convenios colectivos. Pero la sed de ganancias capitalistas no tiene límites. Y si la productividad no sigue creciendo, los márgenes se achican. Por eso -si bien lograron una parte de la reforma jubilatoria- fue un golpe muy duro para ellos que el 18/12/17 haya quedado empantanada la reforma laboral que ya habían acordado Macri y la CGT. La lucha de clases explica en gran parte la aceleración de la crisis y la intención del Gobierno de salir del «gradualismo» en el ajuste. Vienen por todo. Nos aprietan por empresa para que aceptemos más flexibilidad laboral, llegando incluso a importar lo que veníamos produciendo.
Desde que Cavallo, presidente del Banco Central hacia el final de la última dictadura militar, estatizó las deudas privadas de empresarios como Macri (Grupo SOCMA), todos los gobiernos patronales reconocieron esa estafa y nos la hicieron pagar a todos los trabajadores durante generaciones. Pero precisamente como es un fraude, más pagamos y más nos endeudaron con intereses usurarios.
Los saldos favorables del comercio exterior (la diferencia entre exportaciones e importaciones) permitieron disponer de dólares para pagar esos intereses, luego del «default» (suspensión de pagos) y la devaluación brutal del 2001 que redujo a un tercio nuestros salarios, estimulando las exportaciones. Cristina dijo orgullosa ser «pagadora serial» con estas reservas. El Banco Central se «refinanciaba» emitiendo nueva deuda mediante pagarés o bonos en pesos (Lebac) a tasas de interés cada vez más altas que las del Tesoro de Estados Unidos (le llaman «riesgo país» a esa diferencia). Así atrae especuladores interesados en adquirirlos para hacer la «bicicleta financiera», en lugar de dólares, como sucedió a fines de abril con el fondo de inversión liderado por Morgan Stanley, acelerando la fuga de divisas.
Nuestro país básicamente exporta granos y otras materias primas («commodities»). De allí viene gran parte de los dólares que el gobierno usa. Pero no alcanzan ya ni siquiera para cubrir esos mayores intereses (45% anual) cuando vencen los plazos para responder por esos bonos. Es decir, es el camino -que quieren evitar- a un nuevo «default». El gobierno ya dispuso ahora de 15.000 millones de dólares del FMI -a una tasa de interés menor- para «canjear» esos bonos mes a mes hacia fin de año. Cuanto más pesos equivalga cada dólar, más deuda en pesos quedará «cubierta» por esos dólares. Por eso el FMI limita el uso de su «préstamo» para frenar «corridas cambiarias», «libre flotación» al menos hasta estabilizar un dólar alto que sea referencia para las patronales. Además, esta devaluación del peso y la consiguiente inflación que duplica lo firmado en paritarias -como ya vimos- achica nuestros salarios aumentando las ganancias, que se disputan los empresarios