Por Francesco Ricci
Uno se sorprendería ante el coro conmovido con que gran parte de la llamada izquierda política y sindical llora la muerte del Papa.
Desde los dirigentes de Rifondazione Comunista hasta los de varios grupos neoestalinistas, desde los dirigentes de los sindicatos confederales hasta los de varios sindicatos de base, en todas partes se eleva una sentida plegaria por la muerte del papa Francisco.
Iglesia y poder
Uno se sorprendería, decía, si no supiese que, como parece afirmó en su época Enrique de Navarra, que se convirtió al catolicismo para tornarse el rey Enrique IV, «París bien vale una misa». Desde hace siglos, nadie accede al poder sin besar el anillo de Pedro.
Es entonces comprensible que dirigentes de una «izquierda» que ha prestado servicio en gobiernos imperialistas, apoyando sus políticas antiobreras y de guerra social y militar, una izquierda que aspira un día a volver a ponerse la librea del mayordomo de un gobierno patronal, acuda en masa al son de la sentencia de muerte.
Desde hace años, las referencias a las palabras del piadoso pastor resuenan en los congresos de esta izquierda con más frecuencia que las de Marx. El conocimiento de las encíclicas papales ofrece en realidad mayores garantías de fiabilidad a los ojos del capital que el conocimiento de El Capital.
Si, sin embargo, se explica así un cierto fervor místico, ¿cómo se explica este auténtico culto al papa Francisco que barre décadas de batallas si no revolucionarias, al menos seculares? ¿Cómo es posible que se olvide el papel reaccionario que, durante siglos, ha desempeñado la religión en general y la católica en particular? ¿El papel de ser desde siempre uno de los principales puntales del sistema capitalista y su barbarie?
Por lo que leemos, algunas de las invocaciones del papa Francisco por la “paz”, en forma de sermones dominicales, son apreciadas en estos círculos.
Naturalmente, para apreciarlo hay que prescindir del hecho de que la “paz” de la que hablaba el difunto Papa implica, como corresponde a quien promete el paraíso en el más allá, la sumisión en este mundo, en el más acá. Una paz entre las clases, entre imperialistas y pueblos oprimidos, entre explotadores y explotados. Sin perjuicio, por supuesto, de la posibilidad de una oración al Todopoderoso para que, con la ayuda del Hijo y del Espíritu Santo, en una triple formación, intervenga para mitigar los males del mundo.
Males que hay que soportar con espíritu cristiano. Así como la mujer debe aprender a someterse al hombre y a renunciar al derecho al aborto (que el piadoso padre definió como “homicidio”). Así como los homosexuales no deben pecar de… “mariconería”, como soltó una vez el santo varón (algunos izquierdistas radicales dijeron que, aunque la expresión aparecía deplorable, en el fondo revelaba un rasgo de “veracidad” del vicario de Cristo).
Pero si realmente causa cierto disgusto ver el celo con que ciertos dirigentes llamados de izquierda rezan el rosario, olvidando las campañas llevadas a cabo por la Iglesia contra los derechos civiles; si da vergüenza ajena constatar cómo estos neófitos «acólitos» y «lamebotas» quitan la naturaleza y el papel de la Iglesia, uno de los Estados más reaccionarios del mundo, que lucra con la pobreza teniendo un patrimonio billonario, alimentado además por una financiación estatal de 8%, por exenciones fiscales, por ganancias sobre la sanidad privada que con alma piadosa ofrece a cambio de una sanidad pública desmantelada por políticos creyentes… si todo esto provoca repugnancia, es verdaderamente insoportable que quieran siquiera presentar al difunto Francisco como un progresista.
El Papa y la dictadura argentina
No estaría de más entonces ir a releer algo sobre los orígenes de este santo hombre. Cuando fue nombrado, durante un breve tiempo circularon algunas investigaciones periodísticas, entre las que recomendamos (sobre todo a los espíritus piadosos) las del periodista y militante de derechos humanos argentino Horacio Verbitsky (1), que arrojan luz sobre la complicidad de la jerarquía católica con los torturadores argentinos y sobre el papel central que jugó en ello Jorge Mario Bergoglio, quien luego se convirtió en el papa Francisco.
Toda la información estaba disponible, pero pronto fue eliminada no sólo por los medios de comunicación burgueses sino también por los apologistas de izquierda del «Papa de izquierda».
Sin embargo, ese Francisco que hoy llora cierta izquierda fue, durante la dictadura argentina, el número dos de la Iglesia católica en ese país, y al igual que su superior directo (Pio Laghi), mantuvo relaciones amistosas y ofreció pleno apoyo a los militares.
Además de esta clara complicidad con el régimen, Verbitsky escribe sobre algunos otros episodios específicos relacionados con Bergoglio. En particular, documenta cuando el alto prelado supuestamente dejó al régimen del cual era amigo a algunos sacerdotes de base no deseados porque de alguna manera aparecían como opositores, haciendo saber a los militares que estos sacerdotes ya no gozaban de la protección de la Iglesia (sin cuyo beneplácito ningún sacerdote era tocado). Así como, según la investigación de Verbitsky, Bergoglio habría directamente señalado a la represión a otros sacerdotes que no estaban dispuestos a bendecir con incienso las masacres del régimen.
Este era el difunto Santo Padre y esta ha sido la función de la Santa Madre Iglesia durante siglos: siempre fiel al dios de la ganancia.
Por eso, hace mucho tiempo, un comunista (ciertamente poco piadoso y nada temeroso de Dios) concluyó uno de sus famosos libros escribiendo que a papas y patrones «la historia los ha clavado en esa picota eterna de cual todas las oraciones de sus sacerdotes no podrán redimirlos» (2).
Traducción: Natalia Estrada.
(1) Horacio Verbitsky, autor de numerosos libros sobre la represión durante la dictadura militar en Argentina, que causó más de 40 mil víctimas (30 mil desaparecidos). Véase en particular su El vuelo [Il volo] (1995, edición italiana Fandango, 2006). Sobre el tema de la complicidad de la jerarquía católica en general y de Bergoglio en particular con las masacres en Argentina, se puede leer el bien documentado libro de Verbitsky La isla del silencio. El papel de la Iglesia en la dictadura argentina [L’isola del silenzio. Il ruolo della Chiesa nella dittatura argentina] (la edición italiana es publicada por Fandango libri, 2006, última edición 2021).
(2) Se trata del poco pío Karl Marx, que concluye su obra La guerra civil en Francia con estas palabras verdaderamente «inmortales».