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EL VIRUS NO DISTINGUE CLASES, EL CAPITALISMO SÍ

Con la batería de restricciones que el Gobierno dispuso durante nueve días, solito dejó al descubierto una más de sus mentiras. En el mundo de fantasía que pintaban, los protocolos que se aplicaban para contener los contagios en los lugares de trabajo eran perfectos, infalibles. Las reuniones sociales fueron el chivo expiatorio, el demonio que agitaban para justificar las altas cifras de contagios.

Pero así como sucedió con las clases presenciales, la realidad los obligó a rectificarse (en parte). Cuando, decreto mediante, autorizó a funcionar solamente a las industrias esenciales, el Gobierno reconoció que los protocolos no eran tan infalibles como decía.

Por supuesto que las reuniones sociales representan un foco de contagios. Lo representan tanto como un vagón de tren lleno en plena hora pico, o una línea de producción donde los trabajadores se encuentran en constante contacto. Los protocolos no son infalibles como quiso vender el Gobierno, en el mejor de los casos mitigan el peligro de contagio, pero no lo eliminan.

Y esto no es ninguna novedad. Hay cifras concretas. En Acíndar de Villa Constitución, un 22,78% de la planta ha contraído el virus. Una cifra que está muy por encima de la media tanto de Villa Constitución, como de la provincia de Santa Fe e incluso de la nacional. ¿Hay una explicación para esto que no sea que el virus circuló dentro de la fábrica? 

Pero el problema no termina ahí. Porque estos protocolos muchas veces ni siquiera se cumplen. Elementos de protección que no se entregan, contactos estrechos que no son reconocidos ni se los aísla y demás, son moneda corriente. 

 

Sálvese quien pueda

 

Mientras las y los trabajadores damos la vida, hay quienes pueden tomarse un avión y vacunarse en Miami. Son los Macri, Suar y otros más. Empresarios, que administran sus negocios desde sus mansiones lujosas (demostrando una vez más que los patrones no son necesarios para producir) y no salen a exponerse.

Cuidarse del virus es muy difícil cuando ni siquiera se tiene acceso a agua potable, como es el caso de 6 millones de argentinas, argentinos e inmigrantes pobres. Lo mismo se aplica a los habitantes de los más de 4 mil barrios populares en nuestro país que viven hacinados y expuestos a contagios masivos.

Somos las y los trabajadores quienes nos vemos realmente afectados por el colapso sanitario. Quienes sufrimos el vaciamiento de los hospitales públicos y obras sociales. Mientras quienes tienen recursos a sus disposición ya tienen una cama reservada.

Esta contradicción es la cruda realidad de la pandemia. Donde la mayoría de las muertes las ponemos las y los más pobres. Se dice mucho que el virus no distingue clases, pero el sistema capitalista sí lo hace.

El punto cúlmine de esta desigualdad es el acopio que han hecho las grandes potencias del mundo de las vacunas. Dejándonos a nuestra suerte a quienes vivimos en países de la periferia y no podemos pagar un pasaje millonario para ir y vacunarnos.

Pero el problema va incluso mucho más allá, pese a sus sucesivos llantos por la crisis económica. Según la ONG Oxfam, durante el año pasado los 10 más ricos del mundo aumentaron su patrimonio en 540 mil millones de dólares. Mientras, las miles de millones de familias que se han hundido en la pobreza durante la pandemia tardarán décadas en recuperarse si es que llegan a hacerlo.

Podríamos decir que pandemia y capitalismo juntos forman un cóctel mortal.

 

Que la pandemia no la paguemos quienes menos tenemos

 

En estas circunstancias, necesitamos medidas para no seguir sumando muertos ni infectados. Las últimas medidas del Gobierno demuestran que se puede hacer algo para frenar los contagios, pero es insuficiente. Nueve días no alcanzan para dar aire al sistema de salud, mucho menos cuando no hemos terminado de ver los resultados. Incluso infectólogos cercanos al Gobierno han insistido en que es necesario hacer cierres más prolongados.

Por eso hay dos medidas que son urgentes. La primera es realizar un cierre total, y que solo trabajen los realmente esenciales. Y garantizando el pago total de los salarios a los trabajadores no esenciales, más el sustento garantizado para las familias de los comerciantes, autónomos o cuentapropistas que no puedan trabajar.

La otra medida es acelerar la vacunación. Necesitamos más vacunas ahora mismo. No podemos esperar a que la OMC se decida a liberar las patentes. Cada segundo que pasa son vidas humanas que se pierden. El Gobierno tiene que autorizar ya mismo la ruptura de patentes y poner a producir inmediatamente la Sputnik V y la vacuna de AstraZeneca en todo laboratorio donde sea posible.

Algunos sectores de trabajadores, como los choferes de colectivo ya se encuentran luchando por ser incluidos en el plan de vacunación. Creemos que todos los trabajadores esenciales deben ser vacunados prioritariamente pues son de los más expuestos al virus. Por eso es necesario organizarse e imponer a las direcciones sindicales que dejen de aislar a todos estos sectores y encabecen la pelea por vacunas para todos y todas.

Sabemos que muchas compañeras y compañeros no están muy de acuerdo con todo lo que signifique un confinamiento. Y no es para menos después de la experiencia del año pasado, con el Gobierno de Alberto Fernández extendiendo una cuarentena que no era tal, puesto que al poco tiempo la gran mayoría se encontraba trabajando, y los índices de pobreza despegaron por los aires. Necesitamos una cuarentena para los sectores obreros y populares, donde los platos rotos los paguen quienes más ganaron en esta pandemia. Y acelerando la vacunación para que el confinamiento dure lo menos posible.

Queda en nuestras manos pelear por nuestras vidas y las de nuestras familias. Es hora de empezar a organizarnos para no seguir pagando con muertos esta crisis.