Actualmente se está desarrollando una crisis que afecta todos los aspectos de nuestra vida cotidiana. Con la propagación del coronavirus y la implementación del Aislamiento Obligatorio nada de lo que era permanece tal cual. Así es que nos encontramos en las calles, en el almacén y en el transporte público usando barbijos y evitando los saludos.
La cuarentena sirvió de excusa a los empresarios de diferentes ramas para cumplir sus ambiciones que no lograron imponer en el pasado por la resistencia de los trabajadores. La CGT firmó un acuerdo vergonzoso para rebajar los salarios. Las empresas suspenden y despiden. Luego de hacer esto presionan y Alberto Fernández les regala una «cuarentena ligth» a su justa medida.
Así estamos miles de trabajadores frente a la catástrofe que nos amenaza. Viendo cómo quienes deberían defendernos nos entregan en bandeja.
Los que trabajamos en la Sanidad pareciera que estamos en un mundo aparte. Nunca paramos de trabajar porque somos «esenciales». Médicos, enfermeros, camilleros, operarios de la industria farmacéutica, fleteros, etc. Pero aunque las fábricas de remedios y clínicas privadas nunca pararon las patronales hacen oídos sordos a nuestros reclamos. Así es que sanatorios enteros como la Clínica Providencia se convirtieron en focos infecciosos. Otros bajan salarios como por ejemplo el Hospital Italiano. Los laboratorios farmacéuticos que están teniendo récords de venta aún no se han sentado a hablar de las paritarias que están vencidas. Muy pocos han otorgado un bono de reconocimiento a sus empleados por el esfuerzo realizado.
La situación es contradictoria: Daer dirige un gremio que está en condiciones de pedir más y a la vez conduce una Central que firmó un ajustazo. En la base del gremio se siente la bronca y en algunos establecimientos se empieza a reclamar por bonos, adicionales, condiciones de higiene.
Los delegados en un principio toman los reclamos, pero reciben el tirón de oreja de la dirección del Sindicato y en su mayoría se borran. Situaciones como esta se repiten en laboratorios y clínicas.
Entonces las empresas avanzan. Porque los vacíos no existen. Y lo que empieza como una lucha ofensiva termina siendo un retroceso.
La impotencia se siente. Entonces uno se desanima, se frustra. ¿Acaso no hay manera de cambiar esto? «La crisis de dirección del movimiento obrero es tal que termina pasando esto» me dice una amiga por teléfono.
Vayamos por partes con este concepto.
«Crisis de dirección revolucionaria del proletariado» es el nombre que le da Trotsky en 1938 a la degeneración de las organizaciones históricas de la clase obrera, en particular la Socialdemocracia y la III Internacional bajo la dirección del Stalinismo. Direcciones que llevaban al proletariado a la política de conciliación de clases. Es decir, una política que propone negociar con el enemigo, creyendo que los trabajadores podemos lograr algún tipo de acuerdo justo con los patrones o con los gobiernos que siempre favorecen a los ricos.
Esto no es algo que uno lo dice porque está en un libro de Trotsky de hace 70 años. Es algo que se ve y se palpa. Nos entregan cuando queremos salir a luchar, si antes era la Socialdemocracia y el Stalinismo, aquí y ahora es la Burocracia Sindical.
Entonces esto nos impone la pelea por superar esta crisis de dirección. Por eso hoy en día es tarea de todos los trabajadores impulsar la pelea por realizar en un principio asambleas en todos los lugares de trabajo. Frente a delegados que se borran y sindicatos vendidos la deliberación del conjunto de la clase es el mejor método que tenemos para impulsar la lucha. En las asambleas el activismo se desenvuelve como pez en el agua. En ese ámbito es que los activistas muestran todo su potencial como organizadores.
Pero la asamblea no alcanza. La lucha contra una sociedad en la que cada vez se concentra más y más el poder de los empresarios requiere del poder concentrado de la clase obrera. Entonces ahí es que surgen dos cuestiones. La primera es que cada asamblea se convierta en un comité de fábrica como organización superior de los trabajadores. Que se repartan las tareas, que participen los y las compañeros/as. Es una necesidad concreta. No es algo que se repite porque está en el Programa de Transición.
La segunda cuestión y tal vez la más importante de toda esta historia. Es necesario más que nunca construir un partido de la clase obrera. Un partido que se la juegue en cada lucha, que delibere y actúe, que sea creativo, centralista democrático e internacionalista.
En esta senda es la que transita el PSTU y por eso elijo construirlo todos los días. Para que la frustración y la bronca se encaucen en la lucha por una sociedad superior, el socialismo.
16 de Mayo de 2020.-