En la multifacética solidaridad a Palestina, que acompaña las diversas formas de resistencia, las flotillas se han vuelto tradición en la denuncia y en la lucha por el fin al bloqueo deshumano a Gaza por parte de Israel. Este año, el barco Zeytouna-Oliva –que partió en esa misión y fue tomado por asalto por la Marina ocupante, todavía en aguas internacionales– levantó la bandera no solo del fin del cerco a Gaza sino también la del boicot a Israel.
Hay una característica fundamental cuando se piensa la solidaridad y la resistencia. Las 13 tripulantes eran mujeres, de diversos países, entre ellas, periodistas. El 7 de octubre –luego que la mayoría quedó detenida por cerca de 48 horas–, fueron deportadas y castigadas por diez años para entrar en la Palestina ocupada.
La peculiar composición de género arrojó luz sobre el fundamental papel de las mujeres en toda la historia de la resistencia palestina y de la urgente solidaridad internacional. Al mismo tiempo en que son las principales víctimas –en Gaza, por ejemplo, la tercera causa de muerte es en la gestación, debido al cerco que les impide hasta el derecho básico de realizar el pre y el posnatal–, ellas están en la línea del frente desde siempre, en una lucha doble: contra la opresión y contra la barbarie de la ocupación israelí, en el caso de Gaza con el auxilio de la dictadura egipcia.
La flotilla femenina, que partió de Barcelona el 14 de setiembre y fue capturada por Israel el 5 de octubre, siguió el ejemplo de las anteriores y tuvo ese componente adicional.
La primera de esas iniciativas fue también la más trágica. En 2010, la llamada Flotilla de la Libertad reunía una caravana de seis barcos y 450 tripulantes. El primero de la fila –Mavi Marmara– fue atacado salvajemente por Israel, lo que culminó con la muerte de nueve turcos. La cineasta brasileña Iara Lee estaba en esa embarcación. Luego de ser deportada, contó, en entrevista a la BBC Brasil, lo que vivenció:“esperábamos tiros al aire o a los pies, de advertencia, pero ellos tiraron de verdad”.
En una muestra de la naturaleza genocida de Israel, el primer ministro Benjamin Netanyahu afirmó que “no tuve elección”. Solo en 2013, luego de la condena mundial e incluso críticas internas, pidió disculpas por el asesinato, con la intención de normalizar relaciones con Turquía. En el comienzo de este año, fue firmado un acuerdo que recompuso tales relaciones –lamentablemente a contramano de la campaña de boicot, desinversión y sanciones (BDS) a Israel– y garantizó una indemnización de U$S 20 millones a las familias de las víctimas.
Las flotillas subsiguientes –como la de las valientes mujeres ahora– demuestran que balas y fuerza bruta no callan sueños. Mientras la criminalización de la solidaridad internacional se ha acentuado, en una lógica de aislar aún más al ya sofocado pueblo palestino y silenciar las voces críticas en todo el mundo, el tiro salió por la culata. La imagen de Israel frente al mundo va de mal en peor: el proyecto sionista nunca estuvo tan deslegitimado como en la actualidad. Nadie que conozca un poco de la historia de Palestina, que mínimamente levante las banderas de los derechos humanos y de la justicia, cree en la desgastada propaganda ideológica de Israel, que tiene como uno de sus instrumentos denominar antisemitas a los críticos del sionismo y apoyarse en representaciones bíblicas para justificar su existencia.
La historia demuestra que ese proyecto político de constitución de un Estado homogéneo –por lo tanto, fundado en la limpieza étnica del pueblo palestino hace más de 68 años, la nakba (catástrofe)– sirve a propósitos coloniales en toda la región. No tiene nada que ver con religión.
Lamentablemente, los enemigos son poderosos y se mantienen a lo largo de décadas: los regímenes árabes –como el egipcio en relación con Gaza–, el imperialismo/sionismo y las elites palestinas, como bien apuntó Ghasan Kanafani en su libro La revuelta de 1936-1939 en Palestina.
La heroica resistencia palestina –que no se calla ni se dobla, dentro y fuera de Palestina– ha desenmascarado ese proyecto, y la solidaridad internacional es decisiva para hacer eco de tales voces. Inspirada en esa resistencia, la absurda criminalización de activistas e intelectuales debe servir de fomento y motivación para seguir la lucha hasta la liberación de Palestina.