La caída de Caló no trajo grandes cambios en el gremio metalúrgico
El lunes 21 de marzo, la mayoría de los dirigentes de las más importantes seccionales de la UOM, decidieron desplazar al secretario nacional Antonio Caló, que llevaba 18 años al frente del sindicato metalúrgico. En su lugar, fue elegido Abel Furlán, secundado por Naldo Brunelli como secretario adjunto: secretarios de las seccionales Campana y San Nicolás respectivamente, muy ligados a la multinacional Techint, alineados con Máximo Kirchner y Kicillof; y, sobre todo, miembros de la dirección nacional del gremio desde hace años, y por ende cómplices de todas las entregas y traiciones: una garantía de que no habría grandes cambios en la política de la directiva del gremio. Sin embargo, en este recambio hay más que un simple cambio de nombres.
Muchos medios señalaron a esta ruptura en el secretariado nacional y la salida de Caló, como una expresión dentro de la UOM de la crisis creciente entre Alberto y Cristina. Desde otros lugares, se señaló también que muchos dirigentes seccionales se apartaron de Caló a raíz de la posición de este frente a situaciones de división en diferentes seccionales. Pero lo que casi nadie señaló, es que la causa de fondo de la caída de Caló es el desprestigio que venía acumulando tras casi dos décadas de golpes al bolsillo y las condiciones de trabajo de los metalúrgicos; que se fueron sucediendo mientras las patronales (especialmente las ligadas a la industria automotriz, agropecuaria, petróleo o minería) obtenían ganancias récord. No por nada tantos obreros festejaron la salida de quien fuera su máximo representante.
El nuevo secretariado muestra su verdadera cara
En ese sentido, la nueva directiva ya demostró que no hay motivos para tener esperanzas. Primero con las paritarias de la rama 21 (industria siderúrgica; en la que pesan mucho las seccionales dirigidas por Furlán y Brunelli), en las que los nuevos dirigentes intentaron mostrarse como los “grandes negociadores” que podían conseguir beneficios sin luchar; y terminaron arreglando el mismo aumento miserable de 45% en tres cuotas que el resto del gremio.
Luego, fue con las resoluciones del congreso. En Mar del Plata, se votaron una serie de propuestas que puede aparentar un cambio de orientación, pero que no se diferencian mucho de la línea que seguía Caló. Así, se votó una reapertura de paritarias, pero no se le puso fecha. Se decidió pedir un refuerzo del 20% para el 45% en cuotas; pero esa suma no alcanza a cubrir la inflación proyectada. Se votó que en las próximas paritarias no se iba a tomar sólo la canasta básica de alimentos como índice para discutir los salarios; cuando los metalúrgicos necesitan que su salario igual a la canasta familiar total. Se abrió peligrosamente la puerta a la revisión del convenio; que es lo que las patronales vienen buscando para avanzar en la eliminación de conquistas. Se habló de crear una UOM más federal y representativa; pero no se dijo ni una palabra acerca de garantizar un control efectivo de las cúpulas por la base.
Y por su puesto, en ningún momento se mencionó siquiera la posibilidad de lanzar un plan de lucha nacional. La presencia del gobernador Kicillof, más allá de remarcar la alineación de los nuevos dirigentes con el kirchnerismo más puro; fue una señal de que la UOM va a seguir garantizando la “paz social”: es decir, que los metalúrgicos pasen cada vez más hambre, pero sigan callados y no pongan en riesgo el orden político. En resumen, la UOM sigue con la política de Caló, pese a la caída del propio Caló
Toda la dirigencia es el problema
Es que tanto Caló como Furlán no son el problema en sí, sino parte del problema. El problema de la UOM son la camarilla que la dirige: dirigentes atornillados a sus cargos desde hace décadas, socios y amigos de las patronales y gobiernos que nos explotan y hambrean; y sobre todas las cosas, absolutamente dependientes del estado, sus ministerios, que los financian a través de varios medios como la caja de las obras sociales.
Una camarilla que acomodó el funcionamiento interno del sindicato para evitar perder su dominio sobre él, fuente de enormes privilegios: prueba de eso son las paritarias negociadas a espaldas de los trabajadores, la casi imposible presentación de listas en las elecciones de seccional; o la propia caída de Caló, en la que los acuerdos secretos y cambios de bando que la precedieron, la hicieron más parecida a las intrigas palaciegas de la Edad Media que a una elección seria que reflejara la voluntad de los cientos de miles de afiliados.
El sindicato que necesitamos debe ser democrático, transparente y de lucha; e independiente de las patronales y el estado. Tiene que tener reelecciones limitadas para que los dirigentes no se atornillen a sus cargos, paritarias discutidas y votadas por la base, los dirigentes deben ganar lo mismo que un trabajador promedio; y varias cosas más. Pero para conseguir esto, primero hay que sacar a esa camarilla de dirigentes eternos.
¿Cómo cambiar la UOM?
Pese a todo esto, esa camarilla no solo no es invencible, sino que tampoco es inmune a la bronca de los obreros: como se dijo al principio, esa bronca fue una de las causas de la caída de Caló. Y por eso, aunque todo demuestre que la nueva directiva es más de lo mismo, eso no quiere decir que no puedan verse obligados a hacerle frente a las patronales y al gobierno. Por el contrario, es probable que hasta que no estén seguros de tener todo el control sobre el gremio, los nuevos dirigentes intenten mostrar una cara más rebelde; o dejen correr alguna que otra expresión de bronca entre las bases, para trata de que no explote todo el gremio. Eso fue lo que pasó en Río Grande en estos días; cuando la presión de los obreros en las fábricas obligó a la dirigencia seccional a ponerse al frente de una lucha que arrancó a las patronales un aumento superior.
Y precisamente, esa es la clave de toda solución a los males que arrastra el gremio: organizarse fábrica por fábrica, seccional por seccional; para sacar nuestra bronca a la calle sin esperar a que los dirigentes se decidan a romper con sus jefes políticos. Una rebelión desde abajo, que empieza a crear la nueva organización y la nueva dirigencia que necesitamos