De quien gobierna los EE.UU. puede decirse que dirige al mundo -o por lo menos está muy cerca de ello-: la economía más grande, el ejército más fuerte, etc. Por eso, cuando hay elecciones presidenciales en este país –como va a haber en este noviembre-, muchos están atentos para ver quién ganará y se convertirá en el futuro gobernante del planeta. ¿Puede surgir algo bueno para nosotros? Para comprender si eso es posible, hay que repasar la historia de ese país.
En 1823, mientras que en América Latina estaban concluyendo las guerras de independencia y en Europa ocurría la restauración monárquica luego de los hechos que había desencadenado la Revolución Francesa, el presidente James Monroe de los EE.UU. proponía una política exterior que afirmaba que su país actuaría para evitar cualquier intervención de países no americanos; ésta puede sintetizarse en la expresión: “América para los americanos”. En el contexto de la época, esta frase -que más tarde sería conocida como Doctrina Monroe- podía interpretarse como una reafirmación de la independencia de los nuevos países frente a la amenaza que suponía la restauración de la monarquía junto con las ambiciones colonialistas europeas. Sin embargo, en la práctica llevó a la expansión del imperialismo de los EE.UU.y a que gradualmente los países de Latinoamérica fueran convirtiéndose en su patio trasero. México es claramente un ejemplo de lo que significó en la realidad esta doctrina: la expansión de los gringos hizo que entre 1845 y 1848, como resultado de una intervención directa, perdiera el cincuenta por ciento de su territorio. Pero, frente a las dos intervenciones francesas en este país –una de 1838 a 1839 y otra de 1862 a 1867- los EE.UU. directamente no actuaron.
A comienzos del siglo XX, habiendo alcanzado su máxima extensión territorial y habiendo reducido a una semicolonia a Cuba, el presidente Theodore Roosevelt se dio una política exterior conocida como “Gran Garrote” para reafirmar el poderío que ya tenían sobre América Central y el Caribe. Los EE.UU se adjudicaron el “derecho” a intervenir en otros países para defender los intereses de los ciudadanos estadounidenses; si un país se mostraba resistente a los deseos del imperio, entonces había chance de presionarlo con una invasión para que recapacite. En las palabras de Roosevelt: “[…] aunque en contra de sus deseos, en casos flagrantes de injusticia o de impotencia, [“obligan” a los EE.UU] a ejercer un poder de policía internacional.” En otras palabras, “América para los estadounidenses”. Pero, como es mejor pagar sobornos que el salario de soldados en lucha, los EE.UU. cambiaron su política exterior a una más eficiente: la “Diplomacia del dólar”. Ésta consistió en una política de cooptación y presión económica para expandir su esfera de influencia… y en última instancia, si esto no funcionaba el recurso armado igual existía.
A grandes rasgos, hasta finales de los ’60, esta política exterior hacia Latinoamérica se mantuvo, aunque con variaciones según el contexto mundial. Con la división bipolar del mundo, y frente al miedo del avance del comunismo, en especial luego de la Revolución Cubana, los EE.UU. intentaron cooptar a numerosos gobiernos con una serie de créditos, una política de reformas y de democratización de los gobiernos para evitar el aumento de la conflictividad social y con ello la posibilidad de que se den nuevas revoluciones (la famosa Alianza para el Progreso). Sin embargo, frente al estallido de Santo Domingo de 1965, los EE.UU. decidieron invadir la isla. El creciente ascenso obrero de los años ’70 hizo que la política represiva creciera y se empezara a implementar el Plan Cóndor para evitar que estallaran revoluciones. (Ver AS 102 40 años…)
A partir de los años ’80, la política exterior estadounidense hacia nuestro continente se ha caracterizado por la “reacción democrática” que supone dar concesiones democráticas para limpiarse las manos de sangre después de la represión de los ’70 y por medio de esas concesiones cooptar direcciones para los “pactos de paz” y, frente a las dictaduras, impulsar las salidas electorales y la “democracia” como solución universal de todos los problemas. Todo esto llevó a la profundización de los planes neoliberales que habían comenzado a aplicar las dictaduras y que permitieron el vaciamiento, la entrega y el saqueo de nuestras economías.
El nuevo siglo, frente al intento de profundización de la política económica que se venía llevando a cabo en un Tratado de Libre Comercio –el ALCA-, encontró a Latinoamérica de pie con numerosas revoluciones para frenar los planes del imperialismo. El ataque a las Torres del 11 de septiembre del 2001 (que hoy no hay dudas que fue dejado pasar por el Departamento de Estado) sirvió de pretexto a Bush para lanzar su política de guerra preventiva, y la invasión a Afganistán e Irak. Pero la derrota militar en Irak, así como los procesos revolucionarios desatados en Latinoamérica y Medio Oriente, los obligó a un cambió de política. Esto llevó a que se buscara implementar medios más lavados –soft power o poder suave- para la dominación. Y así apareció Obama, el presidente negro, hijo de un inmigrante nigeriano y su política de acuerdos y negociaciones, de “preocupación” por los pobres y oprimidos, el mismo que vino a nuestro país a hablar de reconciliación y de visitar la tumba de los …desparecidos!. Y, como la situación revolucionaria mundial se mantiene, esa política también se mantiene, y en estas elecciones se expresa en “una mujer para la Casa Blanca”, es decir otro presidente que viene de un sector oprimido: las mujeres.
Sin embargo, vemos cómo el ejército estadounidense tiene presencia real en distintas bases y trabaja conjuntamente con los aparatos represivos locales. Lo que demuestra que cuando uno sigue sus lineamientos -que significan hambre, muerte para nosotros- el amo se muestra blando, pero cuando se rebelan tiene todo para reprimir. Si bien han cambiado los presidentes y los discursos, la política que vienen manteniendo desde hace un siglo es similar.
Entender esto para América Latina es central, pues al estar tan “cerca de EE.UU y tan lejos de Dios” –como decía un cantante para referirse a México- nos encontramos ante un vampiro que nos chupa la sangre. Mucha gente comparte la creencia de que según quien gane en esas elecciones puede haber un gobierno bueno, permisivo, que intervenga poco en los demás países o todo lo contrario. En otras palabras, existiría un amo bondadoso y otro malo. Comúnmente se asocia el primero con el Partido Demócrata y el segundo con el Partido Republicano. Pero, la historia de ese país y, en especial, sus últimos presidentes -uno republicano, George W. Bush, y otro demócrata, Barack Obama- demuestran lo contrario. Ambos gobiernos se llevan las manos manchadas de sangre tanto por Irak, Afganistán, etc. En última instancia, existe una única política continua que se puede expresar de diferentes maneras –a veces, aparenta ser más blanda-, pero que en última instancia es la misma: la expansión colonial del imperialismo estadounidense.