El 20 de noviembre en 1845, en la Vuelta de Obligado, un recodo del río Paraná, una tropa criolla reforzada por gauchos -enviada por Juan Manuel de Rosas-intentó cerrarle el paso a una poderosa flota franco-británica, que buscaba -por la fuerza- importar sus productos directamente a las provincias del interior; lo que hubiese creado divisiones e intervenciones extranjeras permanentes al interior del país.Y aunque las fuerzas criollas no lograron su cometido, lograron que las provincias repudiaran unidas la invasión, lo que llevó más tarde a Inglaterra y Francia a reconocer la soberanía argentina sobre sus propios ríos.
Pero siendo Rosas parte de la clase dominante estanciera -cuyo negocio era la exportación de cueros y carnes- fielmente asociada a Inglaterra -que compraba cueros y materia prima y vendía productos manufacturados en masa y a bajo precio, en perjuicio de la producción casi artesanal de las provincias-; el cierre de los ríos a las potencias que ordenó, no se debió a la defensa de un interés de todo el país. Sino al privilegio de su sector social: el poder regular la economía de las provincias que le hacían competencia, a través de la única conexión con el mercado mundial: el puerto de Buenos Aires. Es decir, lo que Rosas quería defender no era la soberanía nacional, sino los negocios de la clase social a la que pertenecía.
Clases dirigentes vendidas al capital extranjero
Las buenas relaciones de Rosas con el comercio inglés se mantuvieron durante todo su gobierno e incluso después de su caída, pese a los ataques ingleses a la soberanía argentina, como la ocupación de Malvinas o el mencionado combate de 1845. Pero esta clase de relaciones no fueron exclusividad del llamado “Restaurador de las Leyes”.
Desde el fin de la Guerra de Independencia a esta parte, a medida que se fueron formando los actuales sectores sociales dominantes, fueron estrechando cada vez más sus lazos con las potencias extranjeras, particularmente con Gran Bretaña, lazos que ponían a nuestro país en una situación de subordinación y desventaja.
Y esta situación se agravó con el tiempo, cuando, con el surgimiento del imperialismo, esas relaciones pasaron de ser comerciales a financieras: ya no solo se nos vendía productos industriales, sino que se otorgaban préstamos y se hacían inversiones que sometían el desarrollo del país a la obtención de ganancia de los capitales inversores y prestamistas. Tal es así que Argentina es citada por Lenin como ejemplo de país sometido al imperialismo ingles (1).
De esa manera se ató la economía nacional a la banca extranjera, regalándose la soberanía en el terreno económico. Y a medida que estas relaciones fueron avanzando, y esos capitales rapaces exigieron mayores garantías, se firmaron tratados con las potencias imperialistas que “legalizaron” esa situación de dependencia, completando la subordinación económica con la subordinación política, perdiendo nuestro país la soberanía también en este terreno.
Todo esto fue posible, porque la clase social y económicamente dominante, la burguesía nacional, se enriqueció a costa de entregar de esta manera la soberanía al imperialismo; convirtiéndose en su socia minoritaria en la explotación de los trabajadores y en el saqueo de los recursos. A lo mucho, podrán negociar de manera más o menos favorable los términos en los que venden el país, pero nunca llevarán hasta el final el enfrentamiento con sus amos imperiales. Y eso es la norma en todos los sectores patronales; ya sea con Macri y su sumisión hacia la ocupación británica de nuestras Malvinas, con Cristina y su entrega de Vaca Muerta a Chevrón, o con ambos y los pagos de la deuda externa
La resistencia del pueblo trabajador
En contrapartida, quienes enfrentaron en todo momento y hasta las últimas consecuencias fueron estos ataques a la soberanía la clase obrera y los sectores populares, llegando a hacerlos retroceder en más de una ocasión. Incluso, más de una vez estas masas obreras y populares han pasado por encima de sus dirigentes traidores o cobardes, para luchar contra el dominio imperial.
Y la causa de esta disposición a la lucha hay que buscarla en la realidad cotidiana, en la vida de los trabajadores y el pueblo: así como la burguesía obtiene más privilegios permitiendo los atropellos imperialistas. Para la clase obrera y los sectores populares la destrucción de la soberanía nacional solo significa hambre y explotación, significa verse convertidos en mano de obra barata, ciudadanos de segunda, extranjeros en su propio país. De esta manera, la opresión, el coloniaje que sufre nuestro país, y la explotación que sufrimos los trabajadores son dos caras de un mismo problema, y no podemos luchar con una sin enfrentar a la otra.
Esta naturaleza social de la clase obrera, hace de ella la mayor enemiga del imperialismo y sus aliados. Y por tal razón, se hace necesario que sea esta clase con sus organizaciones la que se ponga a la cabeza de todos los sectores que luchan contra el saqueo, la explotación y el vaciamiento que sufre nuestro país, para así lograr la segunda y definitiva independencia que tanto necesitamos.
[1] “Según Schiler, los capitales invertidos por Inglaterra en Argentina (…) fueron en 1909, de 8750 millones de Francos. No es difícil imaginarse qué fuerte lazo se establece entre el capital financiero (y su fiel “amigo” la diplomacia) de Inglaterra y la burguesía argentina, los sectores dirigentes de toda la vida económica y política.” El Imperialismo, Lenin- 1916
El programa obrero y socialista que hace falta
Para eso, es necesario que las organizaciones obreras dejarán de ser garantes de la “paz social” para convertirse en el centro de la coordinación de cada lucha contra el capital extranjero y sus socios políticos y empresariales del país, con el objetivo de imponer un gobierno de los trabajadores que logre la liberación nacional y social dejando de pagar la deuda externa, echando a las multinacionales, recuperando nuestros recursos y nuestros territorios usurpados como las Malvinas y estatizando los principales resortes de la economía para ponerlos al servicio de un plan económico obrero y socialista.
Pero para que esto suceda, la clase trabajadora debe primero sacarse de encima a los agentes sindicales y políticos del orden colonial que la dirigen, incluso con métodos dictatoriales; y reemplazarlos por una organización política revolucionaria formada por los más decididos luchadores, que pelee por una Segunda Independencia obrera y socialista como camino para derrotar al imperialismo en todo el continente. Esa organización es la que estamos tratando de construir desde el PSTU, y la tarea de construirla llamamos a todo aquel que se diga enemigo del capital nacional y extranjero.