Cuando Dilma salió del gobierno por juicio político en Brasil, el kirchnerismo perdió las elecciones y comenzó la debacle de Maduro en Venezuela, las corrientes populistas de América Latina vieron el inicio de una “onda conservadora”, un “avance incontenible de la derecha”. El triunfo de Trump y la crisis de la Nicaragua de Ortega dieron nuevos argumentos a esta teoría.
Los nuevos gobiernos estarían “acabando con la democracia”, constituyendo “estados de excepción”, dando “golpes parlamentarios”, contra la verdadera democracia de Lula, Cristina y Maduro.
A partir de esa definición, proponen una política de “unidad contra la derecha” (que en Argentina se llama “Frente antimacrista” para ganar las elecciones en el 2019). Y acusan a quienes, como el PSTU y sus partidos hermanos de la LIT, llaman a construir una alternativa revolucionaria, obrera y socialista, diferente a los partidos patronales, de ruptura con el FMI y no pago de la deuda externa. Nos acusan de “sectarios absolutos”, que no entendemos que los trabajadores estamos a la defensiva, y que primero hay que sacar con los votos a estos gobiernos de derecha, para después ver otras alternativas.
Con ese libreto, rechazan por “golpista” la política que proponemos los revolucionarios, de echar cuanto antes a esos gobiernos por la vía de la movilización revolucionaria. Dicen que eso es imposible, que no hay condiciones (“ola reaccionaria”), que los trabajadores estamos débiles. Y que además, como se trata de defender la “democracia”, hay que esperar las elecciones.
Lamentablemente, muchas organizaciones que se dicen “revolucionarias”, sostienen con matices este mismo análisis, que los lleva directo a la capitulación al régimen electoralista.
Esto, que fue una excusa vergonzosa hace unos años (ver recuadro), hoy se vuelve un crimen. Las luchas en nuestro país están acorralando a los Gobiernos. En Argentina, cientos de miles se movilizan en acciones obreras, en defensa de los derechos de las mujeres, de la educación, de las libertades democráticas. Y van cuatro paros generales, cada uno superior al anterior. Si eso se uniera en un plan de lucha hasta imponer sus condiciones, el gobierno no duraría dos semanas.
Límites a las luchas
Pero con este cuento, el lulismo en Brasil y el kirchnerismo en Argentina, ponen límites a las luchas, las dividen y se niegan a unificarlas, extendiendo la agonía obrera y popular, el hambre, la desocupación, los crímenes laborales. Todo al servicio de intentar recuperar el poder por la vía electoral.
Pero sobre todo para defender la “democracia”, que nos obliga a aguantar cuatro años a gobiernos mentirosos que nos hambrean. Es que el kirchnerismo, por ejemplo, sabe que si llega al gobierno no podría resolver los grandes problemas del país y su pueblo. No está dispuesto a romper con el FMI, dejar de pagar la Deuda, echar a las multinacionales, y atacar las ganancias patronales. Entonces, una nueva rebelión que tire a Macri podría ser un antecedente peligroso para ellos mismos. Se corre el riesgo que echar gobiernos patronales se haga costumbre. Por eso, el kirchnerismo lucha ideológica y políticamente contra el recuerdo del 2001. Tienen miedo de futuros 2001 que se alcen contra ellos.
Por eso, parte de la fábula es decir que ahora no hay “democracia”. Pero eso no es verdad. La democracia de nuestras constituciones es justamente esto: una democracia que los ricos y poderosos pueden usar y forzar a su gusto, para explotar más y mejor a los trabajadores. Así fue siempre.
La verdadera situación
Ocultan que desde hace años vivimos una polarización creciente de la situación política, un enfrentamiento cada vez más violento. De un lado, los países imperialistas nos tiran la crisis económica sobre nuestras espaldas, con la complicidad abierta de los Macri, o la complicidad engañosa de los Lula-Kirchner, las burocracias sindicales y el arco “opositor” patronal. Del otro, los trabajadores y el pueblo luchan incansablemente contra las consecuencias de sus medidas. Esa realidad apunta, más tarde o más temprano, al cuestionamiento de las condiciones mismas de colonización de nuestros países y de dominación capitalista. Más tarde o más temprano, habrá estallidos que pondrán todo en tela de juicio.
Es decir, contra el falso y superficial análisis político en base a los resultados electorales, se impone el análisis concreto, de las relaciones de fuerzas entre las clases y los choques inevitables que ocurrirán.
Necesitamos prepararnos para esta realidad, enfrentando unitariamente a todos los gobiernos ajustadores hasta echarlos, a la vez que construímos nuevas organizaciones de autodeterminación obrera y popular –Asambleas Nacionales de Trabajadores y el Pueblo, o la forma que asuman- y nuevas direcciones obreras y revolucionarias. Que enfrenten la falsa “democracia” de los ricos, para imponer una verdadera democracia obrera y popular.
Es decir, una política que, mientras reclama –y exige- sin sectarismo la mayor unidad para enfrentar a los gobiernos, vaya preparando las condiciones para salir de la falsa disyuntiva, de la falsa “grieta”, para construir una salida obrera, socialista e internacionalista para nuestros países.
¿De dónde sale esta fábula?
El lulismo o el kirchnerismo tuvieron varios mandatos y contaron con condiciones internacionales óptimas – la enorme alza de precios de las mercaderías que producen nuestros países- para desarrollar sus programas. Sin embargo, luego de más de una década, la situación de la clase obrera seguía siendo precaria, y nuestros países continuaban sometidos a las multinacionales y a la sangría de la deuda pública.
Cuando la crisis internacional comenzó a impactar -2011-2012-, tanto Dilma como Cristina tomaron medidas contra los trabajadores, sacando a la Gendarmeria a la calle, reprimiendo las luchas como las de los petroleros de Chubut, los docentes de Santa Cruz o los choferes de la 60 entre otros. Por eso, sectores amplios de la clase obrera y el pueblo fueron rompiendo políticamente con ellos. ¿Cómo explicar que cuando hicieron un juicio político a Dilma nadie la defendió –pese a los esfuerzos del PT y los sindicalistas lulistas-, o que el kirchnerismo perdía las elecciones?
Se negaron a reconocer que sus gobiernos habían tenido todas las condiciones para cambiar la situación de dominación de nuestros países, pero habían fracasado. Se negaron a ver sus propias limitaciones, y optaron por buscar una excusa… en el propio pueblo. Resulta que una extraña “onda reaccionaria” había provocado que los trabajadores y el pueblo les dieran la espalda, apoyando a las “derechas”. Es decir, ellos habían hecho todo bien, pero el pueblo es tonto.
Es una farsa que les sirve para intentar volver, a partir del desastre que los Macri y compañía están haciendo en nuestros países, por mandato del FMI –del cual nunca dejamos de ser miembros-.
A la vez, les sirve para llevar las inmensas luchas de nuestros pueblos a la vía electoral, “democrática”, impidiendo lo que es una necesidad acuciante: echar cuanto antes a estos gobiernos.