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La revolución que desataron las obreras

Tras dos años y medio de guerra, la situación en Rusia se había vuelto insoportable: escasez de alimentos y artículos de primera necesidad, odiseas diarias para conseguirlos, hambre y enfermedades; todo alimentaba el odio contra el gobierno del zar Nicolás II por parte del pueblo trabajador, que no tardó en levantarse
En 1917, Rusia estaba aún gobernada por el zarismo; una tiranía monárquica y medieval, opuesta a todo progreso social, y apoyada en la represión brutal y permanente de los trabajadores y los pueblos del imperio ruso.
Y al contrario de lo que había pasado en otros países, el capital no solo se había mostrado incapaz de echar al zar y establecer su propio gobierno republicano y democrático; sino que de hecho estaba aliado a él, imponiendo sus intereses a través de su autoritarismo.
De esa manera fue que empujó al imperio ruso a la primera guerra mundial; el conflicto entre las potencias imperialistas europeas para repartirse el mundo, que no tardó en volverse una barbarie sin sentido, llevando la muerte y la destrucción a escala increíble.

Las obreras salen a luchar

La entrada en la guerra sacó a millones de hombres de sus lugares de trabajo para enviarlos al campo de batalla; siendo reemplazados por mujeres. Pero esta nueva posición social y económica, lejos de significar un “empoderamiento”, solo empeoró su situación al someterlas a la explotación patronal, reforzada por la opresión de género.
A tal situación se le sumaban las penurias provocadas por la guerra: el hambre, los precios exhorbitantes, la muerte de sus hombres en el frente… a las obreras rusas les sobraban los motivos para rebelarse.
Así era la situación cuando se organizaban los actos por el día de la mujer trabajadora, el 8 de marzo (23 de febrero en el calendario ruso de esa época). Debido a la posibilidad de una represión sangrienta, los militantes bolcheviques no aconsejaban huelgas o manifestaciones. Pero la furia obrera era incontenible, y las trabajadoras y trabajadores salieron a la calle, por lo que a los bolcheviques -con su partido desorganizado por la represión- no les quedó otra que ponerse improvisadamente al frente de esa lucha.

Cae la monarquía

Fiel a su tradición asesina, el zar envió al ejército a ahogar en sangre el levantamiento obrero. Pero sucedió algo inesperado: lejos de sentir miedo ante las tropas, las masas -en especial las obreras que iniciaron el levantamiento- invitaban a los soldados a romper la disciplina y unirse a ellos. Y esos soldados, que también sufrían la política de hambre del zar y el capital, comenzaron a negarse a reprimir, para luego amotinarse contra sus jefes, unirse con sus armas a los obreros insurrectos y derrotar juntos a las fuerzas que aún eran fieles al gobierno.
Al cabo de unos días, el zar ya no tenía tropas para enfrentar a la revolución:en el interior del país, todas las armas estaban en manos de soldados amotinados o milicias obreras, mientras que los regimientos del frente se negaban a reprimir a sus hermanos. Ante esa situación, Nicolás II abdicó en nombre de él y de su hijo, y luego lo haría su hermano; acabando de esa manera con tres siglos de monarquía rusa.
El gobierno recayó en manos de una alianza entre los representantes de la patronal y el imperialismo, y dirigentes obreros conciliadores, como sucedió con tantas otras grandes luchas. Pero era un gobierno débil, cercado por la organización que los obreros y soldados crearon para defender sus conquistas: el soviet.

El preludio de la gran revolución

Así se inició una obra que solo se completaría después de que los bolcheviques ganaran la dirección de los soviets, al convencer a la clase obrera y el pueblo de tomar el poder y aplicar un programa socialista. De este modo, la revolución de febrero quedó como sinónimo de revolución inconclusa.
Pero este carácter incompleto no debe opacar una de sus grandes lecciones: sin las mujeres trabajadoras no hay revolución; por el contrario, su lugar es en la primera fila de la lucha, peleando junto a sus compañeros por la liberación de toda la clase de la explotación capitalista, única manera de iniciar el camino hacia acabar con la opresión de su género.