Desde la infancia se nos tatúa en la mente la escena: el cabildo abierto, la multitud en la plaza, los nombres de la primera junta, se vuelven así postales de una memoria emotiva, desprovista de contenido. Pero, ¿qué conclusiones se pueden extraer hoy sobre ese proceso? ¿Cómo analizamos desde la lucha obrera y popular del siglo XXI una revolución de hace más de 200 años?
El dominio español
Para inicios del siglo XIX, el parasitismo de la corona, los nobles y la Iglesia, frenaban de manera insoportable el desarrollo, no sólo de las colonias americanas, sino de pueblos de la propia España, que aún hoy, luchan por su independencia, como Cataluña.
Este panorama, común a toda América, contaba en el Río de la Plata, con otras dos particularidades. Por un lado, el sector social más ligado a la corona era mucho menor al de las otras capitales virreinales. Por otro, las invasiones inglesas de 1806 y 1807 habían demostrado la cobardía de los funcionarios coloniales; y la fuerza de la acción del pueblo que, tras alzarse en armas y derrotar al invasor inglés, se había organizado en grupos armados cuya propia existencia ponía en entredicho al poder de la corona. Tal es así, que una vez derrotadas las invasiones inglesas, estas milicias impusieron como virrey a su jefe, el francés Santiago de Liniers; que a su turno perdería el apoyo popular por la corrupción de su gestión, y sería destituido por la ruptura de relaciones tras la invasión de Francia a España.
Cuenta regresiva a la revolución
Tras esta invasión, y con el rey de España Fernando VII hecho prisionero de Napoleón, la junta de Sevilla tomó las funciones como soberana de las colonias. Pero en mayo de 1810 arribó a Buenos Aires la noticia de que tal Junta había sido disuelta por las fuerzas francesas, con lo que no quedaba ningún organismo que pudiera ejercer legítimamente el dominio de la corona sobre las colonias.
En este contexto, los partidarios de la independencia pasaron a la acción. Con el apoyo de las milicias, les tomó apenas una semana barrer al virrey y a su gente y formar el primer gobierno propio del país, que en los papeles seguía declarándose subordinado a un monarca fuera de funciones por su condición de prisionero.
Unidad y enfrentamiento entre los partidarios de la independencia
El hecho de que el primer gobierno patrio usara esta excusa para tomar el poder demuestra las contradicciones que había entre los sectores que querían la independencia, y sobre todo la falta de una organización que agrupara a los revolucionarios más decididos. Situación que se agravó con el tiempo, a medida que los sectores más acomodados y conservadores, que querían limitar la lucha por la independencia, fueron tomando posiciones en el nuevo gobierno. Sólo la llegada de San Martín y sus aliados reforzaría a los partidarios de una ruptura total de relaciones con la corona.
Estas contradicciones entre quienes formaron la primera junta muestran como la burguesía, la clase dirigente argentina, fue desde un principio incapaz de pelear a fondo por la independencia y la soberanía del país; ya que, siendo una clase social que vivía y vive de vender a los capitales extranjeros materia prima obtenida sin mayores esfuerzos en un país de un suelo generoso, tal lucha socava la base de sus riquezas al tener que enfrentar a sus propios clientes. De ese modo, no fueron los grandes propietarios y comerciantes quienes dirigieron la lucha contra los colonialistas, sino bajos funcionarios, como Belgrano o jóvenes revolucionarios defensores del ideario libertario de la revolución francesa, como Moreno y Monteagudo, y más tarde San Martín. Ellos, encabezando a los sectores populares -que en ese entonces no tenían más existencia política que el poner la sangre en la guerra por la libertad-, fueron los que presionaron para que se declarara finalmente la independencia en 1816, declaración que fue un abierto desafío al orden mundial de aquella época, pero sobre todo un desafío a la voluntad de la naciente patronal argentina.
De esa manera, el 25 de Mayo y el 9 de Julio, al liberar la producción y el comercio del yugo económico español, crearon un país capitalista. Pero los capitalistas argentinos no lucharon por él, sino que lo recibieron casi “de regalo”, ya que no necesitaban del todo la soberanía nacional para poder hacer sus negocios. Esa es una de las causas del origen de la actual situación de opresión y dependencia de nuestro país.
La revolución de Mayo y las tareas revolucionarias de hoy
La gesta de Mayo fue parte de un proceso revolucionario continental, con una alta participación del movimiento de masas, con una dirección revolucionaria en un primer momento encarnada en la Logia Lautaro y después en los ejércitos revolucionarios de San Martín y Bolívar, que concluyó en 1824 con la derrota final de las fuerzas españolas.
Pero esa gran conquista, la liberación del imperio español, se fue perdiendo. La burguesía rioplatense, se negó a integrar una federación latinoamericana para defender la revolución y al poco tiempo se fue entregando al imperialismo inglés. Por eso hoy nos encontramos, al igual que nuestros hermanos latinoamericanos, nuevamente sometidos al imperialismo y con la imperiosa necesidad de encarar la lucha por la segunda y definitiva independencia. Para hacerlo es importante ver las lecciones que nos deja la revolución de Mayo.
La primera enseñanza que nos deja es que nada bueno puede esperarse de la patronal argentina. Si los próceres de mayo lucharon sin ella e incluso a pesar de ella, hoy la lucha por otra independencia debe hacerse contra ella, ya que hoy es agente de la dominación imperialista, ocupando el lugar de los virreyes.
La segunda, es que una de las razones por las que Mariano Moreno, Belgrano y San Martín y sus partidarios no pudieron imponer su proyecto independentista fue por no ser representantes de una clase social clave en la vida económica del país, sino de los sectores intermedios a los que pertenecían como el pequeño funcionariado y los profesionales. Ante el nulo desarrollo de la clase obrera, la patronal argentina heredó las luchas de los próceres, para ponerlas al servicio de sus intereses. Pero en la actualidad, existe otra clase social fundamental en la vida económica del país, que enfrenta día a día a la patronal y sus amos imperiales, y que se ha demostrado capaz de dirigir al país: la clase obrera. No existe segunda independencia posible sin ella a la cabeza.
La tercera, ligada a la anterior, es la necesidad de agrupar a los revolucionarios en un partido basado en un programa político a la altura de las tareas planteadas, dos cosas que a los héroes de la primera independencia les faltaron o les fueron insuficientes.
La cuarta, es que al igual que la primera, esta segunda revolución debe ser internacional, continental. El programa revolucionario de hoy debe combinar la tarea de terminar de liberar al país con el de empezar a construir una nueva sociedad en todo el mundo, una sociedad socialista: y el único partido capaz de llevarlo a cabo es un partido hecho por la parte más luchadora de la clase obrera. No hay posibilidad de liberación nacional, sin liberación social, sin que los trabajadores se adueñen del poder, expropien a la burguesía y comiencen la construcción del socialismo
Desde el PSTU llamamos a todos los que quieran luchar por una segunda independencia y un nuevo país a elaborar juntos ese programa y a construir juntos ese partido.