En agosto se cumplen 100 años del inicio de la primer Gran Guerra. Nunca antes se había dado un enfrentamiento de esa magnitud: una guerra que se libraba en la mayoría de los países de Europa y que después pasó a involucrar a diferentes sectores del mundo. En ella se estrenaron nuevas armas de destrucción: las ametralladoras, los tanques, los aviones bombarderos, el gas venenoso. En sus 4 años y medio de duración (1914-1918) hubo alrededor de 8 millones de muertos y varios millones de heridos y mutilados como producto de los enfrentamientos directos. Pero se calcula que las pérdidas en vidas humanas superaron los 20 millones debido a las enfermedades que causaron estragos por la mala alimentación y la falta de atención médica.
Toda esa muerte y destrucción tuvo un solo motivo: los intereses de las potencias imperialistas que se disputaban las colonias y el mercado mundial.
De un lado estaban los que se conocieron como la Entente o los Aliados: Inglaterra, Francia, Rusia, Serbia y Bélgica. A éstos después se le sumaron Japón, Italia, Rumania, Estados Unidos y Grecia.
Del otro lado estaban los Imperios Centrales: Alemania, Austria-Hungría, a los que después se les sumó Turquía y Bulgaria.
Esos terribles años de destrucción y muerte, como nunca había conocido la humanidad mostraron que el capitalismo ya no tenía nada de progresivo. En un principio para impulsar sus ganancias impulsó el desarrollo de la energía, del transporte, de las comunicaciones, de la educación. Pero, a partir de ese momento, para acrecentar y defender sus ganancias el capitalismo recurre a la destrucción masiva de las riquezas de la humanidad y de los creadores de las mismas: los seres humanos. Se había abierto una nueva época, la época imperialista de guerra, crisis y revoluciones.
Había llegado la hora de reemplazar al capitalismo. Era necesario transformar la guerra imperialista en guerra revolucionaria para así dar origen a la nueva sociedad, la sociedad socialista. Pero, la Socialdemocracia, la dirección obrera que debería encarar esa tarea, no pasó la prueba.
El surgimiento de una gran dirección obrera revolucionaria
Después de su victoria en la guerra franco-prusiana de 1871, Alemania entró en una gran expansión industrial, parecida a la que Inglaterra había vivido veinte años atrás. Eso vigorizó al movimiento obrero industrial. Engels en una carta al dirigente socialdemócrata Bebel 6 del 11 de diciembre de 1884 decía: “Nuestra gran ventaja es que la revolución industrial está en pleno apogeo, mientras que en Francia e Inglaterra en lo que concierne a su aspecto principal, está detenida. (…) “De otro lado, para nosotros, todo se está desarrollando. Así, hemos tenido una revolución industrial mucho más profunda y completa, y especialmente más amplia que la de los otros países; y esto con un proletariado perfectamente fresco e intacto, no desmoralizado por derrotas y finalmente –gracias a Marx– con un conocimiento de las causas del desarrollo económico y político, y de las condiciones de una revolución inminente, como no lo habían tenido ninguno de nuestros predecesores”.
La ventaja de la que habla Engels se expresó no sólo en un gran desarrollo y fortalecimiento de los sindicatos, sino también en el del partido socialdemócrata, que reivindicaba las tesis del marxismo. En las elecciones para la Cámara de Diputados, el partido socialdemócrata pasó de 102.000 votos en 1871, 493.000 en 1877, 550.000 en 1984 y en 1890 superó el millón de votos. A final de la década de 1880, la situación se comienza a emparejar en el resto de Europa.
En 1889 se celebró en Francia el centenario de la Revolución Francesa. Sesenta y nueve congresos internacionales se realizaron simultáneamente con la Exposición Mundial organizada en París por el gobierno francés. Uno de ellos fue citado por los socialistas alemanes y organizado por los guesdistas de Francia. Ese fue el primer congreso de la Segunda Internacional.
La Segunda Internacional y sus partidos estuvieron al frente de las grandes luchas y cumplieron un gran papel en la educación del movimiento obrero. Pero, la aparición del imperialismo pronto tuvo consecuencias.
La lucha contra el oportunismo
Las ganancias proporcionadas por la explotación imperialista a los países coloniales y semi coloniales, permite a las patronales europeas desparramar migajas sobre su clase obrera generando un sector privilegiado, la aristocracia obrera, que se convierte en la base social de las burocracias sindicales. Esto comienza a tener su reflejo en la Socialdemocracia que sufre la presión del aparato sindical y del parlamentario. Sectores comienzan a poner la lucha parlamentaria por encima de la lucha directa, defendiendo la posibilidad de llegar al socialismo a partir de ganar peso en el parlamento. En el partido alemán surgen tres alas: La derecha encabezada por Berstein y Volmar; la izquierda integrada por Rosa Luxemburgo, Karl Liebknecht, Clara Zetkin, Leo Jogiches, Franz Mehring; y el centro que dirigía al partido encabezado por Kautsky y Bebel. Esto también se expresa en la Internacional, en Francia se defiende la participación en el gobierno burgués.
En los congresos, el centro vota junto a la izquierda y derrota a la derecha. En el de la socialdemocracia alemana de 1903, se vota que: “El congreso condena terminantemente los esfuerzos de los revisionistas por cambiar la línea táctica que se ha probado con éxito en el pasado y que se deriva de la idea de la lucha de clases, sustituyendo la política de conquistar el poder derrotando a nuestros enemigos por una política de concesiones al orden actual” (…) “El congreso declara: (…) que el Partido Socialdemócrata no puede luchar por una cuota de poder dentro del gobierno de la sociedad burguesa.”
Y ante la proximidad de la guerra, el congreso de la Segunda de noviembre de 1912 aprueba por unanimidad un manifiesto, el Manifiesto de Basilea, que llamaba a luchar por impedir la guerra interimperialista y, en caso de no conseguirlo, a “utilizar con todas las fuerzas la crisis económica causada por la guerra, para sublevar a las masas y precipitar así la caída del dominio de clase capitalista”.
La gran traición de la Socialdemocracia
Se hicieron grandes actos contra la guerra en todas las capitales europeas. Y el 1 de agosto, cuando Alemania declaró la guerra a Rusia, la socialdemocracia alemana afirmó que no votaría los créditos de guerra. Los dirigentes confiaban que todas esas acciones obligarían a sus gobiernos a retroceder. Pero eso no pasó. Ante eso, la Segunda Internacional y sus partidos, tenían que poner en práctica el segundo mandato del Manifiesto de Basilea. Había que enfrentar al propio imperialismo, practicando el derrotismo revolucionario, transformando la guerra imperialista en guerra revolucionaria. La guerra era la divisoria de aguas entre los verdaderos revolucionarios y los capituladores. Y la Socialdemocracia no pasó la prueba. El centro se unió a la derecha y en todos los países (con excepción de Serbia y Rusia) terminaron votando a favor de los créditos de guerra. Según las palabras de Rosa Luxemburgo, la Socialdemocracia se había convertido en “un cadáver maloliente”.
Se concretó así la mayor traición de la historia. Pasando por encima del internacionalismo proletario se envió a los obreros alemanes a matar a sus hermanos franceses e ingleses y viceversa. Y eso no pasó porque la derecha fuese mayoría, quien definió fue el centro. Así se decretó la muerte como organizaciones revolucionarias de la Socialdemocracia y de la Segunda Internacional. Había que recomenzar. Esa necesario construir la Tercera. Pero, como dijo Trotsky: “La Segunda Internacional no había vivido en vano. Había logrado hacer un gigantesco trabajo educativo. Nunca antes en la historia existió algo semejante. Había educado y aglutinado a su alrededor a las clases oprimidas. El proletariado ahora no tiene que empezar desde el principio. No entra a la nueva senda con las manos vacías.”
Lenin sobre el centrismo
Refiriéndose a lo sucedido en 1914, en abril de 1917, Lenin decía: “El meollo del asunto es que el ‘centro’ no está convencido de la necesidad de una revolución contra su propio gobierno, no predica la revolución, no impulsa vigorosamente una lucha revolucionaria y con el objeto de evadir esa lucha recurre a las más triviales excusas ultra ‘marxistas’”.
“El ‘centro’ está integrado por los adoradores de la rutina, desgastados por la gangrena de la legalidad, corrompidos por la atmósfera parlamentaria; son burócratas acostumbrados a posiciones cómodas y a trabajos suaves. Histórica y económicamente hablando, no son un estrato diferente, sino que representan sólo una forma de transición de una fase anterior del movimiento obrero –la fase entre 1871 y 1914, que aportó muchos elementos valiosos, particularmente el arte indispensable de sostener un trabajo organizativo lento, sistemático a gran escala– a una nueva fase que se hizo objetivamente esencial con el estallido de la Primera Guerra Mundial, que inaugura la era de la revolución social”. (Obras completas, tomo XXIV)