Son aterradoras las imágenes que muestran la marea humana que escapa del hambre de sus países, de los bombardeos de la dictadura siria de Bashar al Asad, de las atrocidades del Estado Islámico y que encuentran cerradas las fronteras de los países europeos. Nos estremecemos cuando vemos naufragar las barcas en las costas italianas dejando gran cantidad de muertos y heridos. Provocó una gran conmoción la foto del niño sirio muerto en la playa, que se convirtió en símbolo de esta gran crisis de la inmigración, la peor que ha vivido Europa.
Cuando hablamos de esto en la fábrica, en el colegio o en la universidad, nos indignamos de la mezquindad de los gobiernos europeos que tienen la “gran bondad” de decretar cuotas de admisión o cuando el Papa dice que en cada iglesia se aloje ¡una familia!
Esa indignación es justa, porque es brutal lo que estamos viendo. Pero no creamos que los inmigrantes sólo tienen problemas en Europa.
Las patronales y los gobiernos impulsan la xenofobia para dividirnos
Las patronales siempre se han aprovechado de los inmigrantes. En períodos de crecimiento económico favorecen la entrada de trabajadores que vienen de países muy pobres, se aprovechan de su difícil situación para pagarles salarios más bajos y así bajar el salario al conjunto de los trabajadores. En períodos de crisis también los utilizan. Son los que primero quedan desocupados y los gobiernos impulsan leyes de inmigraciones cada vez más reaccionarias.
Al mismo tiempo comienzan campañas contra ellos que entran en la cabeza de muchos trabajadores: que son haraganes, que trabajan mal, que no se les puede tener confianza, que los barrios en que viven son peligrosos. Es decir, empieza la xenofobia, la discriminación de los que no son del país.
Y esto también pasa en Argentina. Muchas veces en la cola de un hospital escuchamos protestas contra los bolivianos o los peruanos que se vienen a hacer atender y le quitan el lugar a los argentinos. O se dice que empiezan los despidos porque vienen de afuera a quitarnos el trabajo. Comienzan las burlas de cómo hablan, de cómo se visten. Y se vuelve algo natural usar términos despectivos: los “bolitas”, los “perucas”, los “paraguas”.
Y no nos damos cuenta que al actuar así, le hacemos el juego al gobierno y a las patronales, que son los que meten esas ideas en nuestras cabezas para dividirnos. Para que en vez de unirnos para pelear por salario, salud, vivienda digna, nos peleemos entre nosotros, que le echemos la culpa a otro trabajador por el solo hecho de que nació en otro país. Y cuando viene la crisis, muchos actuamos así, sin acordarnos que la mayoría somos nietos o bisnietos de trabajadores inmigrantes que llegaron a nuestro país, escapando del hambre que había en el suyo. No pensamos que muchos de nosotros, tenemos un hijo, un hermano o un amigo, que salió del país y está trabajando como inmigrante en alguna parte del mundo, sufriendo la misma discriminación que acá sufren los bolivianos, los peruanos, los paraguayos.
Entonces, está muy bien que nos indignemos con lo que está pasando con los inmigrantes en Europa. Pero eso nos debe servir para enfrentar todo maltrato, toda discriminación contra trabajadores extranjeros. Porque esa discriminación no es un problema sólo de esos trabajadores. Es un problema de toda la clase obrera, ya que eso nos divide y nos debilita en la lucha contra la patronal.