“Los ricos defienden el aborto ilegal para mantenerlo en secreto y no pasar vergüenza. Estoy harto de que se nos mueran chicas pobres para que las ricas aborten en secreto. Se nos mueren nenas en las villas y en sanatorios hacen fortunas sacándoles la vergüenza del vientre a las ricas. Con el divorcio decían que era el fin de la familia y sólo fue el fin de la vergüenza de los separados ilegales. Con el aborto legal no habrá más ni menos abortos, habrá menos madres muertas. El resto es educar, no legislar”.
René Favaloro en 1998
Las palabras de Favaloro, aquel médico reconocido internacionalmente, tienen plena vigencia ahora, que el tema fue llevado por Macri al Congreso.
El aborto sucede mucho más de lo que se admite. De los 500 mil que ocurren en el país anualmente, la mayoría son mujeres de clase media o trabajadoras, muchas católicas, a las que conocemos del trabajo, del barrio o de tomar el mismo colectivo.
Pasaron por situaciones extremas, pero usuales: ser estudiantes, tener un trabajo precario donde te echan si estás embarazada, no existir un padre presente, no tener forma de cuidar y amar a un hijo como merece. Es durísimo optar por la interrupción de un embarazo, no es algo que se hace alegremente, como pintan los sectores que se denominan “pro vida”.
Con suerte, algún familiar o amigas las habrán acompañado y ayudado a juntar la plata. Muchas lo habrán hecho usando métodos caseros y peligrosos. Y aun en el mejor caso, habrán tenido miedo por lo que pudiera pasar en esa clínica recomendada en secreto, donde no se sabe si realmente es médico el que atiende. Son cosas terribles de la clandestinidad.
El Papa, la Iglesia Católica y las distintas iglesias, sectores cercanos a los militares genocidas, Macri, la misma Cristina Kirchner, rechazan la legalización del aborto. Dicen defender la vida y defienden solamente al embrión. No ponen igual afán en condenar a los curas pedófilos que arruinan la vida de niños y jóvenes pobres e inocentes. Muestran poco o nada de interés por cuestiones elementales de salud pública, por las mujeres embarazadas a causa de una violación, las muertas por abortos inseguros, las que van presas por apelar al hospital público ante una complicación post aborto. Son insensibles a sus propias estadísticas: 115.000 chicas menores de 18 tienen hijos cada año, en medio de la pobreza: 7 de cada 10 de esos embarazos son no deseados; uno de cada dos niños es pobre y el 40% está mal alimentado, sin contar a los niños abandonados, abusados, que no reciben educación y no tienen oportunidades de mejorar.
Decidir el momento de tener o no un hijo, debe ser un derecho de toda trabajadora y en último caso de su pareja, sin injerencia del Estado y la Iglesia. La sociedad tiene que debatirlo y movilizarse, con las trabajadoras y trabajadores y sus gremios al frente. Para que la clase obrera pueda planificar su familia. Para que el aborto deje de ser un privilegio y se convierta en un derecho.