La ignorancia siempre fue condición del sometimiento. Lo sabemos quienes defendemos la enseñanza de la ciencia y vemos con tristeza la caída del aprendizaje de la matemática.
La dictadura eliminó la matemática moderna (estructural) en los niveles inicial, primario y secundario. El desarrollo del pensamiento era un riesgo para el régimen genocida, por eso la simplificó tratando de reducirla a cálculos y pasos mecánicos. Esto se profundizó con la Reforma menemista, ordenada desde el Banco Mundial. La Ley Nacional de Educación de Kirchner-Filmus, se planteó contraria a la política neoliberal de los 90, pero, con un poco de maquillaje, siguió igual rumbo.
Los argumentos siempre parecidos: adquirir estrategias para resolver problemáticas, reforzar los aprendizajes concretos que preparasen para el “mundo del trabajo”, incorporar métodos recreativos, disminuir la repitencia y la deserción. Los eternos responsables: los docentes, que no se actualizan, son rutinarios, faltan mucho. La solución: énfasis en los métodos, desprecio y banalización de los contenidos, mayores aprietes a los educadores y capacitaciones pagas de dudosa calidad fuera del horario laboral.
Ninguna de esas fórmulas fantásticas hizo efecto. Por el contrario el deterioro en la enseñanza se acentuó con el de las condiciones de vida de las familias trabajadoras, incluyendo a las maestras y profesoras (en femenino porque las mujeres son el 80 %).
La “Matemática para la vida”
Hace pocos días Macri y Finocchiaro anunciaron una «revolución matemática»: que a partir de 2019, más de 75.000 docentes se formarán para cambiar el modelo de enseñanza en 10.000 escuelas de todo el país. “Va a ser el legado educativo más importante que va a dejar este gobierno” dijo el Ministro de Educación.
Se propone convertir las clases en menos abstractas y más concretas; atacar el exceso de contenidos para aprender un mínimo de conceptos básicos; hacerlas más divertidas y acercarlas a los problemas reales de los alumnos, y, la pata fundamental, involucrar en el sistema formadores especiales para los docentes.
Como se ve, vuelven aumentadas las viejas recetas reduccionistas y vaciadoras, de la mano de los acuerdos con el FMI y de la sumisión al G20. Es la educación para un país agroexportador y extractivo, que apunta al cuentapropismo (“emprendimiento” en palabras amables), a conocimientos prácticos, no solo matemáticos, sino que la lengua sea apenas interpretación de lenguajes, la ciencia sea “hacer pan” y el arte un lujo para los que puedan pagar.
¿Acaso esos funcionarios fríos como el hielo que se quejan de los magros resultados de su nefasto Operativo Aprender no saben de los niños y jóvenes que comen salteado y estudian en edificios ruinosos, verdaderas trampas mortales, como lo reveló la explosión de la escuela de Moreno?
¿Qué revolución matemática puede esperarse con un gobierno que remata nuestra soberanía, que provoca una desocupación que ya alcanza los dos dígitos, que aspira lograr el déficit cero en el Presupuesto 2019, a costa de brutales recortes en educación y salud? (engañoso porque en sus cifras no cuentan las millonadas que se llevan los intereses de la deuda pública)
Hablan de cibernética y robótica mientras ordenan cierres de hospitales, elaboran el Plan Secundaria 2013 (aprobado por todos los gobiernos provinciales) para seguir reventando la enseñanza secundaria, bombardean la universidad pública, quieren arrasar decenas de profesorados con la UniCABA , atacan emblemas de la ciencia y la tecnología como el INTI, el INVAP, el Astillero Río Santiago, el Malbrán.
La docencia y el resto de los trabajadores han luchado a brazo partido para enfrentar esos planes antiobreros y recolonizantes. No los derrotaron por la pasividad o aceptación de la dirigencia gremial y política. Tenemos que organizarnos para frenarlos y obligar a que formen parte de la pelea no solo de los sindicatos docentes y de los centros de estudiantes, sino de las organizaciones de toda la clase trabajadora.