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Murió el camarada Slava

Debido a una suma de desencuentros y fallas de comunicación, solamente ahora nos llegó la triste noticia de que en agosto de 2014 falleció, en Moscú, a los 75 años, Viacheslav Fedorovich Rodin, Slava, uno de los fundadores del POI (Partido Obrero Internacional), grupo simpatizante de la LIT en Rusia.

Slava era físico, pero trabajó toda a su vida como ingeniero, construyendo e instalando en las ojivas nucleares rusas el mecanismo que orienta los misiles balísticos en el camino hasta sus blancos. Su calificación profesional era tan elevada que, incluso después de jubilarse, le fue prohibido, por 10 años, dejar el territorio ruso, para evitar la transmisión de sus enormes conocimientos sobre el sistema de defensa nuclear ruso a potencias extranjeras. Y estas son apenas las primeras credenciales de este hombre!

Ya en los años 1960, alentado por la aparente abertura política promovida por Nikita Krushev, Slava montó, junto con otros intelectuales rusos, un grupo de estudios de las obras de Lenin. Al inicio, el grupo tenía objetivos modestos: conocer mejor el pensamiento del fundador del Estado soviético. Pero la conclusión a la que llegaron los jóvenes científicos liderados por Slava asustó a todos. En primer lugar, a ellos mismos: leyendo a Lenin, concluyeron que la URSS no era una sociedad socialista, porque la clase obrera, verdadero sujeto social y político de la transformación socialista, había sido expropiada de todo poder por la burocracia dirigente.

A partir de entonces, el grupo de Slava pasó a actuar clandestinamente. Aunque las obras de Lenin fuesen ampliamente divulgadas en la URSS, Slava y sus compañeros eran obligados a esconderse de la KGB en sus estudios, pues un simple análisis de los trechos de las obras de Lenin subrayados por los miembros del grupo podría ser suficiente para una condena por “actividad antisoviética”. Así actuaba la burocracia rusa…

Con el fin de la Unión Soviética, en 1991, Slava y su grupo buscaron establecer relaciones con el movimiento obrero y pasaron entonces a la legalidad. Así, en 1994, hicieron contacto con un grupo de mineros de la región de Poltava, en Ucrania. Del encuentro de los intelectuales con los obreros surgía el POI, Partido Obrero Internacional, que se denominaba así porque actuaba simultáneamente en dos Estados: Rusia y Ucrania. Formar un partido en dos países era también una forma de combatir el chovinismo gran ruso, un enemigo poderoso, que hoy se muestra tan actual…

Slava conoció la obra de León Trotsky por medio de un militante de la LIT, que le pasó el libro “La Revolución Traicionada” durante una reunión. El viejo científico devoró el libro en una sola noche y, al día siguiente, con los ojos rojos y fatigados por la lectura, procuró a nuestro militante y le propuso una “colaboración estratégica”.
Slava nunca se consideró trotskista, pero absorbió los postulados fundamentales de la teoría de la revolución permanente, a las puertas de la cual había llegado de manera independiente, leyendo a Lenin. La lectura de Trotsky fue el despertar definitivo. Era un entusiasta de la clase obrera, un apasionado por los trabajadores simples, sin haberlos idealizado jamás.

Pocos saben que el nombre “Marxismo Vivo” de la revista teórica de la LIT fue una sugerencia de Slava. La expresión fue tomada de un texto escrito por él en los años 1960, en el que propone una interpretación original para el fenómeno de la URSS. Para Slava, había surgido en la Unión Soviética una nueva formación socioeconómica, ni capitalista ni socialista, que él llamó de “modo de producción burocrático”. La característica fundamental de este nuevo modo de producción sería la extracción de un plus-trabajo de la clase obrera por parte de una clase burocrática poseedora del monopolio del conocimiento técnico y científico.

La teoría formulada por él, como se ve, es una variante de la hipótesis que Bruno Rizzi levantó en los años 1940, y que no se sustentó históricamente. La URSS no significó un nuevo modo de producción distinto tanto del socialismo como del capitalismo. Pero el error de Slava es comprensible, ya que él y su grupo estaban aislados de toda la tradición marxista de Occidente y se encontraban solos en sus elaboraciones, sin tener con quien confrontarlas.

Slava, coherente con sus propias ideas, abordó con gran profundidad la necesidad de expropiar a las clases dirigentes no sólo su propiedad física sino también su conocimiento, de forma que el monopolio del saber no crease nuevos sectores privilegiados en una sociedad pos-revolucionaria. Qué cuestión importante y actual en el siglo XXI! Ciertamente, esta es una contribución válida al programa marxista, que debe ser incorporada por los revolucionarios!

Cuando conocí a Slava, tenía 20 años, y él 60. Para mí, era un gigante. Leía a Hegel y a Marx en alemán, marcando con lápices de por lo menos 5 colores diferentes los diferentes asuntos que encontraba en cada página. Los libros eran sus esclavos. Los “destruía” con sus lápices coloridos, pasados y repasados encima de la misma línea varias veces. Cuando ya estaban ilegibles, los dejaba de lado y comenzaba todo de nuevo con un nuevo ejemplar.

En 1997 yo era un joven militante, mucho más preocupado con los problemas prácticos del movimiento que con las cuestiones filosóficas que Slava planteaba en cada reunión. Cierta vez, polemicé con él diciendo que caía en el idealismo, porque exageraba el papel de la teoría y de la filosofía, y que precisábamos de respuestas prácticas para las cosas. Me respondió con una frase de Marx que yo entonces no conocía: “las ideas que penetran las masas adquieren fuerza material”. Para mí, fue una lección. Slava no perdía ninguna única oportunidad de incitarme al estudio. Decía que le correspondería a mi generación actualizar la teoría de la revolución permanente de Marx y Trotsky. Creo que, de alguna forma, comenzamos a hacer eso en la LIT-CI, afortunadamente contando con el esfuerzo combinado de varias generaciones de revolucionarios.

Con el tiempo, las diferencias teóricas que teníamos con Slava, evolucionaron hacia diferencias políticas y programáticas importantes, y entonces él dejó el POI. Pero su ruptura fue leal y correcta, y permaneció como un amigo y colaborador hasta el fin de su vida, ayudándonos inclusive en cuestiones de clandestinidad y seguridad, cosas extremadamente importantes en la Rusia de Putin.

 

Para mí, quedará siempre la imagen del viejo sonriente, incansable, fuerte físicamente, con su sombrero de piel de conejo ya un poco gastado, llegando a las reuniones antes que todos, cubierto de nieve y con un libro en la mano para mostrarme algo; ya le hacía un té para calentar el estómago, y él me contaba sobre Marx, Engels o la filosofía de Hegel. Que bella y tierna imagen, digna del amigo que Slava fue.