Hace 214 años, una alianza de sectores criollos aprovechaba el vacío de poder en España tras la invasión napoleónica, y le ponía fin a casi tres siglos de dominación española sobre nuestro país. Abrieron así las puertas a la posibilidad de acabar para siempre con el saqueo y el sometimiento colonial, construyendo una nación libre, fuerte y democrática… posibilidad que los nuevos sectores de poder no lograron concretar, empujando al país a un nuevo sometimiento que actual Gobierno busca empeorar. Esta realidad nos pone al pueblo trabajador ante la necesidad de repetir lo hecho en 1810: destruir el orden político vigente para parar el vaciamiento.
El 25 de Mayo fue el primer paso a una independencia que nunca se alcanzó del todo y que hoy empieza a retroceder incluso en sus formas. Este 25M se recordará bajo la sombra de la entrega del país a los capitales extranjeros que lleva adelante el Gobierno libertario.
En ese sentido, es necesario extraer algunas lecciones de la lucha llevada adelante por los revolucionarios de 1810, que siguen siendo útiles en el día de hoy.
Extractivismo nunca es progreso
La Revolución de Mayo no surgió de la nada. De hecho, fue la expresión en el Río de la Plata de un proceso que sacudió el continente, motorizado por la necesidad de las colonias de sacarse de encima a esa traba para el progreso que era el dominio borbónico.
Es que, concentrado en la extracción de plata de lo que hoy es Bolivia, el imperio español nunca tuvo un particular interés en el desarrollo del continente: simplemente se llevaban lo que les servía y listo. Recién a finales del siglo XVIII, con la intención de mejorar la explotación de esos metales; se permitió cierto desarrollo en la región del Río de la Plata y las actuales provincias: un desarrollo que no tardó en chocar con el orden político colonial.
Sin embargo, tanto Milei como la mayoría de sus opositores, insisten en contradecir esta enseñanza de la historia y repetir el esquema extractivista: pasamos del Cerro Rico de Potosí a los salares del norte, de la plata al litio, y de la metrópoli española a Elon Musk. Pero se repite la imposición de trabas legales al desarrollo productivo soberano, el sometimiento de la vida económica del país a los intereses de capitales concentrados del extranjero, y la fuga de riquezas hacia los países centrales.
Y así como el cambio que se dio en 1776 (cuando se habilitó la salida de la plata potosina por el puerto de Buenos Aires), no se tradujo en progreso para el virreinato, las posturas de quienes tratan de oponerle a la entrega fanática de Milei, proyectos de ley para que el litio y las nuevas energías tengan algún proceso de industrialización local, tampoco son una solución: simplemente suavizan el hecho de que los recursos del país son entregados a los caprichos del mercado mundial.
Un pueblo armado y organizado
Lógicamente, de ese orden económico surgía un orden social basado en la esclavitud y la discriminación. El virreinato sostenía el despojo de los nativos, la esclavitud de africanos y originarios, y la exclusión de las mujeres de toda actividad fuera del hogar. Igual se hace hoy la entrega y apertura del país a los capitales extranjeros: destruyendo conquistas y derechos de los trabajadores, las mujeres y las minorías, para facilitar nuestra explotación y dificultarnos la resistencia al saqueo.
Claro que esto no pasaba sin lucha. Aunque los africanos esclavizados no constituían grandes masas que sirvieran de base para rebeliones como las ocurridas en el Caribe, México o Brasil, sí se registran acciones de resistencia individuales o de grupos pequeños. En el caso de los pueblos nativos adaptados a la sociedad criolla, se sabe0 también que había un incipiente activismo político para recuperar tierras (como es el caso de Tulián en Córdoba). Y las mujeres, a pesar de toda la opresión sufrida, encontraban las formas de incidir en una vida pública ya bastante limitada.
Pero en la Buenos Aires colonial, hacia 1806, un hecho sirvió de revulsivo a esta situación: las invasiones inglesas. Con la huida de las autoridades españolas, los criollos debieron arreglárselas para echar al ocupante, el cual llegó rodeado de promesas de progreso social y económico (desde la supresión de la esclavitud hasta el libre comercio) que jamás cumplió.
Así, dirigido por notables de la ciudad, el pueblo porteño derrotó a la primera invasión con sus propios cuerpos armados; y a la segunda con una insurrección masiva. Victoriosas, las masas criollas dieron carácter permanente a los cuerpos militares propios creados para echar a los ingleses, y cuya sola existencia desafiaba el poder colonial: las milicias
Organizaciones del pueblo en armas, esas milicias no eran un ejército como los actuales; sino más bien agrupaciones de autodefensa en las que se discutía política y las autoridades se elegían por el voto de sus miembros. En una sociedad en la que solo participaban en política los funcionarios enviados desde España y los vecinos más ricos, las milicias (cuya base estaba compuesta de mestizos, africanos libertos, nativos, etc.) eran la única herramienta de los sectores populares para incidir en la vida pública del Virreinato. Su peso político era tan grande, que en 1808 lograron imponer como Virrey a su principal líder: Santiago de Liniers.
Contra la legalidad colonial
Y sin embargo, Liniers fue la demostración de que el orden político virreinal no podía “cambiarse desde adentro”: con él como Virrey, la situación no solo no mejoró para los criollos; sino que se volvió más crítica, evidenciando para los sectores más lúcidos que era necesario destruir las instituciones coloniales e imponer otras nuevas.
Así, en Mayo de 1810, la agitación popular forzó al Cabildo a destituir al virrey e imponer una Junta de Gobierno que- aunque decía ser fiel al rey Fernando VII (prisionero de Napoleón en ese entonces)- inmediatamente comenzó a organizar la guerra contra el dominio español.
Repetir la hazaña
Milicias populares, constituidas por esclavos y esclavas, por miembros de pueblos originarios, por mujeres, todos y todas rompiendo sus cadenas al compás de la nueva causa, fueron quienes definieron el destino de la Revolución. A esos ejércitos revolucionarios conducidos por San Martín y Bolívar, apoyados por la guerra de guerrillas de Guemes y Juana Azurduy, debemos la victoria continental, que llevó años de sacrificios y pelea.
Con el tiempo, las milicias se volvieron ejércitos regulares, la guerra de independencia dio paso a las guerras civiles, los líderes revolucionarios dieron su lugar a representantes políticos de los sectores acomodados; y los dueños de la tierra y el comercio se transformaron en la clase social dominante del país. Habiéndose hecho ricos a la sombra del imperio español, cuando les tocó estar al frente del país estos potentados solo atinaron a buscar un nuevo amo imperial.
Luego de décadas de sometimiento, hoy desde el Gobierno nos amenazan con llevarnos aún más allá en la dependencia; con el consiguiente aumento de la explotación y la miseria del pueblo trabajador.
Ante eso, frente a las posturas tímidas y confusas de los sindicatos, y la confianza ciega en los trámites parlamentarios de muchas organizaciones; hace falta retomar las enseñanzas de la Revolución de Mayo. Si hace 214 años el pueblo de Buenos Aires salió a la calle para dejar de ser colonia, hoy los trabajadores y el pueblo debemos salir a la calle para no volver a serlo, organizados y preparados para evitar que el Congreso vote leyes de entrega, y para hacer frente a la represión de Patricia Bullrich.
Y sobre todas las cosas, así como los hombres y mujeres de Mayo lucharon hasta imponer un gobierno criollo, hoy hay que luchar hasta imponer un gobierno obrero y popular; para llevar adelante una Revolución Socialista que logre una Segunda y Definitiva Independencia. Igual que en la Primera Independencia esa tarea solo será posible si se asume como causa continental . Desde el PSTU invitamos a todos los que quieran luchar por esta alternativa al retorno del colonialismo, a construir juntos la organización política que conduzca esa pelea