Un 17 de octubre de 1945, centenares de miles de obreros coparon la Plaza de Mayo para exigir la liberación de quien, desde el Ministerio de Trabajo, se había convertido en su líder: Juan Domingo Perón. Las columnas obreras llegaron, la mayoría caminando, de todas las zonas industriales de capital y el conurbano, cruzando a nado el Riachuelo, cuando levantaron el puente, para converger en lo que fue una de las manifestaciones más importantes de la historia argentina. Una movilización que desarticuló al ejército -con sectores que se negaban a reprimir- y paralizó al gobierno y a los sectores contrarios a Perón; demostrando que el movimiento obrero era la fuerza más poderosa del país. Tal fue el triunfo, que a partir de ese momento no se pudo gobernar sin el aval (o al menos la pasividad) de los sindicatos.
La gran movilización obrera del 17 de octubre de 1945 fue facilitada por la crisis del gobierno, la división que se dio entre los cuadros militares, la actitud permisiva de la policía. Pero eso no fue lo fundamental. Lo central fue la disposición de miles de obreros de salir a enfrentar lo que sea para liberar a ese hombre que, desde hacía más de un año, impulsaba medidas que significaban conquistas como las que nunca había tenido la clase obrera argentina.
Y consiguió su objetivo. A la noche de ese mismo día Perón fue liberado. Y así, por primera vez en nuestra historia, la clase obrera era la protagonista de un hecho político nacional. Contradictoriamente, lo hacía en apoyo de un dirigente de la patronal. En esa contradicción, que se mantuvo por 40 años, está gran parte de la explicación del por qué, la clase obrera argentina, una de las más combativa del mundo no haya podido avanzar más en la construcción de una dirección revolucionaria.
El origen del peronismo
A mediados de la década del 40, la tradicional dirección del movimiento obrero (socialista y comunista) perdió gran parte de su influencia después de la gran traición a las grandes huelgas de los frigoríficos con el argumento de que se debía garantizar el abastecimiento de carne a los ejércitos aliados de la URSS en la II Guerra Mundial. Por otro lado estaba surgiendo una nueva dirección apoyada en la migración interna desde las provincias (debido a la gran crisis de 1930), que surgió con un alto grado de dependencia del Estado.
El imperialismo inglés, dominante durante décadas, estaba en retirada e intentaba reemplazarlo quien había surgido de la guerra como imperialismo dominante: EE.UU.
Perón, representaba a un sector patronal minoritario que resistía esa penetración del imperialismo yanqui. Por eso formó parte del ala del ejército que dio un golpe en 1943, que tenía una gran contradicción: reaccionario en la medida que defendía a la vieja estructura de la oligarquía y progresivo en la medida que se oponía a la colonización yanqui. Perón desplegó desde la Secretaría de Trabajo, una política social y laboral favorable a los trabajadores, ganando así el apoyo obrero. Esa política profundizó su enfrentamiento con los capitales yanquis y sus subordinados nacionales, quienes fueron articulando a los principales partidos existentes y al movimiento estudiantil contra Perón, cercando al gobierno para forzar su destitución, pero terminaron desencadenando el 17 de octubre.
Calmando a la clase obrera
Esa misma noche del 17 de octubre, el objetivo de su discurso en Plaza de Mayo fue apaciguar a los trabajadores reunidos, garantizando los acuerdos prometidos y preparando el terreno para las elecciones de 1946, en las que Perón le ganó al candidato puesto por la embajada yanqui.
Su presidencia estuvo signada por esa política. Aprovechando una situación histórica excepcional por el fin de la guerra, Perón reconoció derechos obreros y sociales como no se había hecho nunca antes en la Argentina: bajo su presidencia, los trabajadores alcanzaron el máximo de conquistas sociales que se pueden lograr bajo el capitalismo, solo posibles en una época que no se repitió, ni se volverá a repetir. Pero al mismo tiempo, impuso desde el estado dirigentes sindicales títeres para controlar al movimiento obrero, y reprimió con violencia las luchas que escaparon a su control. Concretamente, Perón fue apaciguando a esa clase que en 1945 hizo temblar al capitalismo, hasta permitirle sufrir la venganza patronal de la Libertadora de 1955, sin una resistencia bien organizada.
Los gobiernos peronistas
La saña “gorila” de la Libertadora, pisoteando brutalmente conquistas y derechos, y reprimiendo con furia, fortaleció la identificación de la clase obrera con el peronismo en sus dos décadas de proscripción. Pero una vez de vuelta en el poder, el peronismo hizo exactamente lo mismo que los demás partidos patronales: gobernar para los yanquis; entregando, vaciando y reprimiendo. En 1974, Perón impuso un pacto social para aplicar un fuerte plan de ajuste y bajo su gobierno se formó la “Triple A” responsable de la muerte de gran cantidad de activistas obreros y estudiantiles. Los gobiernos peronistas que le siguieron fueron peores (Isabelita, Menem) , llevando a que, junto con el recambio generacional, la clase obrera rompiera con el peronismo, luchara contra sus gobiernos y provocara la crisis y división de ese partido. Eso explica por qué en los últimos años el 17 de octubre solo haya servido para que los diferentes agrupamientos que se dicen peronistas midan fuerzas; dejando bajo el dominio de los punteros y su clientelismo la que fuera la fecha obrera más importante junto al 1° de mayo. La década K, no significó un cambio en ese sentido, aunque debido al argentinazo del 2001, se vieron obligados a actuar de otra manera, dando pequeñas concesiones económicas a los sectores más empobrecidos y enarbolando la bandera de los derechos humanos.
Aun así, el peronismo sigue existiendo, controlando a la clase obrera a través del dominio mafioso sobre las organizaciones sindicales, y el clientelismo en las periferias empobrecidas de las grandes ciudades. Y sigue existiendo, porque para terminar de mandarlo al basurero de la historia, los trabajadores necesitamos otro tipo de partido.
¿Cómo se “combate al capital”?
Luego del 17 de octubre, Perón logró meter a los trabajadores la creencia de que con un “gobierno popular” podían conciliarse los intereses de obreros y patrones, que podían lograrse las “tres banderas” -justicia social, independencia económica y soberanía política- y vivir en armonía. Pero la historia demostró que el capitalismo -aún bajo gobiernos peronistas- nos sacó el doble, el triple de lo que nos diera bajo Perón, rebajando las “tres banderas” al asistencialismo, los subsidios a empresas, y el doble discurso. La conclusión principal del 17 de octubre, es que no se puede confiar en ningún dirigente patronal, por amigable que se muestre.
¿Qué herramienta política necesitamos los trabajadores?
La otra conclusión, es que los trabajadores necesitamos que nuestras organizaciones -tanto las políticas como las sindicales- sean independientes de la patronal y su estado. El partido formado por los dirigentes que hicieron el 17 de octubre, el Partido Laborista -que abarcaba a los mejores luchadores obreros- fue disuelto por Perón ni bien tuvo la oportunidad. Es que Perón sabía que la organización independiente de la clase ponía en cuestión su proyecto de subordinarla al capitalismo, pese a que tal organización tuviera una política conciliadora con los patrones.
La organización que debemos construir tiene que tener un programa político que responda a la necesidad de fondo de los trabajadores: la de acabar con el capitalismo y el orden colonial al que nos someten el imperialismo y las patronales, sin “conciliaciones” ni “armonías” con quienes nos explotan y oprimen día a día. Un programa para luchar a fondo por las “tres banderas” apoderándonos de las grandes empresas, las grandes fortunas y los recursos naturales para ponerlos al servicio de un plan económico debatido por los trabajadores y el pueblo. para poder organizar un nuevo estado basado organismos de trabajadores que funcionen con democracia obrera y para poner nuestro país al servicio de la lucha contra los explotadores y opresores de todo el planeta.