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Plan Cóndor: las garras en la América rebelde

Luego de la Revolución Cubana -la única que en América Latina llegó a expropiar los medios de producción de la burguesía-, el imperialismo puso en práctica distintas políticas para impedir que se produjeran revoluciones similares. Si bien al comienzo propuso la llamada Alianza para el Progreso -que consistía en créditos para reformas- como medio para evitar que aumentara la conflictividad social en los distintos países, rápidamente fracasó al no poder solucionar los problemas de fondo de los trabajadores y por lo tanto no aplacar las movilizaciones.
Así, a fines de los ’60, el imperialismo cambió su estrategia regional hacia una política represiva más fuerte: la Doctrina de Seguridad Nacional. Ésta buscó que el ejército se enfocara en mantener el orden interno eliminando cualquier amenaza “subversiva” o –en el contexto de la Guerra Fría- la infiltración del enemigo comunista.

¿Qué fue el Plan Cóndor?

A principios de los ’70 se produjo un proceso de ascenso obrero y popular que, sumado a la crisis mundial, produjo que el imperialismo desnudara su faceta más cruda en cuanto a su política opresiva. Se encargó de organizar junto a las burguesías nacionales golpes de Estado que derivaron en cruentas dictaduras (golpes como el del ’73 en Chile o el ’76 en Argentina son ejemplos de esto).
No obstante, no se detuvo ahí, sino que el secretario de Estado de EE.UU. de ese entonces, Henry Kissinger, se encargó de crear una extensa red internacional de represión y persecución: el Plan Cóndor. Este mismo quedó concretado en 1975 entre la CIA y los servicios de inteligencia militar de Argentina –la única democracia-, Chile, Bolivia, Paraguay y Uruguay.
Entre sus objetivos se encontraba formar cuadros represivos para operar en toda Latinoamérica, compartir la información obtenida por los respectivos servicios de inteligencia –contaba con una línea telefónica exclusiva- y coordinar las medidas a nivel regional intentando cortar así la solidaridad internacional de los que llegaban a exiliarse.
Por ejemplo, numerosos militantes que frente a la cruenta represión lograban irse de alguno de los paises, eran perseguidos por los grupos de tareas que operaban en el otro, llegando incluso a ser asesinados a pedido de las dictaduras de su país de origen. Entre los más resonantes se encuentra “el secuestro de los uruguayos” en el cual bajo consentimiento del gobierno brasilero altos oficiales uruguayos entraron a su territorio para llevarse una pareja de militantes opositores a la dictadura.
Asimismo, el intercambio y la uniformidad de los métodos represivos fue tal que existieron pasantías de distintos oficiales entre distintos países para aprender la manera cómo se procedía en el otro. Para dar un ejemplo, fue el envío de un grupo de oficiales argentinos expertos en la “guerra sucia” a Honduras para entrenar a los “contras”, mercenarios pagados por EE.UU. que buscaban desestabilizar la Revolución Nicaragüense.

¿Qué nos dejó?

No existe un final claramente delimitado para el Plan Cóndor, sino que el paso de las dictaduras y el inicio de los procesos democráticos, que en algunos países se dio por medio de revoluciones -como en la Argentina- y en otros como un plan del imperialismo basado en la reacción democrática –como en Chile-, marca un término a esa forma de cooperación, dando lugar a otras.
Es difícil calcular las víctimas ya que, si bien existen algunos documentos, estos no están completos y las mismas fuerzas armadas buscan ocultar lo que realmente sucedió en esos años. Más allá de lo frío de los números, hay que tener en claro que significó una herida que sigue abierta para la clase obrera ya que la pérdida de numerosos e importantes compañeros está lejos superada. En todos los países existen todavía en actividad los mismos nefastos aparatos represivos sin siquiera ser castigados: todos en complicidad con el gobierno. Nos falta un verdadero NUNCA MÁS Latinoamericano.
La lección que nos tiene que dejar el Plan Cóndor es que el imperialismo al momento de reprimir a la clase obrera busca la unión y la solidaridad tanto de las distintas burguesías como de los aparatos represivos, más allá de los falsos nacionalismos de las dictaduras. Los límites que imponen las burguesías nacionales para los trabajadores chilenos, argentinos, etc. se borran al momento de la ofensiva imperialista contra nosotros. Por eso, la única respuesta posible que nos queda para enfrentar ésta y otras ofensivas es la unidad de todos los trabajadores a nivel internacional en la lucha por un mundo socialista.