Basta de institucionalización
En los últimos días se dio a conocer una noticia peculiar. Valentino Díaz Fontau, un estudiante de la Facultad de Derecho de la UBA se presentó en varios Centros de Estudiantes secundarios de la ciudad para asesorarlos y supuestamente ayudarlos en el armado. Sin embargo, se trata de un trabajador del Ministerio de Educación del Gobierno de Rodríguez Larreta. Esta es la punta de un hilo que nos lleva a pensar en la institucionalización de los gremios estudiantiles.
Historia de los centros estudiantiles
Si alguna vez te dijeron “cuando sos joven sos de izquierda, cuando crecés, entendés las cosas y te volvés de derecha”, es porque quizás en algún momento buscaste organizarte. Esta frase o todas sus variantes similares tienen una intención aleccionadora. Se cree que para nosotros la organización, la lucha por demandas, la movilización, se trata de una simple etapa. Sin embargo, no se trata de ello, sino de una expresión ante la necesidad de plantarse ante lo que es injusto y lo que se debe cambiar.
En la historia del país hay hitos de esas luchas y claros logros en un sentido democrático, obtenidos por el movimiento estudiantil. Entre ellos la Reforma Universitaria de 1918, el Cordobazo en el ´69, la conformación de la UES (Unión de Estudiantes Secundarios) en los ’60 y ’70, la vuelta de la organización estudiantil y la conformación de las federaciones y centros cuando se tira abajo la última Dictadura Militar. Además, la detención del intento de arancelamiento universitario en 2001, cuando se dejó sin efecto el plan de colocar un rector de la podrida Dictadura en la UBA en 2006, enfrentarse a las distintas reformas educativas, entre otras distintas luchas.
Esas movilizaciones se dieron en el marco de distintas circunstancias nacionales e internacionales. El movimiento estudiantil existe como un sector integrado al resto de la sociedad, y en él se expresan las distintas visiones y vaivenes sociales. Por eso, muchas veces, se dan en él luchas particulares que tienen su expresión juvenil. En los ’60 la juventud estuvo influenciada por la Revolución Cubana, el Mayo Francés, la guerra en Vietnam. Se enfrentó y resistió a la Dictadura en los ’70. Alzó su voz contra la impunidad de los genocidas en los ’90, y contra la Ley Federal de Educación, e hizo su parte en el Argentinazo en el 2001. También nos organizamos ante los planes de ajuste y reformas macristas, como la Unicaba y la Secundaria del Futuro, reclamamos que se respete la ESI en las escuelas, entre otros procesos.
Esta voluntad transformadora, el empuje, el cuestionamiento, son valores centrales y genuinos. Esa fuerza de la juventud es lo que desde los distintos gobiernos intentan aplacar. Sucede, que es un momento donde la bronca por la situación general, entre ellas las injusticias y los cuestionamientos, nos hace querer ponerle voz, porque en el movimiento estudiantil nos sentimos de alguna manera libres y sin presiones para organizarnos.
¿Por qué hay leyes de Centros de Estudiantes?
Cuando nos queremos organizar nos encontramos en general ante dos respuestas. Primero que la juventud no puede tener pensamiento propio, ya que somos irracionales y pasionales, somos demasiado jóvenes para opinar sobre política y una sarta de argumentos por el estilo. Y como consecuencia de ello, son los adultos, en realidad los gobiernos y partidos que nos gobernaron hasta ahora, los que deben indicar cómo la juventud se debe organizar.
Consideramos que no existe neutralidad sobre esto. Nosotros entendemos que la sociedad está dividida en dos clases fundamentales, quienes poseen los medios de producción: las fábricas, los campos, los animales, las plantaciones, y por otro lado, quienes trabajan en ellas. Entonces, si nos dicen que nos mantengamos por fuera de la política, que somos jóvenes, que no sabemos qué queremos, que no tenemos experiencia o educación, están ninguneando nuestras opiniones y dejando que otros decidan por nosotros y nosotras.
Esto ayuda a reproducir las ideas hegemónicas. Las que recibimos de los medios de comunicación, de los directivos de las escuelas, de los gobiernos. En definitiva, de una clase social, esa que tiene el poder y la que dirige las instituciones, las escuelas, las universidades, etc. Casi en ningún momento se escuchan las voces de las y los trabajadores, excepto cuando están luchando, por ejemplo, en movilizaciones y paros.
Por este motivo, la instauración de las Leyes de Centros de Estudiantes tiene una clara intención. Desde los distintos gobiernos de turno, hay un intento claro de control sobre la organización estudiantil. Colocar dentro de sus marcos normativos nuestra organización gremial, algo sobre lo que ningún estudiante opinó, atentando directamente contra la organización independiente.
Hasta ahora, las últimas leyes son las promulgadas desde 1983. Anterior a ellas todavía contaban los gremios estudiantiles con normativas establecidas por gobiernos de facto. La más reciente es la establecida en 2006 como parte de la Ley de Educación Nacional, impulsada por el gobierno de los Kirchner. A su vez, pasa que en cada provincia existen leyes provinciales que deciden de qué forma se conforman los centros estudiantiles en sus instituciones.
Estas normas establecen plazos de conformación, fechas, disposiciones de qué comisiones deben funcionar internamente y externamente, quienes deben ser las autoridades, o las figuras institucionales que deben formar parte, entre otras reglas. Y, en caso que esto no se cumpla, no serán reconocidos por dichas instituciones.
Alguien nos podrá decir que es mejor que las organizaciones estén reconocidas por las autoridades, que de esa forma podremos pelear por nuestras reivindicaciones de mejor manera. Sin embargo, esa propia lógica va en contra del propio fin que tiene organizarnos. De hecho, muchas veces esos argumentos los bajan las propias autoridades de las instituciones educativas para manipular. La gran mayoría de las oportunidades en que esto sucede es porque se encuentran cara a cara con nuestros reclamos y pretenden con eso calmar las aguas.
Pero, por un lado, las leyes son hechas por diputados y senadores que se encuentran muy lejos de las necesidades de los y las estudiantes de las instituciones públicas. Y de hecho votan recortes, entregas de recursos, o leyes que son papel mojado porque no tienen presupuesto para aplicarlas. Pensemos en cómo afectará el acuerdo cipayo con el FMI que acaba de imponer el gobierno de Alberto Fernández sobre la educación pública, que ya de por sí, viene siendo atacada con el correr de los años. Confiar en que estos supuestos representantes van a velar por nuestros intereses, consideramos que es algo equivocado.
Por otro lado, en las instituciones educativas quien define planes de estudio, reglas, normativas, etc., suelen ser los directivos, que además responden siempre a las órdenes que vienen desde arriba. Al igual que sucede en los lugares de trabajo con las comisiones de lucha, contar con una organización que se enfrente a ese poder desigual, que intente imponer otras voces, es necesario y urgente. A la juventud nunca se la escucha.
Por la organización de centros educativos independientes y combativos
Consideramos que los Centros de Estudiantes no deben ser kioscos de fotocopias, o entes meramente informativos. Tampoco corresponde a ellos encargarse de pintar las escuelas o colaborar en la aplicación de las reglas institucionales. Deben ser organismos de discusión política, de difusión de ideas, de toma de decisiones y de movilización y lucha.
Por esto creemos que las organizaciones estudiantiles deben surgir ante las necesidades de los y las estudiantes y conformarse en base a ellas, completamente independientes. Somos nosotros y nosotras quienes debemos definir de qué forma queremos elegir nuestros delegados/as, cuántas comisiones necesitamos, convocar asambleas donde participe la mayoría, tomar decisiones en conjunto y emplear toda nuestra fuerza transformadora en esas tareas..
Llamamos a tener plena desconfianza en los Valentino, los directivos, asesores de los ministerios que quieran imponer desde afuera de qué forma debemos organizarnos. No debemos tener más confianza que en nuestra propia fuerza para poner en pie las organizaciones independientes que necesitamos.