Estamos viviendo tiempo de elecciones y cada candidato intenta convencernos de que su programa de gobierno es la mejor opción. Lamentablemente, en nuestro país hace muchas décadas que los trabajadores apoyan partidos y candidatos capitalistas que siempre gobiernan contra nosotros. Por eso desde el PSTU participamos con candidatos obreros y llamamos a votar al FIT-U. Más allá de las diferencias y críticas que tenemos a los partidos que lo integran, su programa es de independencia de clase y vemos muy importante que un sector de la clase obrera y el pueblo trabajador vote por este frente y no por partidos y candidatos patronales.
La independencia política como necesidad histórica
Ya a principios del siglo XIX, en pleno auge de la revolución industrial en Inglaterra, los obreros comenzaron a organizarse para exigir mejores condiciones laborales y participación en la política nacional. Surge así el Cartismo, movimiento de obreros que reclamaban el derecho al voto del cual estaban excluidos. Sin embargo, esta primera experiencia se frustró, porque sus dirigentes terminaron apoyando a liberales burgueses y pequeñoburgueses.
Algunos años después Carlos Marx y Federico Engels, dos jóvenes filósofos y activistas socialistas alemanes, llegaron a la conclusión de que la única clase que podía producir una transformación revolucionaria de la sociedad era el moderno proletariado industrial por ser la principal clase productora. Pero debía organizarse políticamente con un programa revolucionario para disputarle el poder a la burguesía. Por eso, durante toda su vida lucharon por construir organizaciones obreras revolucionarias con este programa, plasmado por primera vez en el Manifiesto Comunista en 1847. Primero participaron de la Liga de los Comunistas -conformada por obreros de distintos países- y posteriormente, en la Asociación Internacional de Trabajadores (Primera Internacional) -integrada por distintas corrientes obreras con ideologías y programas variados- cuyo lema era “La liberación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos”.
Este legado continuó con la Segunda, Tercera y Cuarta Internacionales, y actualmente, con la pelea por la reconstrucción de la Cuarta que es la tarea a la que desde el PSTU y la LIT-CI nos avocamos.
Argentina y el peronismo
En la Argentina de fines del siglo XIX y principios del XX, todas las organizaciones obreras eran clasistas (anarquistas, socialistas o comunistas). Esto cambió con el peronismo.
Durante el primer y segundo gobiernos de Perón (1946-1955) hubo una situación económica excepcional, producto del enriquecimiento de Argentina como proveedora de cereales y carne en la Segunda Guerra Mundial. Él se apoyó en el movimiento obrero y un sector capitalista pro británico para frenar el avance del capital yanqui sobre el país. Perón logró el apoyo obrero cediendo grandes conquistas que mejoraron enormemente la vida de los trabajadores. Sin embargo, el costo para la clase obrera fue muy alto, porque perdió su independencia sindical y política. Los sindicatos fueron estatizados y muchos de sus líderes opositores encarcelados y torturados. Entre ellos los fundadores del Partido Laborista, en el cual se apoyó Perón para ganar las elecciones y que después obligó a disolverse en el Partido Justicialista. Luego, durante décadas, el peronismo inculcó en la clase obrera la idea de que un gobierno burgués puede darles conquistas a los trabajadores.
Un hito en este sentido fue el pacto empresario-sindical Perón-Gelbard, firmado durante su tercer gobierno (1973). Tal como lo han defendido públicamente Cristina Kirchner y Marcelo Fernández (presidente de la Confederación General Empresaria de la Argentina), se basa en que «después de las paritarias, gremios y empresarios, somos un solo sector».
Esta idea de alianza y convivencia entre trabajadores y empresarios está plasmada en el escudo del Partido Justicialista, donde vemos que una mano desde arriba (la del patrón), estrecha una mano que viene de abajo (la del obrero) en señal de pacto.
Pero los trabajadores sabemos que, por ejemplo en las paritarias, nuestros intereses son opuestos a los de los patrones. A todos los sectores burgueses, sin excepción, sean extranjeros o nacionales, los mueve el afán de tener más ganancias. Por esta razón, es utópica la división en buenos y malos empresarios. La división es en clases. Las «concesiones» que podemos conseguir son producto de la lucha, no «gracias» a las patronales y sus gobiernos.
Recuadro
La independencia política no alcanza sin un programa revolucionario
No obstante, que nos podamos organizar en sindicatos y en partidos tampoco nos garantiza que cambien las cosas de fondo. Ejemplos de esto son los partidos laboristas y el Partido de los Trabajadores (PT) de Brasil. Cuando gobernaron, sus funcionarios lo hicieron en alianza con los empresarios y sin enfrentar al imperialismo, dándole la espalda al pueblo y convirtiéndose en partidos financiados por burgueses.
Es decir, que los partidos tengan un origen en la clase trabajadora no es garantía de que apliquen un programa que nos beneficie al conjunto cuando son gobierno.
Esto nos deja varias enseñanzas. Por un lado, que la independencia política de los trabajadores es una pelea que lleva casi dos siglos. Nuestra historia nos ha enseñado que para lograr mejores condiciones de vida no alcanza con la lucha sindical y que no podemos confiar en los patrones o sectores pequeñoburgueses para representarnos. Tenemos la necesidad de organizarnos políticamente como trabajadores, tanto a nivel nacional como internacional.
Por otro lado, la composición obrera de los partidos tampoco es garantía si no hay un programa revolucionario. Los trabajadores necesitamos construir un partido obrero, revolucionario e internacionalista que pueda gobernar contra el capitalismo imperialista.
Sólo un gobierno de y para los/as trabajadores/as, sin alianzas con empresarios, puede poner en pie un plan obrero y popular para sobrellevar la pandemia y terminar con los ajustes, la miseria y el saqueo imperialista. No se puede unir el agua con el fuego: es una falsa unidad, que nos destruye a los/as trabajadores/as. Entre el imperialismo y la clase trabajadora, el burgués nacional siempre, tarde o temprano, terminará junto a su hermano de sangre y socio mayor, el imperialismo, dispuesto a asociarse con los monopolios para ganar más dinero explotándonos más y mejor. Por eso toda unidad con sectores patronales solo puede ser circunstancial y en la acción contra el imperialismo o por derechos democráticos como el del aborto, nunca en frentes policlasistas que sólo van a terminar subordinando al pueblo trabajador a los intereses de nuestros enemigos.