En los lugares de trabajo, las fábricas y escuelas, muchas compañeras y compañeros se preguntan cómo la mayoría de la gente pudo haber votado a alguien como Javier Milei. ¿Cómo pudo haber ganado quien dice abiertamente que quiere hacer un tremendo ajuste, defiende la última Dictadura Militar y declara que atacará derechos fundamentales?
Esto hace que florezcan la indignación y el enojo. Pero no podemos solamente dejarnos llevar por eso a la hora de analizar la realidad. Para enfrentar mejor el anunciado ajuste, es necesario entender de dónde salió este fenómeno y cómo llegó al poder.
Para eso tenemos que partir de hace algunos años. Alberto Fernández logró ganar la presidencia en primera vuelta en 2019. El ajuste de Mauricio Macri se llevó puesto el salario de los trabajadores, sufrimos despidos a montones, la pobreza llegó al 36%. Hubo represión, perseguidos, presos, incluso muertos como Rafael Nahuel y Santiago Maldonado.
El día después de que perdió Macri, en muchas fábricas hubo un clima de festejo y alegría por la derrota de Macri.
La ilusión duró poco
A los pocos meses, llegó la pandemia. La popularidad de Alberto Fernández estaba en un pico histórico. Las primeras semanas de cuarentena se transitaron con muy pocos infectados y muertes.
Pero al poco tiempo, el Gobierno comenzó a autorizar la actividad de distintas industrias. La mayoría de la gente volvió a trabajar, aunque no era esencial. Se expuso al virus y los contagios crecieron.
La gente iba a trabajar y se exponía al virus, pero seguía encerrada en su casa. Al mismo tiempo la inflación crecía y los salarios no aumentaban.
Se habían prohibido los despidos, pero empresarios como Paolo Rocca de Techint despidieron de todos modos, y nada les pasó. La cerealera Vicentín, se encontraba al borde de la quiebra y en deuda con el Estado. El Gobierno amagó a expropiarla, pero dio marcha atrás.
Alimentando a la serpiente
Y así siguió. El Gobierno acordó con el FMI pagar el préstamo que tomó Macri, tan criticado y denunciado, incluso planteando que era ilegal. Y además, continuó pagando la fraudulenta Deuda Pública anterior, aunque se deshacía en lamentos acerca de las consecuencias negativas de la pandemia y de la guerra en Ucrania.
La situación económica no sólo no mejoró para los trabajadores, sino que hubo un deterioro enorme en nuestros salarios y nuestras condiciones laborales. Más de la mitad de los trabajadores del país están en la informalidad, la pobreza llegó al 40% y la inflación no da tregua.
Todo eso dio terreno para que Milei, que ya era invitado recurrente en varios programas de televisión ganara terreno. Se presentaba como un “antisistema” que odiaba a la “casta” de los políticos. Un economista que planteaba ideas que parecían novedosas y contrarias de lo que se había hecho con Macri y con Alberto. Esto le permitió cosechar el apoyo de todo un sector que estaba decepcionado con el Gobierno y con la política en general. De este modo, pudo sumar adeptos/as, sacar muchos votos, llegar a segunda vuelta y, con el apoyo de Macri, ganar las elecciones.
Con eso fue construyendo un discurso ideológico, que cuestionaba a los desaparecidos, que atacaba derechos de las mujeres y la comunidad LGBTI+, e incluso poner en duda el calentamiento global.
No todos los que lo votaron adoptaron ese discurso en su totalidad. Pero hubo un sector que sí lo hizo. Quien les ofrecía una salida “distinta” a nivel económico, también les dio una explicación a nivel ideológico de por qué estamos como estamos, acusando a la “casta política”. Y esa explicación sedujo sobre todo, a muchas y muchos jóvenes que no gozan ni siquiera de los mínimos derechos que están en peligro.
Saquemos las conclusiones necesarias
No se puede gobernar para los trabajadores y para los empresarios al mismo tiempo. En algunos momentos de bonanza económica se pueden permitir ciertas medidas que beneficien a los trabajadores sin perjudicar demasiado a los empresarios. Así fue por ejemplo durante el Gobierno de Néstor Kirchner, beneficiado con altos precios de los “commodities” como la soja, y aparte con los pagos suspendidos de la Deuda Externa, un logro de la rebelión masiva del 2001.
Pero cuando la crisis se agudiza, es más difícil ocultar la realidad. Y queda al descubierto que el peronismo ha optado por gobernar para los empresarios. Eligió al FMI, eligió a Techint, a Vicentín. Y así le abrió el camino a Milei y a toda su banda de negacionistas y ajustadores seriales.
Hay que mencionar también la responsabilidad de la izquierda, que en vez de plantarse como una alternativa antisistema, se muestra cada vez más pegada al sistema parlamentario de la “casta política”, sin plantear una salida realmente revolucionaria, que organice la autodefensa obrera ante la represión del Estado, o que organice a los desocupados para exigir comida a los supermercados y frigoríficos, por ejemplo. Por eso, para romper el ciclo de gobiernos ajustadores, es una tarea fundamental construir una alternativa revolucionaria que ponga a los trabajadores en el poder.