Están en curso las primeras semanas de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos. Puede calificarse de diversas formas lo que está sucediendo en estos días pero ninguna de ellas será la de “tranquilidad”.
Por un lado, Trump promulgó una verdadera ametralladora de decretos (executive orders) sobre diversos temas, intentando demostrar que quería pegar rápido y que sus propuestas de campaña eran para ser cumplidas. Por otro, se acentúa la división entre los diferentes sectores burgueses estadounidenses (y en el mundo) y, en un hecho inédito en la historia del país para un presidente que recién asumió, hubo numerosas e importantes movilizaciones de alcance nacional contra su gobierno y algunas de sus medidas. Estados Unidos parece haber entrado en uno de esos períodos en que la historia se acelera y se concentra y produce situaciones nuevas e impensadas.
En varios artículos anteriores y en la revista Correo Internacional n.° 16, analizamos que la elección de Trump era la expresión de crecientes elementos de crisis del régimen político de la burguesía imperialista estadounidense y de sus dos partidos (el republicano y el demócrata). Que la base objetiva de este proceso era el permanente deterioro de las condiciones de vida de los trabajadores y las masas estadounidenses y, con ello, el fin del “sueño americano” (el progreso económico constante) para las masas, que le daba solidez a ese régimen. Esto se expresaba en una desconfianza cada vez mayor en el sistema político bipartidista al que sectores crecientes de las masas veían como el sistema del “1% más rico” (como expresaba el movimiento Occupy).
En el caso del partido demócrata, este descontento se expresó dentro y fuera del partido. En primer lugar, en la alta votación de Bernie Sanders en la primaria demócrata (presentándose como de “izquierda”). Luego Sanders abandonó a esos seguidores ya que llamó a votar a Hillary Clinton y se negó a impulsar una alternativa independiente, con el argumento de que hacerlo “le abría las puertas a Trump”.
Finalmente, en las pasadas elecciones, esto se reflejó, en primer lugar, en la opinión negativa o rechazo que muchos potenciales votantes tenían de ambos candidatos y, en segundo lugar, en el importante porcentaje de “insatisfacción” de votantes con las opciones que se les presentaban.
Todos elementos de crisis del régimen, que afectaban de modo desigual a ambos partidos. Desde la derrota del proyecto de Bush hijo, eran mucho más profundos en los republicanos, divididos de hecho en tres fracciones casi autónomas: la vieja guardia republicana (alrededor de figuras como Bush o McCain), el Tea Party y el sector pro-Trump. Los demócratas se mostraban más cohesionados pero la frustración con Obama y sus promesas y el nulo carisma de Hillary Clinton se expresaron en el desgaste electoral y la ruptura de una franja minoritaria pero importante de su electorado. Antes se había expresado en procesos de movilización independientes como los de la comunidad y la juventud negras (tradicional base demócrata) contra la violencia y los asesinatos policiales.
La aparición de Trump y su victoria electoral se explican como una expresión de este proceso, al que supo aprovechar con su demagogia populista y, con el apoyo de un sector del electorado, ganar la presidencia.
Señalamos que, si bien una de las posibilidades era que Trump derrotase al movimiento de masas y, con ello, pudiese abrir un período de estabilidad reaccionaria, creíamos que la hipótesis más probable era que su gobierno agravase el cuadro de crisis.
Para esta segunda hipótesis, consideramos que las propuestas de Trump, por un lado chocaban con las políticas que venían aplicando sectores centrales de la burguesía imperialista estadounidense y mundial (como la reacción democrática). Y que, de avanzar en la aplicación de esas propuestas, abriría una grieta profunda con estos sectores burgueses.
Por otro lado, que al transformarse esas propuestas en medidas concretas, estaba planteada una respuesta del movimiento de masas, ya esbozada en las movilizaciones del día que se conoció su elección. Si bien ha pasado muy poco tiempo de gobierno y sería prematuro cerrar definiciones, nos parece que lo ocurrido en estas semanas, parece confirmar la hipótesis anterior.
En este sentido, Trump y sus medidas profundizan la polarización política y de la lucha de clase, con procesos hacia izquierda y derecha en la superestructura y en los sectores sociales, que ya se esbozaban en todo el período anterior.
El perfil de Trump
Trump encabeza un gobierno que, sin utilizar métodos fascistas, debemos definir política e ideológicamente como de ultraderecha. Y que, desde el inicio, comenzó a descargar duros golpes sobre las masas. Pero no nace como un gobierno fuerte. En primer lugar, por las divisiones interburguesas que expresa. En segundo lugar, por haber sacado menos votos populares que Hillary Clinton y estar basado en un 25% de los votantes posibles. En tercer lugar, las encuestas le dan un 40% de “aprobación” en el momento en que asumió, el porcentaje más bajo de un gobierno recién asumido desde que este factor es medido. Incluso antes de asumir ya enfrentaba movilizaciones en su contra.
Por otro lado, cuenta con el apoyo de algunos sectores burgueses (como veremos en el segundo artículo de esta serie) y de parte importante de los trabajadores blancos, que tiene expectativas en él. Y también con el apoyo de un sector importante de la burocracia sindical (como el expresado por la dirección de la AFL-CIO) mientras otro sector, sin apoyarlo, permanece pasivo o paralizado.
Una vez que ya fue presidente en ejercicio, Trump arrancó con una seguidilla de decretos para mostrar que hablaba en serio durante la campaña electoral y que actuaría con rapidez. Aquí entra un factor que, sin ser el central de los procesos históricos, ahora cobra mucha importancia: el papel de los individuos y su personalidad, en la medida en que Trump conduce ahora el gobierno del principal Estado imperialista. Trump llega a la política “desde afuera” (es un outsider). Es un gran empresario, acostumbrado a manejarse de modo arbitrario en sus empresas y a disputar ferozmente los negocios y los espacios en el mercado. Un perfil sicológico que quedaba expresado en su programa televisivo “El Aprendiz” (en el que varios postulantes competían por un lugar de ejecutivo junior en sus empresas) cuando eliminaba a algún participante con la frase “You are fired” (“estás despedido”).
Hasta su postulación como precandidato presidencial republicano, su relación con la política burguesa imperialista era la de financiar candidatos y comprar (o asegurarse) medidas que favorecieran sus negocios. Es un hombre de bajo nivel de cultura general, que no comprende los complejos factores estructurales y superestructurales que se combinan en la política internacional y nacional ni conoce desde adentro los mecanismos de negociación permanente de la democracia burguesa. Menos aún comprende los procesos de la conciencia de las masas, especialmente los que generan la lucha de clases.
Mientras se trató de enfrentar a los aparatos republicano primero y demócrata después, Trump aprovechó hábilmente la crisis de estos partidos y resultó electo presidente. Pero, en cuanto se trata de gobernar, esta autosuficiencia y la política que se deriva de ella chocan con los límites de la realidad y ya lo están haciendo pagar su costo. Peor aún, parece actuar como “un elefante en un bazar”.
Por eso, si bien es prematuro cerrar definiciones, nos parece que tiende a confirmarse la hipótesis del agravamiento de ambos procesos (elementos de crisis del régimen y aumento de los roces interburgueses, por un lado, y un posible ascenso de los trabajadores y las masas, por el otro). Como hemos dicho, se trata de una situación en gran medida inédita en Estados Unidos. Por eso, éste es el primero de una serie de artículos en los que desarrollaremos los distintos aspectos de esta nueva realidad.