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¿Qué clase de Estado hace falta?

El fracaso del peronismo kirchnerista, que dejó en evidencia las mentiras del “Estado Presente”, y la falta de una verdadera alternativa de izquierda revolucionaria, dieron eco a las propuestas de Javier Milei, que son tomadas incluso por sectores obreros y de la juventud. Pero, ¿cuál es la verdad sobre el Estado y sus administradores?

Los embates del ajuste y la inflación golpearon la idea del Estado promotor del desarrollo, los derechos sociales y la concordia entre patrones y obreros -sostenida por kirchneristas y sus aliados-, y abrieron paso a las críticas de Milei.

Con el planteo de que el Estado empobrece a la sociedad con sus impuestos, con los cuales financia servicios públicos (salud, educación, etc.), que deberían ser brindados por empresas, y mantiene una “casta” de políticos, el ultraliberal sostiene que hay que hacer desmantelar tales servicios públicos para generar prosperidad.

En otras palabras, Milei simplemente lleva un poco más allá las ideas de Gobiernos como el de Menem o Macri. Pero a pesar de esto, su argumento de que los políticos (y el Estado) parasitan tanto a empresarios como a trabajadores, cala hondo entre amplios sectores del pueblo trabajador.

El poder de la clase dominante

Pero la realidad es que la sociedad argentina, como todas las del mundo, es una sociedad capitalista, y por ende está dividida en clases. Entre quienes generamos la riqueza de la sociedad con nuestro trabajo (la clase obrera), y quienes se apropian y acaparan esa riqueza (los empresarios o burgueses), además de amplios sectores populares que brindan servicios varios o se la rebuscan como pueden.

Y la acumulación desproporcionada de riqueza por la burguesía -fuente de todos los conflictos sociales- es posible porque el Estado, sus leyes y especialmente sus fuerzas militares y policiales existen pura y exclusivamente para eso: para que los ricos y poderosos permanezcan ricos y poderosos, y acumulen tanta riqueza y poder como puedan… por los medios que hagan falta. Que haya gobiernos más amables con los trabajadores y el pueblo, no altera esta realidad.

Así, la “casta política” no es la única que parasita a la sociedad, sino que sirve a los verdaderos parásitos: los patrones, la burguesía. Para eso, la “casta política” administradora del Estado, cuenta con el respaldo de otras “castas” no denunciadas por Milei: la oficialidad militar y policial, los jueces, los altos funcionarios, las iglesias, etc.

De ahí el hecho de que Milei plantea “achicar” todo el Estado, menos las fuerzas armadas, la Justicia, todas las herramientas directas de la clase dominante para garantizar su control. No por nada su candidata a vice presidente es Victoria Villarruel.

Los límites del voto

Eso no quiere decir que el Estado sea impermeable a la resistencia obrera y popular, o que los derechos sociales y civiles no nos sirvan: en contra de lo que dice Milei, los derechos conseguidos (como las leyes laborales) son grandes conquistas que deben ser defendidas.

El problema es que bajo el dominio patronal no solo no se puede ir más lejos, sino que, a medida que avance su decadencia, el orden político intentará arrebatarnos esos derechos. El “Estado Presente” que defiende el peronismo-kirchnerista no son nada más que migajas en comparación a las ganancias de los capitalistas, para “calmar aguas” en momentos de tensión o para mantener a los trabajadores y sectores populares bajo control. Además, en situaciones de crisis económica profunda como la que vivimos, estas medidas terminan volviéndose insuficientes rápidamente, si es que no lo eran de origen.

Hay que dejar en claro que la “democracia” de los ricos, no es nada más que la cara amable del dominio capitalista. Y que por más útil que pueda ser el contar con un puñado de legisladores que denuncien al orden patronal en sus órganos de poder, no podemos librarnos de la tiranía del capital mediante el voto: la Constitución y sus instituciones, insistimos, solo existen para garantizar que la burguesía tenga el poder.

Recuadro

Nuestra propuesta para cambiar el país

Por eso, el problema de fondo no es eliminar ministerios o fortalecerlos. Para cambiar el país hace falta establecer un gobierno obrero y popular que reemplace los tres poderes del Estado por una asamblea de representantes elegidos en cada lugar de trabajo, estudio y comunidad originaria -excluyendo expresamente a empresarios, terratenientes, antiguos altos funcionarios y represores-, y concentre las funciones ejecutivas, legislativas y judiciales. Una asamblea en que cada representante lleve mandato de la asamblea de base que lo eligió, y sea responsable ante ésta, pudiendo ser revocado en cualquier momento. Una asamblea cuyos representantes ganen lo mismo que un obrero cualificado.

Desde ya, un Gobierno así sólo puede imponerse mediante la lucha de las organizaciones obreras y populares, enfrentando la represión con la autodefensa y arrastrando a la lucha o empujando a la neutralidad a los uniformados que no quieran enfrentar al pueblo en la calle. Un nuevo Argentinazo que vaya mucho más lejos de lo que fueron las heroicas jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001, una revolución del pueblo trabajador con la clase obrera en primera línea. Una gesta como aquella que nos libró del dominio de los españoles. Esta vez por una Segunda y Definitiva Independencia, que eche a las multinacionales y al FMI. Y ponga las principales palancas de la economía bajo control de los trabajadores (ver página 20).

La organización que hace falta

Las actuales dirigencias obreras y populares, domesticadas por la democracia patronal, son incapaces de conducir al pueblo trabajador por esa ruta. Hace falta construir una nueva dirección, que tenga como objetivo luchar por esta revolución, y esté integrada por los mejores luchadores y luchadoras. Desde el PSTU estamos al servicio de esa construcción; y convocamos los/as trabajadores/as que coincidan con nosotros a sumarse a esta tarea.