Este concepto que era común en la casi totalidad de las fuerzas revolucionarias y del nacionalismo como la izquierda peronista o el guerrillerismo, ha prácticamente desaparecido de sus análisis y de su intervención política. Sin embargo si nos atenemos a la clásica definición de Lenin redactada en “El Imperialismo, etapa superior del capitalismo”, sus premisas siguen plenamente vigentes. Por eso -como leninistas- creemos fundamental analizar la situación de nuestros países desde esta perspectiva.
Lenin marca las características que cambian en el capitalismo con el paso de la libre competencia a esta fase imperialista y señala los rasgos fundamentales, teniendo en cuenta los conceptos puramente económicos, básicos, a saber: 1) la concentración de la producción y el capital se ha desarrollado hasta un grado tal que ha creado monopolios que desempeñan un papel decisivo en la vida económica; 2) la fusión del capital bancario con el industrial y la creación del capital y una oligarquía financiera; 3) la excepcional importancia que adquiere la exportación de capitales; 4) la formación de asociaciones capitalistas que se reparten el mundo; 5) la culminación del reparto territorial entre las grandes potencias capitalistas.
Para Lenin la época imperialista es la de los monopolios asociados indisolublemente a la opresión colonial de los países pobres por los países ricos. Según esta teoría, la explotación capitalista de la burguesía sobre el proletariado se combina con esa opresión reforzándose mutuamente.
El surgimiento del capitalismo permitió que se desarrolle la gran industria, la ciencia y que podamos tener mayor control sobre la naturaleza. Pero contradictoriamente la utilización de las fuerzas productivas (la naturaleza, la técnica y el hombre) como propiedad privada y al servicio de la ganancia de los empresarios, ha generado que este sistema deje de avanzar y comience a destruir al hombre y a la naturaleza. Esta fase de decadencia del capitalismo que se inició a fines del siglo XIX es típica del imperialismo.
Las principales muestras de su tendencia a la destrucción fueron las guerras mundiales. La Primera dejó entre 10 y 30 millones y la Segunda entre 50 y 70 millones de muertos.
¿Por qué se dieron esas guerras? Por la necesidad de las burguesías nacionales de mantener y aumentar sus ganancias, que surgen de la explotación de los trabajadores. Y cuando encontraron un límite en las fronteras nacionales, las grandes potencias económicas y militares se lanzaron a conquistar a los países atrasados instalando industrias y bancos, para incrementar la explotación, el saqueo y con ello sus ganancias.
La globalización y el imperialismo
Durante los años ’90 hubo un salto en la liberalización del comercio, la desregulación financiera, las reformas laborales y la internacionalización de las cadenas de producción. Ese proceso fue llamado a comienzos del siglo XXI “globalización” y surgieron numerosas teorías que plantearon que es caduco el concepto de imperialismo. Según nos decían el poder de las grandes transnacionales estaba por encima de los Estados nacionales y marchábamos hacia una nueva división internacional del trabajo y la economía mundial que atenuaría las grandes crisis. El estallido de la gran crisis del 2007/2008 desarmó como un castillo de naipes esas falsas teorías y demostró la vigencia de la teoría del imperialismo.
Es que en la globalización sigue existiendo la competencia entre capitalistas como ocurría antes. Pero ahora se da principalmente entre grandes monopolios que controlan la industria, las finanzas y los mercados comiéndose a los capitalistas más chicos generando una gran concentración de la producción y de la propiedad del capital. Es así que el mundo sigue repartido en manos de unas pocas potencias económicas y militares como EEUU, Alemania, Francia, Inglaterra y Japón que son quienes garantizan el dominio a las grandes multinacionales como General Motors, Ford, Monsanto, Barrick Gold, PAE, Cargill, Bayer, Glencore, IBM y sus organismos financieros como el FMI o Banco Mundial (BM) asociados a inversores buitres internacionales. O a través de la ocupación lisa y llana mediante la invasión o la guerra o la instalación de bases militares como las yanquis en Colombia o la británica en nuestra Islas Malvinas.
De manera que esta dominación de unos pocos países imperialistas transforma a la inmensa mayoría en semicolonias o colonias. El hecho de que un juez municipal de Nueva York como Griesa haya tenido en vilo a toda la economía argentina y su propio estado, así como la intervención directa de la ex-Directora del FMI Christine Lagarde sobre el Gobierno Nacional, hablan a las claras de este sojuzgamiento que se profundiza con el 80% de las principales empresas del país en manos de multinacionales extranjeras. Y una Deuda Externa de miles de millones de dólares que impone al pueblo trabajador condiciones leoninas, a sabiendas que la inmensa mayoría de ese endeudamiento fue disfrutado por la burguesía imperialista y nacional asociadas.
Entonces -como sostiene Lenin- la línea demarcatoria de la política mundial producto específico de la fase imperialista es la división del mundo entre un puñado de países ricos, desarrollados, opresores, imperialistas, parasitarios de una mayoría de países pobres, coloniales y semicoloniales, naciones oprimidas y explotadas.
Por eso los avances científicos notables para lidiar con la pandemia son secuestrados por el imperialismo. En vez de garantizar vacunas para todas y todos, lo que prima es la ganancia de los laboratorios y farmacéuticas multinacionales. Y en consecuencia se da por ejemplo el acaparamiento por parte de Estados Unidos de vacunas muy por encima de sus necesidades mientras que en la poblada India se mueren en masa por falta de dosis.
Claramente somos las trabajadoras y los trabajadores los verdaderamente interesados en terminar con esta barbarie. La lucha antiimperialista está en nuestras manos.