Se cumplen 15 años de la rebelión popular que derrotó a De La Rúa, tiró 4 presidentes, provocó el cese de los pagos de la deuda externa, y cambió la historia del país.
El kirchnerismo asumió en medio de un ascenso latinoamericano que derrotó al ALCA, produjo revoluciones en Argentina, Bolivia, Venezuela y Ecuador y pudo haber roto con la histórica dependencia de nuestros países. Los gobiernos patronales “progresistas”, que surgieron de estos procesos, no fueron mas alla de medidas tibias que no hicieron cambios de fondo, traicionando la heroica lucha de los pueblos.
Hoy, ante un gobierno que apuesta a la recesión y la desocupación, no se puede descartar que una escalada de la lucha pueda desembocar en un proceso similar. Duhalde o Lavagna (cuando hablan del colapso a que puede llevar el plan Macri), sienten escalofríos ante esa posibilidad. Con ese terror, el Papa convenció a CGT y Gobierno de ceder en pos de la gobernabilidad a sacar todas las lecciones de aquel Argentinazo, son centrales para el futuro.
La crisis que detonó el 2001, una catástrofe social con millones condenados a la miseria, fue causada por las reformas de Menem y Cavallo ordenadas por el imperialismo en los ’90: privatizaciones, achicamiento del Estado, apertura a importaciones y capitales extranjeros, reformas laborales, pago obediente de la deuda externa, etc.
Cada una de estas medidas fueron recibidas con luchas: los trabajadores de los servicios que se privatizaban, estallidos locales y provinciales, piquetes en las localidades petroleras del norte y el sur del país, la comunidad educativa contra la destrucción de la educación. Hasta los jefes gremiales se vieron obligados a salir a pelear, convocando varios paros nacionales, en acciones que no buscaban derrotar los planes menemistas, sino descomprimir la bronca obrera y popular; desviándola hacia las elecciones.
Ajuste, lucha y crisis
En 1999, subió De la Rúa que aplicó la misma política, restituyendo a Cavallo como ministro. El repudio creció. La desocupación y subocupación llegó a 5 millones de personas. Las manifestaciones se multiplicaron y la represión se endureció, asesinando a cada vez más luchadores.
Creció una ruptura con los partidos patronales: el voto en blanco y el ausentismo fue masivo en octubre de 2001. La patronal estaba dividida. Un sector impulsaba la devaluación, pero De la Rúa defendió el “uno a uno” (1), con recortes brutales que los llevaron a choques cada vez más graves con los trabajadores.
Finalmente, el Gobierno decidió salvar el sistema bancario mediante el “corralito”, que incautó los ahorros de miles de personas y cortó la cadena de pagos, provocando una catástrofe social.
Revolución en la plaza
Tras el paro masivo del 13 de diciembre pero aislado, comenzaron los saqueos que se extendieron por todo el país, enfrentando una represión con decenas de muertes. El Gobierno decidió huir para adelante, y declaró el estado de sitio.
Centenares de miles de personas salieron a la calle, copando la Plaza de Mayo para repudiar al Gobierno. No bastaba la renuncia de Cavallo: las calles exigían “que se vayan todos”. En la madrugada del 20 de diciembre, De la Rúa decidió jugar su última carta ordenando una represión asesina. Pero el pueblo se plantó, dejando su sangre, y derrotó el estado de sitio.
Ese jueves la Plaza de Mayo y sus alrededores fueron un campo de batalla, cada vez más gente acudía al combate. Miles enfrentaban a la policía, columnas de humo se elevaban sobre los edificios, los vecinos apoyaban a los manifestantes tirando agua para mitigar el efecto de los gases. Por la tarde, la policía comenzó a usar munición real, disparando desde autos sin identificación. A las 19:52, De la Rúa presentaba su renuncia y huía en helicóptero de la Casa Rosada. El Argentinazo había triunfado.
Se quedaron todos
A partir de ahí, se sucedieron cuatro presidencias, y semanas de inestabilidad. Sencillamente, los poderosos de siempre no podían gobernar. Se impuso el freno del pago de la deuda externa (el “default”), y apoyo en subsidios sociales.
Luego del 1° de enero, un pacto entre diferentes sectores del poder puso a Duhalde en la presidencia, quien mantuvo el cese de pagos de la deuda, y los subsidios al desempleo -además de aumentar retenciones a las exportaciones- pero devaluó la moneda, bajando un 30% los salarios. Con el tiempo, estas medidas -y la mejora de las condiciones internacionales- permitieron la recuperación de la economía; que mantuvo -suavizadas- las reformas del menemismo, que hoy nuevamente nos conducen a la crisis. Y se reconstruyó en parte el orden político derribado por el Argentinazo.
Para lograr “que se vayan todos”, se necesitaba algo más que la valentía de las masas y los organismos que crearon -asambleas, movimientos piqueteros, empresas recuperadas-. Faltó por un lado, que el movimiento obrero se metiera a la lucha como tal, construyendo nuevas organizaciones autodeterminadas e independientes de la patronal y la burocracia sindical. Y por otro, un partido revolucionario que guiara a los luchadores hacia el único “que se vayan todos” posible: la revolución socialista.
Una gesta obrera y popular
A pesar de eso, el Argentinazo demostró que, con la lucha, las masas pueden cambiar el curso de la historia. Fue una revolución –en la medida en que fueron las masas, de manera independiente y autoorganizada, las que guiaron el curso de los acontecimientos-. Pero una revolución inconclusa, y desviada, que no alcanzó a liquidar el ré- gimen político y transformarlo en un gobierno de los trabajadores.
Se demostró que nos sobra fuerza para hacerlo. Por eso, queremos rescatar esta fecha gloriosa y sus aciertos y errores. Pero se demostró también que para que para vencer de manera irreversible, cambiar las bases de dominación e imponer un sistema económico diferente, hace falta la intervención directa de la clase obrera, y la construcción de un partido revolucionario que aún no existe en nuestro país.