Por Marcel Wando
El 21 de abril de 2025 murió Jorge Mario Bergoglio, el papa Francisco I, a los 88 años, víctima de un accidente cerebrovascular. Su salud ya era delicada, incluyendo un cuadro de neumonía, y falleció en la habitación 201 de la casa Santa Marta, donde residía, ya que se negaba a vivir en el Palacio Apostólico, en los apartamentos papales. Este gesto simbólico representa la trayectoria de Francisco, que asumió el cargo el 13 de marzo de 2013, tras la renuncia de Joseph Aloisius Ratzinger, Benedicto XVI.
El cambio no solo fue de personas que ocupaban el cargo, sino también de discursos y trayectoria de la Iglesia, que sufría presiones para una «modernización», especialmente con el ascenso de la lucha de clases que se vivió en el mundo entre 2009 y, por lo menos, 2013. La elección de Francisco fue rápida: 13 días desde la renuncia de Benedicto y un día desde el inicio del cónclave. Fue la respuesta que la Iglesia dio a los clamores populares de la época y esa era su misión.
Francisco era, dentro de la Iglesia, un punto de inflexión, una contradicción interna. El capitán de un crucero que decidió cambiar el rumbo y que, lentamente, cambiaba su dirección. Al menos esa era la imagen que quería transmitir. Es considerado por muchos como un progresista, al menos para los estándares de la alta jerarquía de la Iglesia católica. Esto se ve reforzado por las lágrimas sinceras de los activistas de todo el mundo, las lágrimas oportunistas de los falsos aliados de la izquierda reformista y las lágrimas de felicidad de los enemigos declarados de la extrema derecha.
No hay nada qué reprochar a la tristeza de la gente común que veía en la figura del papa Francisco un rayo de esperanza frente a la desesperación de la vida en un mundo desgobernado por el capital. Como decía Marx, «la religión es el opio del pueblo», empleado no en el sentido moralista de hoy, de la guerra contra las drogas, sino en el sentido de que, en aquella época, el opio era uno de los anestésicos más caros, inaccesible al pueblo.
Por eso vemos que no son solo los 1.400 millones de católicos los que se lamentan, sino un océano de personas que sentían en las palabras del pontífice un calor espiritual en medio de la gélida situación que vivimos.
La promesa del paraíso y de la paz por parte de una autoridad tiene su importancia, ya que tantos otros solo consiguen prometer guerras, catástrofes climáticas, desempleo, austeridad, deportaciones, prisiones y violencia policial. Pero, en realidad, esta tristeza es una demostración del impacto que ha tenido en la realidad una política de conciliación de clases implementada inteligentemente por la jerarquía de una institución tan reaccionaria como la Iglesia católica.
Para entender cómo el papa logró construir esa imagen y si esta condice con el papel real de la Iglesia en el mundo actual, es necesario entender las posturas del papa y las políticas de la Iglesia católica.
La imagen del Papa de los Pobres
La elección de vivir en la casa Santa Marta y no en el Palacio oficial, las vestimentas papales más modestas, las infinitas disculpas, hasta los gestos más pequeños estaban milimétricamente calculados para transmitir la idea de modestia. Por supuesto, era necesario hacerlo, pero si solo fuera eso, seguramente no sería suficiente. ¿Cómo, entonces, el papa Francisco logró revertir parcialmente la crisis de imagen de la Iglesia católica, marcada por el conservadurismo, la corrupción y los escándalos de pedofilia? Veamos solo tres ejemplos.
Cuando el Papa preguntó: «Si una persona es gay y busca a Dios y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarla?», se desató un escándalo. La Iglesia, responsable por varios casos de «cura gay», que siguen practicándose hasta hoy en Italia; la Iglesia cuyo libro sagrado determina que solo se permite el matrimonio entre hombre y mujer y que el amor entre personas del mismo género es considerado una “abominación”; la Iglesia que se niega a celebrar rituales matrimoniales para las personas LGBT.
Esto llega a los oídos de la vanguardia de la lucha contra la opresión como si el Papa fuese un aliado que lucha internamente para avanzar en la implantación de políticas de inclusión en la Iglesia. Sin embargo, la Iglesia no juzgará a los gays, pero puede ser, como dicen los protestantes, «odiar el pecado, y no al pecador», es decir, que serán aceptados en la medida en que renuncien a sus prácticas. En enero de 2023, Francisco se refirió a las relaciones homoafectivas: «No es un delito, pero es pecado», expresando la continuidad del mismo rechazo.
En diciembre de 2022, durante el primer año de la invasión de Rusia a Ucrania, el pontífice lloró al hablar del sufrimiento de los ucranianos, afirmando que habían sido martirizados. En su último mensaje a los fieles, el domingo de Pascua, pronunciado por el arzobispo Diego Ravelli, afirmó: «Que Cristo resucitado conceda a Ucrania, devastada por la guerra, su don pascual de la paz y anime a todas las partes implicadas a proseguir los esfuerzos para alcanzar una paz justa y duradera». Al afirmar que las partes deben «esforzarse», se sugiere que los ucranianos tienen parte de culpa en el proceso, equiparando a los agresores rusos con los agredidos ucranianos.
También en su discurso de Pascua, afirma que «mi pensamiento se dirige al pueblo, en particular a la comunidad cristiana de Gaza, donde el terrible conflicto sigue causando muerte y destrucción y provocando una situación humanitaria dramática e ignominiosa». Esto es interpretado como un símbolo de alianza con el pueblo palestino, lo que hizo que miles de activistas de la resistencia lloraran su muerte. Pero, en el mismo discurso, el Papa afirmó que defiende a los israelíes y la liberación de los prisioneros, poniendo al mismo nivel a los genocidas sionistas y a los que luchan contra el genocidio.
Estos mensajes de doble sentido son construidos para ser escuchados de una manera por la vanguardia de las luchas y de otra por los sectores más conservadores de la Iglesia, acomodando los intereses para ganarse la simpatía de activistas, pero manteniendo las políticas conservadoras de la jerarquía de la Iglesia católica.
Este método es utilizado para los principales temas de la lucha de clases, desde las revoluciones democráticas en el mundo árabe, hasta la resistencia contra la pandemia de Covid-19, pasando por la catástrofe climática que vivimos. Discursos tallados a medida para atraer el apoyo de los activistas sin romper con los intereses de la burguesía. Esa es la tradicional política de conciliación de clases, la búsqueda de la “paz”, sin enfrentar la dominación burguesa e imperialista.
Pero en la lucha de clases, desde el punto de vista del proletariado es necesario luchar contra la burguesía. Tener claro quiénes son los enemigos reales es fundamental en esta lucha, y la ideología de la conciliación de clases, conscientemente, no define a los enemigos del proletariado, como la burguesía y el imperialismo. Y esta lucha incluye, cuando es necesario, la violencia contra los opresores, contra la dominación burguesa. La ideología ampliamente difundida por el papa Francisco era, ante todo, “contra la violencia”, “por la paz”, igualando a explotados y explotadores. En esencia, la del mantenimiento del statu quo de la burguesía.
El Bergoglio del Antiguo Testamento
Pero la trayectoria de Jorge Mario no comienza como papa. El papa argentino tenía cierta experiencia de “trabajo de campo” en comunidades pobres y un buen acercamiento con las masas, lo que la Iglesia católica orientaba en su “Renovación Carismática”. Esa era una política de la Iglesia de la década de 1960, que respondía al ascenso revolucionario en todo el mundo tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. Entre otras cosas, las misas comenzaron a celebrarse en la lengua nativa de cada país (antes solo se celebraban en latín), con los sacerdotes mirando al público y no de espaldas a él, además de acercarse a los sectores más pobres.
Esta política de la Iglesia generó como subproducto la “teología de la liberación”, que llevó a varios miembros de la Iglesia a actuar como militantes contra las dictaduras de América Latina, incluso entre los jesuitas. Esto generó cierta “fama” en esta congregación como “de izquierda”, aunque su historia demuestre lo contrario. El hecho de que Bergoglio sea jesuita, el primer papa que lo es, reforzó esa imagen.
Pero, en realidad, Francisco siempre ha estado vinculado a las corrientes de derecha de la dictadura peronista. Incluso es acusado por grupos de defensa de los derechos humanos, como las Madres de la Plaza de Mayo y el Centro de Estudios Legales y Sociales, de no haber defendido a dos sacerdotes jesuitas detenidos y torturados durante la última dictadura militar argentina. Fue parte muy importante de la jerarquía de la Iglesia católica argentina que apoyó la dictadura militar en ese país, una de las más violentas y asesinas de la historia latinoamericana.
Además, promovió marchas contra el matrimonio homosexual en Argentina (conquistado sólo en 2010) y llevó a cabo duras campañas contra el derecho al aborto de las mujeres en el país (conquistado en 2020).
Bergoglio puede haber encontrado su redención con Francisco ante la opinión pública, pero «la justicia no se hace con el olvido, sino con la memoria», como se escribió en el prólogo del informe Nunca Más, elaborado por la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP), responsable de investigar las violaciones de los derechos humanos cometidas por el régimen militar argentino. Por lo tanto, esto no puede ser olvidado.
La verdad es que el papa Francisco defiende, ante todo, los intereses de la Iglesia católica. No llegó a cardenal por oponerse a los papas conservadores que le precedieron, sino por ser de su confianza. Al igual que los 138 cardenales que hoy disputan el puesto (110 de ellos nombrados por Bergoglio), también defenderán los mismos intereses. Aunque tengan una mayor diversidad, ya sea por su país de origen o por su pensamiento, el Papa es, ante todo, un monarca jefe de Estado, que responde a las necesidades capitalistas de su país y de los países en los que participa de la vida política.
Vivimos bajo un sistema que avanza aceleradamente hacia la barbarie, engendrada por las élites financieras y políticas de la burguesía. Respetamos los lamentos sinceros de los activistas ante la muerte del Papa, [pero] somos marxistas y militantes de la revolución socialista. Por eso queremos contraponer las ilusiones generadas por la política de conciliación de clases del Papa con la realidad de la explotación y la opresión de la burguesía. Y queremos, también, recordar la trayectoria pasada de Bergoglio en apoyo a la dictadura argentina, su campaña contra el matrimonio gay y contra el derecho al aborto en Argentina, para exponer sus verdaderas posiciones.