REVOLUCIÓN OBRERA Y SOCIALISTA PARA LA LIBERACIÓN FEMENINA

LA RESPUESTA DEL MARXISMO

En las enormes movilizaciones de mujeres que sacudieron al mundo en las últimas décadas la pelea unió a organizaciones revolucionarias con organizaciones feministas de todo tipo, con un mismo objetivo: las reivindicaciones para la liberación femenina. Pero nos diferencia algo fundamental: ¿cuál es el camino para obtenerla?

En la primera oleada de luchas femeninas a principios de siglo XX, las mujeres obtuvieron el voto, entre otras conquistas. En la segunda, años ’60 y ’70, salieron por la libertad sexual, el divorcio, el aborto legal, y también lograron triunfos.

En este punto, el imperialismo tuvo un programa de acción: sacar de las calles a las mujeres. Lo hizo por medio de las llamadas “políticas de género” y de llevar el debate al ámbito académico. El problema de las mujeres sería conseguir la igualdad dentro del capitalismo y derrotar el dominio masculino, el “patriarcado”, fundamentalmente, a través de leyes. Hacia inicios del siglo XXI, ante una nueva marea de luchas de las mujeres y de los demás sectores oprimidos, combinadas con las peleas de la clase trabajadora y los pueblos (ejemplo: la llamada “Primavera Árabe”), su política fue promover el acceso de esos sectores postergados a puestos políticos y empresariales encumbrados. Nació así el “empoderamiento”, el concepto de que es posible hacerse fuerte desde lo individual.

Estas concepciones son las que defienden la mayoría de las organizaciones feministas, como la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto o Ni Una Menos, en nuestro país.

El balance está a la vista. Luego de 50 años de aplicarse esas políticas la ansiada igualdad no llega. 

El programa revolucionario para la mujer también pelea por la igualdad dentro del capitalismo, por tener las mismas oportunidades en todos los aspectos. El problema es que la sociedad capitalista imperialista es desigual. Es un sistema en que la clase trabajadora vive condenada a trabajar para el lucro de unos pocos poderosos. Cuando las revolucionarias afirmamos que el problema de la mujer es de clase, significa reconocer que todas las desigualdades generadas por las distintas formas de opresión y explotación, son problemas que debe resolver la clase trabajadora. Por eso, en el capitalismo, luchamos por “la igualdad del proletario”, al decir de Lenin, o sea tener las manos y la mente libres para poder pelear en las mismas condiciones y junto a nuestros compañeros varones, para organizarnos como mujeres de la clase trabajadora con el norte de una revolución obrera, socialista e internacional que arrase con todas nuestras miserias. 

(Recuadro)

El ejemplo de la Revolución Rusa

No es casual que la única revolución obrera y socialista triunfante de la historia haya empezado con una huelga de mujeres trabajadoras. 

Las obreras eran también madres y escaseaba el pan; sus maridos o hermanos habían sido reclutados para la Primera Guerra Mundial. 

Las trabajadoras eran parte de la clase obrera educada por el partido bolchevique de Lenin: el 8 de marzo de 1917 (23 de febrero en el calendario ruso) salieron a las calles, desafiando a sus direcciones políticas y recorrieron Petrogrado convocando a sus compañeros varones, principalmente a los metalúrgicos; juntos levantaron barricadas y enfrentaron a la policía del Zar. 

Los reclamos de pan y de terminar con la guerra se multiplicaron y provocaron la caída del Zar.

Pero el Gobierno conciliador que sucedió al Zar, no resolvió el drama de la guerra ni la miseria de las masas. Se acentuó la brecha entre las obreras y las feministas liberales que apoyaban a ese Gobierno y a su » guerra patriótica»

La balanza se inclinó hacia el partido bolchevique, mucho por la tenacidad de sus dirigentes mujeres, que fue el único capaz de integrar la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres en una estrategia de clase contra la guerra y el Gobierno que la sostenía. 

En octubre, con el triunfo de la revolución socialista, los soviets (concejos) de obreros, soldados y campesinos, tomaron el poder.

El nuevo Gobierno encaró enseguida la solución de los principales problemas causantes de la desigualdad de las mujeres: la inferioridad jurídica y la carga de las tareas domésticas y de cuidado.

La Primera Constitución de la República Soviética de 1918 estableció el derecho femenino al voto y el de ser electa para cargos públicos. En el mismo año, el Código Familiar instituyó el matrimonio civil, el divorcio, la responsabilidad social por el cuidado de los hijos, el reconocimiento de los hijos «ilegítimos», la pensión alimentaria, el derecho de propiedad. Se abolieron todas las leyes que condenaban los actos homosexuales; la revolución sexual fue considerada parte de la revolución social. La legislación soviética se convirtió en la más avanzada del mundo, en cuanto a los derechos femeninos.

La URSS fue el primer paìs en conquistar el aborto legal, en 1920. Se eliminó así el negocio de la clandestinidad, a la vez que se penalizó lucrar con la prâctica del aborto.

La revolución desreglamentó la prostitución, que era legal con el Zar y la prohibió por atentar contra la fraternidad entre hombres y mujeres de la clase obrera. Pero no penalizó a las mujeres que ejercían la prostitución: planteó un programa de mejora en las condiciones de vida para desterrarla.

Pero lo fundamental para los bolcheviques era eliminar el trabajo doméstico y de cuidado, mediante la socialización de esas tareas. El flamante Estado Obrero creó lavanderías, comedores, guarderías, para liberar a las mujeres y llamarlas a integrarse a la industria, las empresas públicas, los soviets y la defensa militar de la revolución.

El partido bolchevique y la Revolución de Octubre obtuvieron para la mujer mayores avances que los más desarrollados países capitalistas.

Para nosotras, socialistas revolucionarias, no es utópico y es urgente recrear aquella experiencia y extenderla a escala internacional, proceso que segó, entonces, el estalinismo, cuando a partir de 1924 expropió el poder obrero. Es una cuestión de supervivencia barrer al capitalismo imperialista, responsable de todos los males del mundo.