Las mujeres obreras, trabajadoras, desocupadas, nos organizamos y peleamos, enfrentando tanto la miseria como la violencia machista en todo el planeta.
Sin embargo, las cifras del horror no ceden. ¿Se puede cambiar esta realidad?, ¿hay ejemplos en los cuales basarse?
Cuando se produjo la Revolución Socialista de 1917, Rusia estaba signada por el despotismo del Zar, bendecido por la Iglesia, y que se reproducía en la familia. El matrimonio y el divorcio estaban bajo control religioso. Las mujeres sometidas legalmente, se consideraban una propiedad. Proverbios rusos de la época lo ilustran: “Una mujer no es una persona, de la misma manera que un pollo no es un pájaro” o “Golpea a una mujer con un martillo y encontrarás oro”1. La mujer pasaba del poder absoluto del padre al del marido y se esperaba que aceptara pasiva esa brutalidad.
Las trabajadoras y campesinas soportaban labores pesadas y castigos en fábricas y campos, con la carga añadida de cuidar hijos e hijas. No existían anticonceptivos ni antibióticos, los partos y abortos (ilegales) eran difíciles y peligrosos y la mortandad infantil elevadísima.
La Revolución de Octubre puso de cabeza siglos de violencia consentida. Se instituyeron el matrimonio civil y el divorcio a sola petición de una de las partes, se declaró a las mujeres iguales ante la ley, se erradicó el concepto de hijos ilegítimos, se desreglamentó y prohibió la prostitución, sin penalizar a las prostitutas, entre otras conquistas. En 1920, Rusia fue el primer país en legalizar el aborto. Se promovió la creación de guarderías, lavanderías, restaurantes colectivos, que aliviaron las tareas domésticas y de cuidado.
Otras revoluciones socialistas del Siglo XX, aunque de origen y desarrollo muy distintos a la rusa, también cambiaron radicalmente la situación de violencia hacia las mujeres. Es el caso de la Revolución China de 1949, que abolió los casamientos arreglados, el pago en moneda o especie por la esposa, la poligamia, las concubinas, el matrimonio entre niños, el infanticidio de recién nacidas, la práctica atroz en que se vendaba los pies de las niñas y se rompían sus huesos, para que fueran diminutos. O de la Revolución Cubana de 1959, una de cuyas primeras tareas fue erradicar la prostitución, vital para miles mujeres de la Cuba pre revolucionaria, el país de los casinos, las prostitutas y las playas.
Sin embargo, la Revolución Rusa no pudo completar la tarea de emancipar a las mujeres. Las privaciones catastróficas producto de la Primera Guerra Mundial y de la Guerra Civil y la deformación estalinista totalitaria del gobierno, verdadera losa para la tarea indispensable de extender la revolución a todo el mundo y empezar a construir así el socialismo, lo impidieron. La dirección burocrática estalinista causó un retroceso tal, que desembocó en la vuelta del capitalismo. En las restantes revoluciones, burocráticas desde sus inicios, las posibilidades fueron muy inferiores.
Pero eso no puede negar que ellas lograron avances que superaron a los países capitalistas más desarrollados. Y demostraron que concretar la emancipación femenina está íntimamente ligado a la liberación de la clase obrera y los sectores populares, a la liquidación del capitalismo explotador y opresor, al cambio de las bases materiales de la sociedad, a la Revolución Socialista.
1 Ana María Shua, Cabras, mujeres y mulas