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SAN MARTÍN: SU REVOLUCIÓN Y LA QUE NECESITAMOS

Hoy se cumplen 171 de la muerte de quien la historia escrita por los ricos y poderosos, considera el padre de SU patria; la figura histórica más importante del país al que ellos consideran su propiedad, y es el centro de todo homenaje. Un homenaje más que hipócrita, que solo sirve para justificar el dominio de los dueños del país; dominio que justamente se basa en desmontar la revolución que San Martín condujo, y entregar la independencia por la que peleó. Los trabajadores y el pueblo, más que aceptar o rechazar esta farsa; debemos ver la historia con nuestros ojos, para poder rescatar de la lucha de San Martín, con sus triunfos y fracasos, los elementos que nos sirvan para entender el presente y afrontar lo que venimos padeciendo.

 

Nuestro continente es sometido a una colonización cada vez más evidente: desde el saqueo ambiental, hasta los “intocables” pagos de la deuda externa y tratados con las potencias imperialistas; no hay acontecimiento político que no demuestre la cada vez mayor pérdida de soberanía. Y eso se traduce en mayor sometimiento y explotación para el pueblo trabajador. Amenazados por el regreso a la servidumbre que sufren los países colonizados, repetir la experiencia de 1810, la revolución que ganó la primera independencia, se hace cada vez más necesario.

Las enseñanzas de un libertador

El papel jugado por San Martín en esa revolución iniciada en 1810, nos deja varias enseñanzas para esa tarea.

En primer lugar, la necesidad de una organización con un programa político claro y a la altura de las circunstancias. En el caso de él, esas organizaciones fueron las diferentes sociedades secretas que nucleaban a quienes buscaban la destrucción del sistema colonial americano, y su reemplazo por la unión de naciones libres. Estas organizaciones (la más conocida fue la Logia Lautaro) militaron por este objetivo dentro de los sectores revolucionarios y los países recién liberados; coordinando sus acciones tanto para luchar contra el colonialismo español como para desplazar a los sectores más tibios que obstaculizaban la revolución, hasta lograr ponerle fin al saqueo colonial español.

En segundo lugar, y como parte del programa de dichas organizaciones, San Martín entendía que no solo la revolución era un tarea internacional (o al menos continental); sino que la única manera de mantener la libertad era mediante la unión de las naciones recién creadas.

En tercer lugar, San Martín sabía que las revoluciones triunfan dividiendo a las fuerzas militares y policiales del orden opresor, y precisamente deben alentar esa división; sin dejar por eso de enfrentar la represión con las armas. Y no solo porque él mismo era la prueba de eso (había abandonado el ejército del rey para unirse a la revolución), sino porque la independencia del Perú con la que coronó su hazaña- y de la cual se cumplieron 200 años el pasado 27 de julio-; fue posible en gran medida por una rebelión de militares en España, que se negaron a ser enviados a reprimir la revolución, obligando al rey a dejar solos a los últimos partidarios de su dominio en el continente.

Las lecciones de un exiliado

Y una cuarta enseñanza es la más dura de todas: no se puede contar para nada con los sectores de poder criollos. 

Aunque al principio los sectores acomodados fueron el motor de la revolución (no por nada, el objetivo de San Martín y de todos los revolucionarios de aquella época era crear naciones capitalistas fuertes y libres), no pasó mucho tiempo hasta que empezaran a mostrar su verdadero rostro; chocando cada vez más frecuentemente con los revolucionarios más firmes. No por nada, el “padre de la patria” terminó sus días exiliado en Francia; enfrentado políticamente a los nuevos dueños del país.

Y no podía ser de otra manera: la riqueza que hace poderosos a los sectores que manejan el país; proviene de hacer negocios con potencias extranjeras en los cuales la Argentina siempre sale perdiendo. Para sectores así, San Martín y la lucha revolucionaria que representaba; resultaban un obstáculo. 

De ese modo, la revolución por la que San Martín luchó, buscando construir una América Latina capitalista fuerte y libre; fracasó porque llevó al poder a una clase social cobarde y codiciosa que prácticamente la revirtió.

La hora de la clase obrera

De ser un obstáculo para la independencia en los tiempos de San Martín, hoy esa clase dominante se ha vuelto el centro del problema: pasaron de ser una parte conservadora y mezquina del movimiento independentista a ocupar en la actualidad, el lugar de los virreyes.

Hoy nos toca a la clase trabajadora librarnos de esos parásitos ricos y poderosos que vendieron su propia patria, al tiempo que nos liberamos del nuevo dominio extranjero. Pero a diferencia de San Martín, no buscamos crear naciones capitalistas fuertes y libres, sino construir una América Latina definitivamente independiente, obrera y socialista.

Sin embargo, de manera parecida a lo que hizo San Martín, tendremos que unir nuestra lucha a la de nuestros hermanos y hermanas de clase del resto del continente; barriendo con los prejuicios y las discriminaciones que nos han impuesto para dividirnos. Como hizo San Martín, debemos hacer todo lo posible para que- mientras nos defendemos de los ataques de los dueños del país- la parte de las fuerzas militares y policiales más ligada a los sectores populares; voltee sus armas contra quienes los mandan a masacrarnos, facilitando así la derrota de la represión.

Y sobre todas las cosas, así con San Martín, junto a los mejores luchadores por la primera independencia, construyó la Logia Lautaro que guió los esfuerzos revolucionarios de todo el continente; los trabajadores y el pueblo necesitamos forjar una organización política revolucionaria que reúna a los mejores luchadores y luchadoras para guiar a la clase obrera y al pueblo trabajador a un nuevo triunfo. Esa organización revolucionaria, es el partido que estamos tratando de construir desde el PSTU y la LIT