El cierre de locales comerciales del grupo chileno Falabella y la venta de la empresa española de “deliveries” varios, Glovo, disparó algunos titulares de grandes diarios, que aprovecharon para pasarle “factura” al Gobierno, quejándose de lo mal que les va a los “pobres” empresarios con Alberto y Cristina. Más allá de la veracidad de estas noticias – algunas desmentidas- es probable que algunas empresas estén valorando un futuro más complicado para el consumo de clase media, que profundizará su caída por el ajuste y el empobrecimiento creciente. Sin embargo, las idas y venidas de este tipo de empresas extranjeras, no modifican la dependencia del capital extranjero en las palancas fundamentales de la economía de nuestro país.
Argentina, país dependiente semicolonial
Argentina es un país dependiente del capital extranjero y si bien desde el punto de vista político tiene “independencia”, porque elige a sus autoridades, su economía atrasada no lo es, lo que lo transforma en un país semicolonial. El capital financiero, a través del FMI, demás organismos financieros y bancos y la Deuda Externa, condicionan los planes económicos.
Las principales palancas de la economía nacional están en manos extranjeras o asociadas al capital financiero internacional: minería, petróleo, comunicaciones, energía, exportación de materias primas y alimentos, transporte marítimo y puertos, etc. El “capital nacional”, salvo muy poquitas excepciones, cumple un rol secundario. Hay cada vez más una alta concentración en manos de unos pocos (algunos de los más poderosos, que son extranjeros, Chevrón, Cargill, Dreyfus, Telefónica, etc.).
Es que el capitalismo en Argentina, a diferencia de Estados Unidos y los países europeos, no se desarrolló desde el artesanado y en las ciudades, sino que surgió a partir de los negocios de la oligarquía, ligada desde el vamos al capital extranjero, sobre todo al capital inglés en el siglo XIX, y al yanqui en el siglo XX.
El peronismo, la burguesía y la “industrialización” del país
Perón en su momento, y también el kirchnerismo, desaprovecharon coyunturas favorables, con muchas reservas en el Banco Central y una gran balanza comercial a favor, para impulsar un real proceso de industrialización. No lo hicieron. Por ejemplo desde 1946 a 1948, se despilfarraron “983 millones de dólares -de esa época- “que el gobierno peronista transfirió a los inversores extranjeros en concepto de nacionalizaciones y rescates que se hubieran podido instalar 5 plantas siderúrgicas con capacidad de producir 4,5 millones de toneladas de acero”1.
Los roces con el imperialismo yanqui, que en verdad existieron, fueron por el reparto de la torta, pero de ningún modo esos roces significaron una ruptura de la dependencia. Por el contrario Perón terminó negociando con empresas de Rockefeller la explotación petrolera en el sur. Otros gobiernos, como el “desarrollista” de Arturo Frondizi, engañaron con un discurso anti imperialista y terminaron abriendo las puertas de par en par, al capital extranjero. Desnacionalización que se profundizó con los siguientes gobiernos, como la dictadura de Onganía, y pegó un salto con la Dictadura Militar de Videla-Martínez de Hoz.
Menem y De la Rúa no hicieron otra cosa que adaptarse a los “nuevos vientos” con negociados con el capital financiero y las privatizaciones. Bajo el kirchnerismo ninguna de las privatizaciones de las dictaduras o ejecutadas por el neoliberalismo del gobierno de Carlos Menem (acerías, energía, comunicaciones, puertos, transporte, mineras, etc) fueron revertidas. Continuaron los negocios “rápidos” alrededor de los alimentos y materias primas. Por ejemplo, el negociado infame con Vaca Muerta, en el que Argentina subsidia el precio del petróleo a multinacionales como Chevrón, o las facilidades a la canadiense Barrick Gold para explotación y exportación de oro y otros minerales.
Alberto Fernández se dice “industrialista” y eso supondría que tiene un “plan de industrialización” del país. Pero eso no sería posible sin una gran inversión en toda la cadena de producción, investigación y utilización de nuevas tecnologías para aumentar la productividad, hoy muy por debajo de los índices internacionales. La Deuda Externa condiciona la salud, la educación y hasta los salarios. Por otra parte la industria (y también el Estado) depende de los préstamos internacionales para poner en marcha las fábricas. La Argentina tiene asignado el rol de proveedor de materias primas y alimentos en el mercado mundial que además, está monopolizado por las multinacionales y la gran patronal. Se demostró a lo largo de más de un siglo, que la oligarquía y la llamada “burguesía nacional” son incapaces de un desarrollo independiente.
¿Cómo romper la dependencia?
Sectores juveniles del peronismo, han levantado la bandera de la “liberación nacional” y del “desarrollo industrial independiente” atribuyéndole a la burguesía nacional un carácter anti oligárquico y antiimperialista que a la luz de la experiencia, ha resultado falso. Que haya roces y peleas no quiere decir que ésta pueda disponerse a romper con la dependencia.
Planteos similares llevó adelante el Partido Comunista atando a la clase obrera y explotados al carro de los intereses “burgueses progresistas” que concluyeron en derrotas y desmoralización, como Allende en Chile, el peronismo en Argentina y recientemente, Chávez en Venezuela.
Necesitamos una Segunda y Definitiva Independencia. Solo la clase obrera y los sectores explotados pueden llevarla adelante, no apoyando o uniéndose a la “burguesía nacional”, sino contra ella. Los trabajadores deberán expropiar a la burguesía y al imperialismo de su poder económico, político y social y desconocer la Deuda Externa. Y asumir un gobierno obrero y popular capaz de planificar la economía y plantearse un verdadero desarrollo industrial. Y esa no será tarea solo de los trabajadores argentinos. Será una lucha continental para independizarse del mismo opresor en cada país.