El pasado 3 de marzo se cumplió un año desde la confirmación del primer caso de coronavirus en nuestro país. Mucho ha cambiado desde entonces, en Argentina y el mundo. Pero una cosa sigue intacta: los “dueños” del mundo, los ricos y poderosos, siguen priorizando salvarse a sí mismos, mientras el pueblo trabajador sufre a manos de esta enfermedad.
Un año de farsa sanitaria
Pasaron las semanas y fueron aumentando los casos de contagios que llegaban desde el exterior. Ante el aumento de los contactos, el 21 de marzo comenzó la cuarentena, y con ella, un debate entre el Gobierno y la oposición, que se replicaba con otros actores a lo largo del mundo: ¿Debía priorizarse la salud a costa de frenar la actividad económica? ¿O había que evitar a toda costa parar la producción, aunque sea a costa de más contagios?
Alberto Fernández decía ser más partidario de la primera opción. Y aunque una gran parte de la industria tuvo que adherir a la cuarentena, no fueron pocas las empresas que, sin ser realmente “esenciales”, nunca dejaron de trabajar. Salvo que consideremos a la minería o la producción de golosinas como actividades indispensables.
La mentira se fue derribando a medida que pasaban los días, y más ramas de la economía eran agregadas a la lista de “esenciales”, muchas veces con protocolos que poco cuidaban la salud de los trabajadores. El Gobierno no solamente no estaba priorizando la salud, sino que la única economía que cuidaba era la de los empresarios. Incluso llegó al punto de pagar por ellos los sueldos, mientras a los trabajadores nos reducían los salarios con la excusa de la difícil situación que se atravesaba.
Los sectores más pobres fueron los principales perjudicados. Una miserable “ayuda” de 10 mil pesos cada dos meses, fue lo único que pudieron conseguir. Los barrios más humildes fueron duramente castigados por el virus, por las condiciones de hacinamiento y la falta de agua. La Villa 31, por ejemplo, triplicó el número de contagios identificados en tan solo dos semanas durante el mes de mayo. Al mes siguiente, el barrio de Villa Azul en la zona sur del Conurbano Bonaerense fue sitiado por la policía ante el aumento de casos. Esta fue la respuesta del Gobierno. Aislar las barriadas populares para “contener” el virus, sin importar lo que pasara a sus habitantes.
El fin de la “cuarentena” y la vacuna
Llegando a octubre, distritos como Santa Fe, Río Negro o Neuquén se encontraron con la ocupación de camas de terapia intensiva superando el 90%. Los testeos también escaseaban, la tasa de positividad (cantidad de testeos positivos sobre el total de testeos realizados) superaba el 60%. El personal de salud (que sumó más de 362 muertos en todo el año pasado) denunciaba falta de equipamiento y colapso.
Todo esto mientras Alberto Fernández seguía autorizando actividades, en forma descontrolada terminando con lo poco que quedaba de cuarentena.
En esta situación y con números un poco más estables producto de la llegada del verano, el primer cargamento de vacunas llegó a la Argentina en diciembre. Pero la cantidad de vacunas disponibles se mostró insuficiente incluso para vacunar a la totalidad del personal de salud. Y como si eso fuera poco, estalló el escándalo por la vacunación a amigos del Gobierno por parte del Ministerio de Salud.
Se acerca el invierno, vacunas YA
Cuando el debate era salud contra economía, Alberto Fernández dijo preferir más pobres y menos muertos. La realidad es que hoy efectivamente hay más pobres (39% de índice de pobreza y 20% de desocupación según la CEPAL). A su vez ya contamos en más de 50 mil los muertos por coronavirus. Evidentemente, como mencionábamos hace un momento, la estrategia del Gobierno no era más que una farsa.
Ahora, con la presencialidad en las escuelas, el invierno acercándose nuevamente, y con la falta de vacunas, posiblemente vayamos a nuevo pico. Pero esta situación es totalmente evitable, si ponemos en pie un plan de salud de emergencia de los trabajadores.
Este debe comenzar por dejar de pagar la deuda externa, estatizar todo el sistema de salud y los laboratorios farmacéuticos, y desconocer el derecho de las patentes de las vacunas para iniciar de inmediato su producción y vacunación en masa. Para esto debemos organizarnos desde cada lugar de trabajo, escuela, hospital, barrio. Forzar a las direcciones sindicales a que se muevan por los derechos de los trabajadores empezando por la inmediata suspensión de la presencialidad en las escuelas y volviendo solo a las actividades realmente esenciales
Si el Gobierno no cuida la vida del pueblo trabajador, está en nuestras manos defendernos.